LA POÉTICA DE ÁLVARO
CUNQUEIRO EN SUS NOVELAS MITOLÓGICAS
Texto publicado en : http://revista.abretelibro.com/2013/09/cunqueiro-mitologico-ariodante.html
A raíz de la
lectura de Un hombre que se parecía a
Orestes, se me ocurren unas ideas que podrían aglutinar la obra novelística
del autor de Mondoñedo. Cunqueiro no solo escribió novela, sino que cultivaba
muchas otras facetas: el periodismo, la poesía, el ensayo, el drama, alternando
el gallego con el castellano, con excelentes resultados en ambas lenguas. Tras leer, además de la ya citada de Orestes,
Las mocedades de Ulises, Cuando el viejo
Simbad vuelva a las islas, Merlín y familia, y Vida y fugas de Fanto Fantini, podría citar algunas características
que tienen estas novelas en común. Lo primero que me viene a la mente: Borges.
La imaginación desbordante de Cunqueiro podría asimilarse al torrente literario
borgiano, a esa capacidad para conjuntar ficción y realidad, mito y razón. Digamos
que un Borges a la gallega o a la española, sí, pero el espíritu de Borges
planea sobre toda la obra de este autor. En realidad, más que a la española yo
diría que «a la mediterránea». Porque si bien la «galleguidad» impregna la obra
poética o la obra periodística, e incluso algunas de sus otras novelas, en
éstas prima más el espíritu mediterráneo, grecolatino, diría yo.
La fantasía con que
invade al lector cuando se sumerge en una novela de Cunqueiro es, por otra
parte, muy peculiar. El discurso imaginario arrambla no solo con lo mitológico,
mezclado con lo real, sino también con lo literario. Mezcla ficción con
ficción. Mitos con ficciones literarias. Fantasía con más fantasía. Pero
trufándola de una serie de detalles reales, que hacen que el lector deba
abandonarse por completo a la lectura sin intentar buscar marco alguno de
referencia. Hay que dejarse llevar, no tratar de racionalizar demasiado, sino
disfrutar del lenguaje, gozar de las múltiples narraciones contenidas en
fragmentos, reír con las situaciones y descripciones hilarantes, y no buscar ni
profundidad psicológica de los personajes ni tramas cerradas coherentes, ni
conflictos morales, que no los hay. Es más, en Un hombre que se parecía a Orestes
describe o insinúa toda una serie de situaciones que parece impensable que las
plantee con la naturalidad que lo hace. Es chocante como soslaya la moralidad
en estas historias, en una época y desde un ángulo político que podríamos
esperar lo contrario. Es ficción de
ficciones encadenadas. Retablo de las maravillas. Poética pura. Homérico.
Es decir, que si
toma como base un mito griego, como en este de Orestes, mezcla personajes
medievales, caballerescos, con referencias a la modernidad e incluso a
elementos contemporáneos, referencias geográficas o culinarias impensables en
Grecia, y sin embargo, el tono general es el de un relato mitológico griego,
del que va derivando incontables digresiones, hasta el punto que la historia (y
el lector) se pierde en un maremágnum de narraciones, personajes variopintos,
historias ¿colaterales? y todo tipo de textos, incluido una pieza teatral que
aparentemente nada tiene que ver con el conjunto. Centauros, hombres con orejas
de animal, un rey con una pierna que crece y decrece según la época del año y
que viaja con un fardo de piernas de repuesto, una infanta recluida en una
torre, una mujer que se hace pasar por hombre para ocupar un cargo público…y
que se enamora de un criado del viejo rey que tiene una taberna…Y Orestes.
Humor cargado se silencios y de alusiones: feliz ironía.
Sin embargo, el
lector lo lee con la sonrisa en los labios por el humor ―ironía, a veces
demoledora, otras, hilarante― contenido, desbordante, arrollador. Pero también
la lectura produce una sensación nostálgica, en ocasiones onírica, irreal…sin
abandonar nunca el universo mítico elegido, como en este caso, el mito de
Orestes. Mito que transforma, retoca, vuelve del revés, y llegado un punto no
sabes si realmente está hablando de Orestes o ha tomado el nombre como punto de
referencia para iniciar una larga digresión. Hay que leerle para entenderlo.
La novela se divide en cuatro partes, con dos apéndices
finales: seis retratos y el índice onomástico. En la primera y segunda parte
trata de Egisto y su interminable espera de la llegada del vengador Orestes,
llegada vaticinada y anunciada. Egisto siempre alerta, siempre preparado para
el ataque,… pero Orestes nunca llega. Ifigenia mantiene una eterna juventud
encerrada en una torre; Clitemnestra, como Egisto, envejece lentamente,
cuidando sus flores y recordando la barba rubia de Agamenón. Siempre preguntando por los forasteros,
siempre a la espera. La tercera parte es
la dedicada a Orestes, un Orestes muy peculiar, perseguido por la imagen de
Electra, perdida entre los sueños. Un Orestes nostálgico y lleno de dudas,
envejecido y agotado por su interminable deambular viajero. La cuarta parte
incluye, sorprendentemente, una pieza teatral sobre Doña Inés, soberana de Vado
de la Torre, contada a Eumón, el rey de Tracia. En el apartado Seis Personajes, narra el final de
Orestes, así como el final de Agamenón.
En realidad, no
importa tanto la historia como las historias, los cientos de relatos y curiosísimos
personajes a cual más complicado y sin embargo ¡tan humanos! Oníricos, prodigiosos,
pero reales como la vida misma, aunque las circunstancias, las épocas, la geografía,
estén todos mezclados hasta el punto de que, con elementos de distintas
procedencias el autor ha construido un edificio imaginario, lleno de múltiples
habitaciones y ventanas cada una con una orientación….pero verosímil y creíble,
porque el lector ya ha entrado en un mundo fantástico en el que puede esperarlo
todo.
Álvaro Cunqueiro Mora (Mondoñedo,
1911- Vigo, 1981). Escritor y cronista, gran conocedor de la gastronomía
española. Estudia Filosofía y Letras en la Universidad de Santiago de
Compostela entre 1927 y 1934. En 1929 colabora en varias revistas, como Vallibria y Galiza, publicando su primer libro de poemas, Mar ao Norde, (1932), seguido por Poemas do sí e non (1933). Durante la Guerra Civil se refugia en
Ortigueira, donde trabaja como profesor en el colegio Santa Marta. En 1938
comienza a publicar en castellano en Pueblo
gallego de Vigo, La voz de España de San Sebastián, y el ABC de Madrid. Publica después Elegías y canciones (1940) y también obras de teatro: Rogelia en Finisterre (1941), El
caballero, la muerte y el diablo y otras dos o tres historias (1945), La balada de las damas del tiempo pasado
(1945), y San Gonzalo (1945). Desde
Madrid colabora en revistas hasta que decide volver en 1946 a Galicia, donde
continúa su labor intelectual y su colaboración con los principales periódicos
gallegos. En 1964 ingresa en la Real
Academia Gallega con su discurso Tesouros
novos e vellos, una pieza clásica de la literatura gallega contemporánea. Gana
numerosos premios como escritor, (Premio Nacional de la Crítica y el Premio
Nadal) y como periodista, el premio Conde de Godó.
Ariodante
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