L.A. DE BOUGAINVILLE
seguido de
Suplemento al viaje de Bougainville
o diálogo entre A y B
Denis Diderot
Prólogo de
Joan Bestard
Ed.Terra
Incógnita, 1999
La presente
edición es una composición de dos textos: dos capítulos, relativos a su
estancia en Tahití, de las memorias de Bougainville sobre sus tres años de
circunvalación al mundo, y una segunda parte escrita por Diderot con una serie
de reflexiones sobre el relato del viaje y la relación entre el hombre salvaje
y el civilizado, reflexión muy actual en el siglo de la Ilustración, era un
tema que un tema que les tenía muy interesados. «Con Bougainville la filosofía
viajaba -se nos dice en el prólogo- y de este viaje parecía que iba a nacer una
nueva ciencia del hombre». El objetivo inicial del viaje era entregar las Islas
Malvinas a España, lo cual implicaba un fracaso colonizador por parte francesa.
Sin embargo, el viaje resultó exitoso en cuanto a que sacó a la palestra el
tema del «buen salvaje» al publicar sus memorias del recorrido y llevar consigo
a un tahitiano, Aotourou, el cual, ingenuamente se sumó de buen grado al viaje,
probablemente pensando que su duración sería la que estaba habituado en sus
travesías a otras islas. El ejemplar de hombre salvaje, no civilizado, generó
una masiva curiosidad en todo París durante su estancia en la capital francesa.
En 1766 Bougainville fue
el primer francés en dar la vuelta al mundo. La expedición contaría con un
equipo científico formado por el astrónomo Véron y el naturalista Philibert
Commerson, además de un artista. En marzo de 1769 completa la primera
circunnavegación francesa volviendo a Saint-Malo habiendo perdido tan sólo a
siete hombres de un total de doscientos.
Tras la
bochornosa entrega de las Malvinas, Bougainville se adentró en el Pacífico y visitó Tahití en abril de 1768.
Permanecieron allí menos de diez días y Bougainville reclamó la isla para
Francia y la llamó Nueva Citera, ignorando que meses antes había sido descubierta por el inglés Samuel Wallis, a
bordo del HMS Dolphin.
Bougainville y
su tripulación quedaron primero asombrados y luego cautivados por un lugar
paradisíaco y unas gentes apacibles, hospitalarias en grado sumo. Las
descripciones que ofrece en el texto son las de un lugar idílico: clima suave,
gentes que habían desarrollado una sociedad donde el trabajo era muy llevadero,
adaptado exclusivamente a las necesidades de supervivencia, las relaciones
entre los sexos muy libres, lo que fue impactante para los europeos. Los
nativos ofrecían sus mujeres a los forasteros, como si les ofrecieran fruta o
bebida. Este hecho les resultaba especialmente perturbador a los ilustrados, (
y aun mas a los libertinos) que habían llegado a altas cotas de
sofisticación en las relaciones sexuales.
La vida en
Tahití era simple, gozosa y pacífica. Cierto que habían algunos inconvenientes,
pequeñas infracciones, algunas pendencias y que los indígenas guerreaban contra
los de islas cercanas periódicamente, pero por lo demás, creían más en la vida
que en la muerte, y estaban encantados de que sus mujeres quedasen encintas de
los forasteros, porque aumentarían la población. Sin embargo, fueron los
propios isleños los que indicaron, muy amablemente, que la presencia de los
extranjeros no debía alargarse. Una vez intercambiados los regalos, provistos
de agua y alimentos frescos, curados sus enfermos, los forasteros deberán
volverse al mar y continuar viaje, cosa que hicieron con algunos problemas
debido a las condiciones de la mar y los fondos marinos. En el trayecto de
vuelta, será Autourou, el tahitiano que les acompaña, el que irá informando a
Bougainville de muchas particularidades de su raza y costumbres, así como le
informará a posteriori, que los británicos habían llegado antes que los
franceses.
En la segunda
parte del libro, Diderot imagina un diálogo entre dos personas (A y B), además
de otro imaginario y jugoso diálogo entre el Capellán y el indígena Orou, sobre
las costumbres sexuales. Añade un capítulo, La
despedida de un anciano, que consiste en un largo lamento del salvaje ante
la civilización. En el diálogo posterior, Diderot defiende el estado salvaje
como ideal, como el primitivo estado de la humanidad, al que,
desafortunadamente, ya no hay retorno posible. La cultura le produce un
malestar, porque implica, como más tarde aclarará Freud, una represión de los
naturales instintos primarios, mientras que el salvaje vive felizmente en su ingenuo
estado de naturaleza. B resumirá el
diálogo con una conclusión: «Hablaremos contra las leyes insensatas hasta que
las reformen: y mientras tanto, nos someteremos a ellas. Aquel que, desde su
autoridad privada, infringe una ley mala autoriza a cualquier otro a infringir
las buenas. (...) Imitemos al buen capellán, monje en Francia, salvaje en
Tahití.» Dicho en castizo, «Allá donde fueres, haz lo que vieres».
Muy cuidada la
edición, con una bellísima cubierta, los textos van acompañados de múltiples
ilustraciones, dibujos, mapas, grabados, etc., así como retratos y anotaciones.
El prólogo es de Joan Bestard, que pone el acento en la reflexión filosófica
entre naturaleza y cultura, vida e historia.
Louis Antoine, conde de
Bougainville (París, 1729
–1811) fue un militar, explorador, y navegante francés que hizo la primera
circunnavegación francesa. Era hijo de un notario y hermano menor del historiador
Jean-Pierre de Bougainville (1722-63). Estudió leyes y ejerció como abogado en
el Parlamento de París, y en 1753, ingresó en el ejército en el cuerpo de
mosqueteros comenzando su carrera militar. En 1754, fue nombrado Secretario de
la Embajada en Londres. Participó en la Guerra de los Siete Años, y finalmente se
pasó a la Marina y realizó la vuelta al mundo. En su memoria se bautizó la isla
Bougainville y la fosa de Bougainville, en el archipiélago de Salomón, así como
la planta Buganvilia, que descubrió el naturalista de la expedición en Brasil y
trajo en su barco a Europa.
Denis Diderot (Langres,1713-París,1784) fue una figura decisiva de la
Ilustración como escritor, filósofo y enciclopedista francés. El centro de su
pensamiento radicaba el conflicto entre la razón y la sensibilidad. Para
Diderot, la razón se caracterizaba por la búsqueda de conocimientos con
fundamento científico y por la verificabilidad de los hechos observados
empíricamente. En 1746, la publicación de sus «Pensamientos filosóficos», en los que proclama su deísmo
naturalista, le acarreó la condena del Parlamento de París. Ese año le fue encargada la dirección, compartida
con D'Alembert, de la Enciclopedia. Durante más de veinte años, Diderot dedicó sus energías a hacer realidad la
obra más
emblemática de la
Ilustración, a la cual contribuyó con la redacción de más de mil artículos. En 1749, la aparición de su «Carta sobre los ciegos para uso de los que
pueden ver» le valió ser
encarcelado durante un mes en Vincennes por «libertinaje intelectual», a causa del tono escéptico del texto y sus tesis
agnósticas; en la cárcel recibió la visita de Rousseau, a quien conocía desde
1742 y que en 1758 acabó por distanciarse de él.
Ariodante
Agosto 2015