ARTURO PÉREZ-REVERTE
ALFAGUARA, 2013
“Ya no hay bárbaros, Faulques. Están todos dentro”
Excelente
y dramático viaje al interior de uno mismo, incluyendo la propia biografía del
escritor cartagenero. Los años en que el autor trabajó como reportero de guerra
debieron marcarle profundamente. Heridas que probablemente nunca sanarán,
porque cada vez que vea la foto o el reportaje de cualquiera de los continuos
conflictos actuales, tendrá que hacer un esfuerzo para no recordar. Creo que,
excluyendo Territorio Comanche, primera
aproximación al tema de la guerra, es en esta obra de madurez donde
Pérez-Reverte mejor reflexiona sobre la condición humana, el fotógrafo como
“ojo público”, contrapuesto a los propios combatientes y aquellos que están al margen, o mejor dicho,
aquellos que no están directamente presentes en el conflicto bélico. Los que no
miran o miran a otro lado…Pero no sólo es eso.
La
lectura remite a imágenes de alto contenido simbólico: la partida de ajedrez
del Caballero con la Muerte en el filme “El séptimo sello”, de Bergman, podría
equipararse a la larga conversación discontinua de Faulques con Markovic; del
mismo modo, el grabado de Durero “El caballero, la muerte y el Diablo”, donde
la Muerte esgrime el reloj de arena, recordando el poco tiempo que le queda, y
al fondo se aprecia un lejano torreón en lo alto de una montaña... resulta muy
relevante en esta novela. Encontramos en ella muchos simbolismos: el de la
propia pintura, descrita con gran detalle por sus referencias (Durero, Paolo
Ucello, Piero della Francesca, Brueghel, Goya, …), que marcarán una geometría
especial, una geometría cósmica; y
también el del dolor físico, interno, la enfermedad a la que solo se alude pero
que el pintor de batallas siente crecer en su interior, manifestándose con
ineludible periodicidad. La enfermedad como símbolo del Mal que afecta a la
condición humana.
Solo tres personajes se
mueven por estas páginas, aunque se podría decir que en realidad es uno
solo, el ex fotógrafo bélico Andrés
Faulques, que en sus años de madurez, tras abandonar la fotografía se refugia
en la pintura, pintura de guerras, a modo de exorcismo de sus propios demonios.
Que el autor haya elegido el apellido Faulques no parece casual: probablemente
aluda a un ex legionario francés, paracaidista y mercenario experto en lucha
contrarrevolucionaria, que recorrió muchos escenarios de guerra: la II Guerra
Mundial, Indochina, Argelia, Congo, Yemen… y que fue testigo de los horrores en
todos esos conflictos.
Los otros dos personajes,
que podrían ser un desdoblamiento de la mente de Faulques, son, en primer
lugar, el croata Ivo Markovic, cuya fotografía hizo ganar fama y premios al ex
reportero. El croata le ha estado buscando durante diez años, haciéndole
responsable indirecto de la muerte de su esposa e hijos, precisamente a causa
de la fotografía. Y finalmente le encuentra en su refugio pictórico.
Y por último, Olvido
Ferrara, o mejor dicho, su recuerdo, que gravita sobre toda la obra. Olvido (¡qué
acertado nombre!) conoció al fotógrafo en México y juntos vivieron una intensa
historia de amor durante tres años, hasta la muerte de ella. Una relación en la
que la belleza pugna frente a lo sublime: el horror. Empeñada ella misma en
olvidar su pasado, en borrarlo de su memoria, manchándose del lodo de los
escenarios guerreros: sangre, sudor y lágrimas. Su evocación será el pivote
sobre el que bascula la relación entre Faulques y Markovic, Olvido siempre presente en la memoria de
ambos, siempre recordada.
Las conversaciones entre el
pintor y el croata, una vez se encuentran en el viejo torreón conforman el
cuerpo principal de la narración, desplegando una panoplia de reflexiones sobre
la vida y la muerte, y la incidencia del arte en ellas.
“-¿Ya sabe por qué el ser
humano tortura y mata a los de su especie?... En esos treinta años de
fotografías, ¿obtuvo una respuesta?.
-No hacen falta treinta
años. Cualquiera puede comprobarlo, a poco que se fije... El hombre tortura y mata
porque es lo suyo. Le gusta.
-¿Lobo para el hombre,
como dicen los filósofos?
-No insulte a los lobos.
Son asesinos honrados: matan para vivir..”
Mirar es tomar partido,
piensa el pintor. ¿Es compatible matar y pensar? Le pregunta el croata, ¿se
puede torturar y pensar al mismo tiempo? ¿se puede pensar mientras toma
fotografías? Olvido Ferrara prefería no mirar, o mirar en otra dirección; sus
fotografías eran siempre de objetos, nunca de personas. La terrorífica visión
que se le ofrecía era tan impactante que prefería mirar las ruinas, los restos
de la catástrofe, nunca el rostro humano doliente. El recuerdo de las
conversaciones con su amante, tras una noche de amor o de espera ante la
inminente batalla puebla otra gran parte de la narración.
No hay acción en la novela,
salvo la de pintar, pues el ex fotógrafo, atrincherado en los agrietados muros
de una vieja torre junto al mar que le sirve de taller y de retiro, se ha
propuesto plasmar en aquellos viejos muros toda su experiencia de treinta años
mirando la guerra a través de su visor fotográfico, experiencia que, tras la
muerte de su amada, no puede sino rememorar en cada minuto de su vida, y está
convencido de que no es con la fotografía, sino con la pintura con lo que puede
extraer de su interior la esencia malvada de la naturaleza humana. Exorcizar
los demonios.
Así pues, tanto el pintor
como el croata, como el Caballero y la Muerte en su larga partida de ajedrez,
rememoran sus tangenciales vidas desde el punto en que confluyen y se separan.
Markovic le cuenta su experiencia como soldado, como prisionero, como torturado
y como torturador, evocando momentos tremendos.
Faulques no cuenta apenas,
pero recuerda. Rememora los tres años pasados junto a Olvido, la mujer de su vida, una mujer que, huyendo
de la ficción de la fotografía artística, de un mundo que ella entiende como
irreal y frívolo, se une a Faulques en su continuo recorrer las guerras, en su
continuo mirar el horror a través de la cámara, amándose en las más desoladoras
situaciones, internándose cada vez más en el trágico drama bélico que hace
surgir lo peor de la humanidad, su lado más oscuro y tenebroso.
Reverte sabe entrar no
solo en el mundo del reportero bélico, puesto que lo ha vivido durante años,
sino también en el alma del artista, y hace creíble sus movimientos con el
pincel, mezclando los colores, dibujando las líneas en una dramática geometría,
mostrando sus dudas y certezas, haciendo que el lector vea esa pintura, que es
la pintura del alma del ex fotógrafo cuyos actos le pasan factura, no solo en
su memoria, sino en la propia persona de Markovic, encarnación del ángel
exterminador…o de su propia conciencia. Asimismo
repasa la historia de la pintura de guerras, tomando de aquí y de allá
personajes, rostros, gestos, líneas y colores, aprovechando las grietas de la
propia pared, que, como ríos recorren el paisaje desolado. Ríos del olvido,
Leteo en la memoria…
Novela desgarradora,
escrita con el corazón en la mano, adentrándose en la naturaleza humana, de
modo sumamente lúcido y realista, usando en un estilo mezcla de flujo de
pensamientos con diálogos y recuerdos. Recorrido por el horror y el dolor, por
el amor imposible. Rememorando la vida humana, que desgraciadamente, parece no
poder desprenderse de esa lacra, ese corazón tenebroso.
Fuensanta Niñirola
Dic.2015