LUIS
DELGADO BAÑON
Ed.
Noray, 2013
Con esta reedición del volumen
sexto de la Saga Marinera Española, continúan las aventuras del marino
Francisco Leñanza, retornado de las Américas, y recuperándose en su residencia
murciana de los estragos sufridos en tan alargada y accidentada misión, aventuras que fueron narradas en La fragata Princesa, el volumen anterior.
Sin embargo, esta vez es el Mediterráneo, en plena Revolución Francesa, el
centro de la acción. Luis Delgado
(Murcia, 1946) nos continúa deleitando con los movimientos de Gigante, seguido siempre por la discreta
sombra de Setum, su fiel criado africano, y alternando apariciones siempre
jocosas con la consabida frasca de vino o aguardiente de su amigo y cuñado Santiago
Cisneros, Pecas, ya casado en las
Américas y con un futuro guardiamarina correteando por Santa Rosalía.
El panorama se abre distinto de
la anterior entrega: ahora el enemigo es Francia, que acaba de guillotinar a su
rey, o más bien, la Francia
republicana. Los británicos, tan
denostados en anteriores entregas, resultan ser aliados, aunque en algunos
momentos haya sus discrepancias. Cosas de la política. Por tanto, se trata de refrenar el republicanismo
francés, apoyando a los realistas. Mientras el general Ricardos avanza por
tierra con el apoyo de la escuadra del Océano, comandada por el teniente
general D. Juan de Lángara, el almirante
Howe tiene bloqueado Tolón con la flota británica. De toda esta situación se
nos pone al día en conversaciones durante los primeros capítulos. También el
autor nos cuenta la última hazaña del general Barceló contra el moro en
Algeciras, y cómo lo trató el mando, comparando con el trato dispensado al
general Morales, que, según Pecas, “habría sido fusilado varias veces de servir en la Marina británica.”
Barceló es un hombre al que tanto Francisco como Santiago profesan una
admiración sin límites; correspondiéndoles el general con un trato amable y
cariñoso, así como apoyando a ambos en su carrera.
El teniente de navío Leñanza, Gigante, sirve como segundo de a bordo,
en la fragata Santa Casilda, y debe
realizar una misión en Cerdeña, formando parte de la escuadra española del
Mediterráneo, bajo el mando del teniente general D. Francisco de Borja. Pero
antes de ello, en una salida rutinaria,
apresan un barco francés, en tensa competencia con un buque británico,
al que consiguen arrebatárselo. Acción que le vale a Francisco una felicitación
y un ascenso a capitán de fragata. Más adelante, durante la campaña en Córcega,
Francisco se ve comandando una presa cuya conquista ha liderado. La presa, muy
bien pertrechada, se llama Heléne,
pero más adelante recibirá el nuevo nombre de Sirena. Fragata muy ligera y marinera, a Gigante le llena de orgullo y placer por ser la primera que va a
comandar. Santiago, que ha compartido derrota en la Santa Casilda con Francisco, ve con alborozo –y un poquillo de
celos- el ascenso de su amigo y cuñado, aunque ello suponga una breve
separación.
Finalizada exitosamente la
campaña en Cerdeña, mientras Santiago,
Pecas, va hacia Barcelona, Francisco vuelve obligado con su presa a
Cartagena, -y con una cierta prevención por la posible separación de su barco- y
de paso visita a la familia en Murcia. Sus dos retoños y el pequeño de Santiago
van conformando un pequeño cuartel en la hacienda murciana de Santa Rosalía,
donde comparten residencia las dos familias.
Francisco, a pesar de su
ascenso, se ve atrapado en Cartagena con una preciosa fragata, ligera de alas, pero sin actividad
prevista, lo cual le destroza los nervios. Pero la suerte le sigue acompañando:
hete aquí que aparece el general Gravina, bajo cuyas órdenes luchó en la
campaña contra el Peñón en la Flotante que casi le cuesta la vida. Y Gravina,
que le aprecia mucho, al hacerse cargo de su situación interviene a su favor. Resultado:
Francisco, entusiasmado, se ve involucrado en una nueva acción mediterránea
contra el francés. Pero en esta ocasión Gigante
sale bastante malparado, tras su participación en acciones terrestres en suelo
francés, así como su amigo Pecas, tal
que han de quedarse en dique seco con la necesaria convalecencia. Como
compensación, un segundo ascenso: Leñanza ya es capitán de navío. De este modo
finaliza la narración como el año 1793,
a lo largo del cual discurre la novela.
Aunque en esta obra no se
narran hechos históricos de gran notoriedad, como novela considero que está muy
equilibrada. La narración, con un buen ritmo, va alternando la información
histórica del momento, para situar al lector, con la información marinera, sin
abusar de ello y sin cansar, porque a la vez la acción de los personajes de
ficción se desarrolla con sucesión de situaciones y presenta diversos perfiles
con lo que el lector sigue perfectamente la acción.
Lectura que atrae y a la vez
muestra, cumpliendo el objetivo del autor, hechos y costumbres de nuestra
historia naval, a veces menores y desconocidos o quizás olvidados. Con un lenguaje
bastante cuidado, diría que más cuidado que en anteriores entregas, nos
reproduce frases y giros que nos retrotraen al pasado, no solo navales, sino
simplemente un español antiguo, dieciochesco. Novela, pues, entretenida y ágil,
mostrando luces y sombras de nuestra historia naval.
Ariodante
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