ANTONIO PICAZO
Ediciones del Viento, 2015
Es esta una
antología que selecciona, de modo algo aleatorio, sesenta personajes viajeros a
lo largo de la historia. El autor nos informa en el prólogo que los textos, en
su mayoría, fueron publicados en la revista Altaïr, si bien luego los ha
revisado y aumentado su longitud, así como añadido cuatro textos más. En la
elección de los autores, Picazo es consciente de que a pesar de ser muchos, son
también cantidad los desechados, por lo que ya advierte al lector de que no
pretende hacer un listado completo, sino uno lo más variado posible, tratando
de mostrar no solo a los famosos y archiconocidos viajeros, sino descubrir al
público lector personajes ignotos o poco conocidos.
Así, la
inevitable brevedad que tienen los artículos, se compensa con la variedad, y el
libro viene a ser como una obra de consulta, una especie de diccionario
incompleto, pero que nos remite a otros libros o películas que den más
información a aquel lector interesado por uno u otro personaje. Ciertamente, no
todos interesan por igual, porque los hay muy conocidos, de los que ya
disponemos de muchísima información, como Mark Twain o R.L. Stevenson, por
poner un ejemplo, y sin embargo hay otros rescatados del olvido que llaman
mucho la atención por algunos misterios en sus vidas o porque éstas son
francamente novelescas, con lo que animan al lector a buscar más información o
a a leer más sobre uno u otro autor. Encontramos, obviamente, una mayoría
masculina, puesto que a nivel histórico es un hecho que los hombres han viajado
más (el autor aclara el concepto de viajero: muchas mujeres han acompañado a
sus maridos o a sus padres en viajes, pero ello no las convierte en
viajeras).
El libro
comienza dando noticia del aventurero
vikingo Erik el Rojo (mediados siglo X) y acaba con el escritor y viajero
contemporáneo Paul Theroux, aún en activo. Hay, en mi opinión, algunos que su
inclusión es menos ajustada al concepto de viajero, como por ejemplo, los
hermanos Wright, más en la línea de los inventores que de los viajeros.
Desde los
clásicos exploradores y descubridores como Balboa, Juan de la Cosa, Cabeza de
Vaca, Pedro Páez, Fernandez de Quirós, Vitus Bering, George Vancouver, pasando
por Humboldt, Malaspina, Mungo Park, el dibujante Audubon, John Franklin,
(eterno buscador del Paso del Noroeste), hasta Gertrude Bell, Isabelle
Heberhardt o Ada Maria Elflein, pionera
de los viajes femeninos independientes.
Sin embargo,
el autor tiene hallazgos muy curiosos, como el hombre en quien se inspiró Julio
Verne para escribir «La vuelta al mundo en 80 días», con el punto chocante de
que George Francis Train, el viajero que realmente dio la vuelta al mundo en el
plazo fijado, en 1870, se sintió indignado que su hazaña fuera eclipsada por la
fama de la novela del escritor francés. Y abundando en este mismo tipo de
viaje, o sea el viaje como competición, a plazo fijo, destaca a la periodista
Nelly Bly ( Elizabeth Jane Cochran) que incluso rebajó el récord de Train a 72
días, en 1888.
Otro personaje
llamativo y desconocido es el de Búho Gris (Archibald Stansfeld Belaney),
inglés del sureste británico, que con 18 años, en 1908, emigró a Canadá y vagó
por montañas y valles, trabajando como trampero y guardabosques, inventándose
una nueva identidad como indio mestizo, adoptando vestimenta y costumbres
indias, y casándose con una india ojibwa. Desarrolló una vida trashumante y muy
especial.
Desconocido
fuera de Polonia es el hombre que atravesó África de norte a sur y viceversa,
Kazimierz Nowak, un polaco de pinta frágil y endeble, que sin embargo se
recorrió mas de cuarenta mil kilómetros en condiciones a veces durísimas, casi
siempre en bicicleta, camello o caballo, en barca o a pie. El esfuerzo y la
malaria que contrajo allí acabaron con su vida apenas cumplidos los cuarenta
años.
Pero quizás el
que me resulta más atractivo por el misterio que encierra es Percy Harrison
Fawcett, un coronel del ejército británico que deambuló durante más de quince
años por las selvas bolivianas, brasileñas y colombianas, al principio en
misiones oficiales de cartografía y exploración, y después ya por su cuenta, en
la primera década del siglo XX. Los relatos de sus aventuras le dieron mucha
fama y parece que Conan Doyle se inspiró en él para escribir «El mundo perdido».
Fawcett estaba persuadido de la existencia de una antigua ciudad perdida -a la
que llamaba Z- en la selva, pues había conseguido un plano donde parecía
figurar, sin nombre, tal ciudad. Por otra parte, su amigo el escritor Rider Haggard, (otro que tal) le había
proporcionado una estatuilla misteriosa con signos e inscripciones sugerentes,
y al parecer procedentes del Matto Grosso. Allí se dirigió hacia 1925, y allí
desapareció, junto a su hijo mayor y un amigo, habiendo despedido al resto de
expedicionarios. No se volvió a saber de ellos, salvo algunos restos materiales
de su impedimenta.
En suma, un
buen compendio de viajeros del que se han quedado fuera muchos,
inevitablemente. Sin embargo encontramos
muy de agradecer que el autor haya sacado a la luz muchos oscuros e ignorados
protagonistas de aventuras increíblemente interesantes y valiosas.
En cuanto a la
redacción de los textos, al ser procedentes de artículos de revista, tienen un
carácter muy periodístico, muy de reportaje rápido y divulgativo al máximo.
Quizás sobran algunos comentarios personales del autor, al que se le nota
cierta francofilia y anglofobia, así como algunas exageraciones en cuanto a la
valoración de las habilidades o los planteamientos de algunos viajeros, la
identificación de lo colonial con el colonialismo, en fin, valoraciones de tipo
ideológico que creo están de más (si bien el autor es muy libre de hacerlas).
En concreto, calificar de «crueles» los métodos de Audubon para poder dibujar y
catalogar con todo detalle la fauna
ornitológica norteamericana, me parece absurdo. La obra de Audubon es
valiosísima y científicamente impecable.
El trabajo de
edición, por otra parte, es espléndido, como no podía ser de otro modo en esta
editorial. El libro contiene muchas ilustraciones, fotografías, pinturas,
grabados, además de las referencias bibliográficas y cinematográficas en cada
artículo. Su lectura se hace francamente amena.
Ariodante
Agosto 2015