BENJAMÍN
CONSTANT
Trad.
Jorge Salvetti
Editorial
Alfama, 2008
Hay diarios escritos para ser publicados, pero la
mayoría suelen ser dirigidos a uno mismo, abriendo nuestra alma y desvelando
nuestros pensamientos más privados. Es este el caso de estos diarios, que son
fragmentarios, incluso sin fecha, a veces rebosantes de emoción y a veces
lacónicos. Afortunadamente, además de los diarios desarrolló una actividad
epistolar importante, que ha podido servir para completar datos; además, en sus
novelas, altamente autobiográficas, leemos entre líneas lo que el autor quiere
transmitir y lo que piensa.
La actividad literaria de este autor suizo osciló
en campos diversos: entre la filosofía de la religión, la novela
autobiográfica, los escritos políticos y sus diarios. Benjamín Constant (Lausana, 1767-París, 1830) fue un personaje muy
peculiar: ilustrado y a la vez romántico, además poseía un carácter oscilante,
inseguro, dubitativo ("si supiese lo que quiero, sabría mejor lo que
hago") y con una mezcla de debilidad y de tozudez. Emile Faguet le retrata
así: "un liberal que no es optimista, un escéptico dogmático, un hombre
sin ningún sentimiento religioso que se pasa la vida escribiendo sobre la
religión; un hombre de moralidad muy laxa que basa todo su sistema político en
el respeto a la ley moral; y además, un hombre de una maravillosa rectitud de
pensamiento y una conducta más que dudosa (...) nunca supo lo que quería, pero
siempre supo lo que pensaba."
El diario abarca doce años: de 1804 a 1816, y en
una gran parte se ocupa del tiempo que pasó en Alemania mientras escribía su
tratado sobre las religiones. Había comenzado su actividad política en 1795,
basada en la defensa de los derechos civiles y del modelo liberal británico.
Aunque en un primer momento defendió la Revolución Francesa, más tarde se opuso
a Napoleón y hubo de exiliarse, junto a su amante Madame de Staël, que era una
firme opositora a Napoleón. Sin embargo, ante la convocatoria de Bonaparte en
su retorno de los cien días, Constant acude y se muestra favorable a él.
En la época en que empieza este diario, (Constant
ya había escrito otro diario, El cuaderno
rojo, reflejando los años de juventud) su relación con Germaine de Staël
empieza a resquebrajarse y mostrar
cierto enfriamiento. Constant se da cuenta de que necesita una relación
menos conflictiva y tensa, sobre todo, una relación donde el dominio lo ejerza
el y no ella. En algún punto del diario se dice a sí mismo que lo que necesita
es una mujer que cumpla como mujer, ya que con la Staël los papeles estaban
cambiados: ella era la que llevaba los pantalones, como diríamos hoy en día. La
personalidad de Germaine era tan arrolladora que no dejaba espacio para nadie.
Constant intenta trabajar en paz, dedicarse a su investigación
histórico-filosófica, pero los continuos movimientos a los que le obliga su
amante y los problemas políticos derivados, le crean situaciones perturbadoras.
Por ello finalmente se casa con Charlotte, aunque lo hace de manera confusa y
problemática. Todo ello está contado en su novela Cecile, completamente autobiográfica. Charlotte le deparará
momentos felices, pero nunca pasión.
En los diarios, por un lado refleja el gozo que le
produce la vida contemplativa, pausada, las charlas y veladas con poetas,
escritores o pensadores alemanes, como Goethe, Schlegel, Schelling, Wieland,
Schiller...llenan su espíritu y le animan en su trabajo. Son altamente jugosos
sus comentarios sobre estos otros autores con los que se relaciona, tanto sobre
ellos como su obra. Pero a la vez manifiesta una soterrada inquietud, guarda
sentimientos políticos encontrados, un deseo impaciente de participar en la
política francesa, a pesar de que le indigna el camino que toman las cosas y
los vaivenes entre monarquía y
convención, entre Napoleón y Luis Felipe.
En la segunda parte del diario inicia un movimiento
de retorno, pasando temporadas en Suiza, y temporadas en París, según Napoleón
iba y venía. Finalmente fue elegido
diputado y miembro del consejo de estado, y refleja su estado de ánimo en sus
conversaciones con el emperador, en su retorno de los cien días, y las
tensiones que le supone su reintegro a la política, a la vez que (no puede evitarlo)
mantiene una turbulenta vida amorosa, guardando buenas relaciones -pero a
distancia- con su esposa, Charlotte, aún discutiendo con la Staël, y finalmente,
loco de deseo por Mme. Recamier, que por un lado le provoca y por otro le
rechaza. Constantemente acudiendo a almuerzos, cenas, veladas de teatro o
literarias, donde alterna con muchas mujeres que le perturban y le seducen,
hombres con los que departe y comenta sus teorías políticas ( Fouché,
Tayllerand, ...) otros con los que se reta a duelo, (por causa de las féminas),
veladas que pasa jugando y perdiendo....en suma, una agitada vida y un
permanente deseo de soledad, contrastando con el continuo movimiento viajero y
de relación social.
Resumiendo, un texto interesante para que aquellos
que siguen la obra del escritor suizo, ya que nos sumerge en sus pensamientos y
sentimientos, mostrándonos un poco más
su vida.
Ariodante
Abril 2014