TZVETAN TODOROV
Trad.: Noemí Sobregués
Galaxia Gutemberg, 2013
Este breve pero atractivo ensayo de arte nos
sumerge de lleno en la pintura holandesa del XVII, esa pintura de la que todos
hemos visto alguna obra, al menos, al magnífico Vermeer, aunque no sea
precisamente el mayor exponente de la cotidianeidad, como veremos en lo que va
a desarrollar Todorov en su texto. En nueve cortos capítulos, el autor expone
lo que considera el género de lo cotidiano, lo enmarca en la época y busca las
causas del cambio que supone, estudia las diferentes opciones de
interpretación, rastrea la posible relación de la estética con la moral,
analiza una serie de obras que son reproducidas magníficamente en las páginas
centrales, a todo color y en papel cuché. Finalmente, estudia pintor por pintor
sus características más relevantes, los compara y los enmarca. En suma, una provechosa
incursión por una etapa de la pintura muy especial, que solo ocurrió en
Holanda, tal como sugiere el autor, y no se volvió a repetir.
A lo largo de la historia de la pintura, los
artistas han pintado escenas cotidianas, desde las escenas de caza
paleolíticas, los frescos pompeyanos o las labores de los constructores de
catedrales medievales en los códices miniados, del mismo modo que enmarcaban el
motivo principal del cuadro dentro de un paisaje, que azuleaba al fondo
mientras que las figuras contaban la historia principal, que solía ser
mitológica, religiosa o algún hecho guerrero importante de los reyes o
emperadores.
Sin embargo,
cuando se habla del género de lo cotidiano, queremos decir que los pintores
usan la escena cotidiana, generalmente en interiores, como motivo central, como
luego ocurrirá también con el paisaje, el retrato y con la naturaleza muerta o
bodegón. Consideran estos artistas que lo que van a representar tiene la
suficiente dignidad como para que sea el objeto de su mirada y de su pincel. Cita Todorov a
Malraux: «lo que Holanda inventó no fue cómo colocar un pescado en un plato,
sino que ese plato de pescado dejara de ser la comida de los apóstoles». La
pintura de género, pues, no se limita a rechazar la historia, los grandes
motivos mitológicos o bíblicos, sino que elige de entre las actividades
cotidianas de los humanos los temas que llevará a los lienzos.
Pues bien, a partir del siglo XVI comienzan a
pintarse escenas cotidianas, aunque son multitudinarias y en exteriores, muy
integradas en el paisaje (recordemos Bruegel),
sin embargo, es en el XVII cuando
se define más el género y florecen los mejores pintores que las llevan a cabo.
A diferencia de la pintura italiana, del XVI y del XVII, más idealista en su
búsqueda de la belleza, los flamencos muestran en sus lienzos la realidad tal
como es, o como ellos la ven, pero sin amoldarse a ningún ideal estético. Esta
es la opinión de Miguel Angel, que despreciaba la pintura flamenca. Y durante
mucho tiempo se ha debatido si el arte
debe servir a la verdad y al bien o exclusivamente a la belleza.
Pequeño país que centraba su actividad principal en
el comercio, a sus gentes a viajar por todo el mundo, destacando por su
tolerancia, ya que, habituados a ver costumbres y religiones muy diversas,
aunque dentro de cada religión fueran exigentes con sus miembros, veían con
naturalidad las demás costumbres ajenas. Mientras los holandeses viajaban, las
holandesas llevaban la casa y los negocios, si hacía falta. Por eso la vida en
el interior de las casas, la vida cotidiana era la que llevaban las mujeres. No
implica ello que desaparezcan los hombres en las pinturas, que no lo hacen,
pero siempre en actitudes relajadas, relacionadas con el amor o con la vida
casera.
La casa, como dice el autor, «es la encarnación de
la comunidad ideal, jerarquizada y solidaria, y a la vez del recogimiento
individual». Es llamativo que los pintores flamencos de esta época dirijan su
mirada precisamente el ámbito de la casa, apreciando más los interiores que los
exteriores. No hay escenas de batallas, ni de guerras (a pesar de que las
sufrieron largamente) sino que es esa vida doméstica la que les atrae, reposo
del guerrero y del viajero. Dominio femenino, su universo y campo de acción.
Ellas se ocupan de la casa, la alimentación y la educación de los hijos, por lo
que suelen ser instruidas, y podemos observar una gran cantidad de pinturas en
las que las mujeres leen libros, cartas, o las escriben, igual que enseñan a
sus hijos.
En general, las escenas que nos presenta la pintura
holandesa del XVII representan a la gente disfrutando de lo que hacen. Y los
pintores también parecen disfrutar reproduciéndolo. Como dice el autor, no
podemos dejar de verlos como un himno a la vida: «la pintura holandesa no niega
las virtudes y los vicios, pero los trasciende en alegría ante la existencia
del mundo».
Desfilan por estas páginas pintores como Gerard Ter
Borch, Vermeer, Jan Steen, Frans Hals, Judith Leyster (la única mujer cuyo
breve pero intenso paso por la pintura es altamente destacable en este género),
Gerard Dou, Gabriel Metsu, Pieter de Hooch, Frans van Mieris…y de modo
inevitable, Rembrandt. La figura de Rembrandt se extiende poderosa sobre todos
ellos, pero realmente no llegó a pintar cuadros que pudieran calificarse como
género cotidiano, aunque sus discípulos sí lo hicieron. Hay muchas semejanzas
entre unos y otros, teniendo en cuenta que todos eran contemporáneos, muchos de
ellos se conocían entre sí y habían visto sus obras, y todos estaban
interesados en la misma opción pictórica, si bien cada uno le transmitió su
visión personal.
En conjunto, un ensayo que reflexiona sobre una etapa
de la pintura y que profundiza en la interpretación de obras interesantes,
entrañables o sencillamente, magistrales.
Tzvetan
Tódorov (Sofía, Bulgaria, 1939)
es un lingüista, filósofo, historiador, crítico y teórico literario de
expresión y de residencia y nacionalidad francesa dese 1963. Es profesor y
director del Centro de Investigaciones sobre las Artes y el Lenguaje, en el
Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNRS), en París. Ha dado
también clases en Yale, Harvard y Berkeley. En 2008 le fue concedido el Premio
Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales por representar «el espíritu de la
unidad de Europa, del Este y del Oeste, y el compromiso con los ideales de
libertad, igualdad, integración y justicia».
Ariodante
2013
3 comentarios:
Parece una joya de libro. Tengo un maravilloso recuerdo de Amsterdam y del Rijksmuseum y también de la casa de Rembrant... Maravillosa pintura, colorista y costumbrista, llena de luces y sombras, casi espiritual. Gracias por recordármelo.
Yo también ! Las tres veces que he estado allí siempre me he demorado en la pintura, la casa de Rembrandt es una maravilla, y bueno, si volviera estaría corriendo para verlos de nuevo.
El tema entra de lleno en el ámbito de mis intereses. Apuntado queda.
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