HENRI TROYAT
EDICIONES B, 2004
Publicada en 1996, esta biografía está narrada en un
estilo muy ameno que muestra más la parte humana y la psicología del
biografiado, en una línea literaria que se acerca a los Ludwig, Zweig o
Strachey, si bien en un tono menor. Enmarca a Rasputín en el contexto que le
rodea: la Rusia campesina, primero, y la aristocrática, después, hasta la más
cercana relación con la familia imperial, de la que muestra también sus complejos
entresijos. Troyat dibujará, con rasgos generales y sin entrar en demasiados
detalles, los graves problemas políticos rusos: el desastre de la guerra con
Japón, las continuas pendencias de la Duma con el zar, la deriva hacia la
primera gran guerra europea y cómo Rusia entra en ella sin estar preparada, con
un ejército de campesinos, sin apenas armamento ni intendencia. El vacío de
poder, dado que el zar estaba más preocupado por su familia que por el Estado
que encabezaba, tampoco fue sustituido por políticos fuertes y con claridad de
ideas. Las luchas intestinas entre Kerenski, los bolcheviques, los anarquistas,
y las continuas insurrecciones dentro de la milicia, colmaron el vaso. Rasputín
fue probablemente la gota que lo derramó.
La vida adulta de Grigory Efimovich Rasputín está
estrechamente ligada a los años finales de los Romanov, y por tanto a los
últimos años de la Rusia feudal. Por incomprensible que parezca al ciudadano
occidental, un semental semi-analfabeto, inestable mentalmente y de aspecto
rudo y agresivo, poseía tal carisma y voluntad que supo encumbrarse hasta los
más altos niveles del poder en la Rusia de los zares. Consiguió de la zarina Alexandra
una dependencia total de sus consejos, y por la vía indirecta, del propio Zar,
el cual, de carácter débil y poca disposición como gobernante, confiaba más en
su esposa que en los ministros, y a su vez ella seguía a pies juntillas a su
guía espiritual siberiano de ojos hipnóticos. Las damas de la aristocracia
rusa, principalmente, se vieron afectadas por las maneras salvajes, teñidas de
primitiva religiosidad, del staretz
Grigory, a la vez que seducidas por la sexualidad animal que parecía expeler
como un perfume embriagador. Damas frívolas o piadosas, acostumbradas al
abandono de sus esposos o al aburrimiento conyugal, pacato y victoriano, sin
embargo, guardaban en su interior una explosiva pulsión sexual, unida muchas
veces a una religiosidad mística y mágica, presta a manifestarse de un modo u
otro ante un personaje como Rasputín, que, bajo el barniz de guía espiritual,
consejero y sanador, acogía inmediatamente bajo su control a todas sus
seguidoras. Se creó una corte paralela a la corte imperial, una corte femenina alrededor
de este impresentable personaje, al que protegían económicamente, mimaban,
confiaban sus secretos y abrían su alcoba (y sus piernas). Y el staretz supo aprovecharse de ello. La
atracción del poder se hizo fuerte en su persona, casi más que la pulsión
sexual, y su trayectoria era imparable. Solo la muerte podría frenar el ascenso
de este hombre extraordinario.
El biógrafo lo describe con indulgencia: de complexión
alta, gran poder oratorio y de actuación, mirada muy penetrante y de un carisma
profundo; las mujeres le atraen de modo adictivo, el sexo le domina. Trata de
comprender su psicología y la de sus adeptas, mostrando cómo pudo llegar tan alto, y cómo las
mismas causas de su ascenso serán las causas del hundimiento de los Romanov y
del sistema feudal zarista. Para Troyat, la descomposición del estado
absolutista era pareja a la corrupción de la frívola aristocracia que lo
sustentaba, al ingenuo fervor del pueblo llano, acostumbrado a la sumisión, y todo
ello, unido a los estragos que la Gran Guerra produjo en la sociedad rusa,
mayoritariamente campesina y analfabeta, viviendo bajo mínimos, trastocando
todos los valores sociales, fueron elementos claves que posibilitaron a una
minoría de intelectuales fervorosos y desenfrenados como los bolcheviques se
hicieran con el poder. Troyat apenas habla de ellos. Según su visión, Rusia ya
estaba desmembrada y destrozada cuando Lenin bajó del famoso tren blindado. Se
lo pusieron en bandeja de plata, nunca mejor dicho. El propio Rasputín fue uno
de los artífices más eficaces de la caída del régimen, incluso lo predijo: si
le mataba alguien de la familia imperial, toda ella se vendría abajo. Así fue:
el príncipe Yusupov tuvo la responsabilidad directa de su muerte. “La profecía
de Rasputín se ha cumplido punto por punto: su muerte ha hecho sonar el toque
de difuntos del Imperio ruso. Los Romanov han sobrevivido sólo un año y medio a
aquel a quien habían elegido como guía espiritual. En realidad, creyendo
protegerlos, es a Lenin a quien ha tendido una mano sustentadora.”
Nacido en 1869 en Pokrovskoi (Siberia), lejos del mundanal
ruido y en una pequeña aldea rodeada de bosques y ríos inmensos, donde la Madre
Naturaleza se adueña de lo humano, la infancia de Grigory transcurre asilvestrada,
sin escolarizar; analfabeto, frágil y de salud quebradiza, conforme crece desarrolla
un carácter soñador, inestable, propenso a las alucinaciones, manifestando una fuerte
atracción por la vida vagabunda de esos santones que recorren los caminos
viviendo de la hospitalidad de los campesinos y prodigando bendiciones y rezos.
Visita santuarios y ermitaños, se impregna
de la tradición religiosa, pero no consigue dominar otra de sus
características: la pulsión sexual. Muchas veces se lanza a los caminos,
recorriendo Rusia, Grecia, Jerusalén…De los ascetas y ermitaños consigue
aprender rudimentos de lectura y escritura, que nunca llegó a dominar. Su atracción
se manifestaba en el contacto personal: era un “sanador” que absorbía el mal
ajeno, concentrándose y casi como un médium, empatizaba hasta tal punto con la
persona que necesitaba su ayuda, que ésta, por alguna razón desconocida, quizá
por sugestión, finalmente sanaba. La mirada era su punto más fuerte: una mirada
hipnótica, que subyugaba por completo a quien era objeto de esos ojos.
Tras años de peregrinaciones y de vagabundeos Rasputín
tiene treinta y cuatro años cuando llega por primera vez a San Petersburgo en
1903. El impacto de la gran ciudad sobre
él es enorme. Y del mismo modo, su extravagante presencia impacta la sociedad
petersburguesa, a la que será introducido por una de sus primeras amantes
aristócratas: Anna Vyrubova, muy próxima a la zarina. Ven en él “un producto
puro del suelo ruso, un cristiano de los primeros tiempos(…)No un hombre de la
Iglesia sino un hombre de Dios. El hecho de que se trate de un campesino sin
modales, que se expresa en un lenguaje inculto, lo hace aún más creíble a los
ojos tanto del clero como de la sociedad”.
Alternará estancias en la capital con estancias en su casa
rural de Pokrovskoi, donde siguen viviendo su esposa y sus hijos. En la corte,
su presencia resulta imprescindible para la zarina, que lo necesita para
garantizar su bienestar mental y la quebradiza salud del zarévich, hemofílico al
que las oraciones de Rasputín parecían sanar de sus frecuentes ataques. A lo largo de casi 13 años, la
influencia del staretz crece
paulatinamente desde la simple guía espiritual y su intervención como sanador,
hasta el punto de ser responsable del ascenso y caída de ministros, altos
cargos, toma de decisiones gubernamentales, etc., todo desde la vía indirecta
de su íntima relación con la zarina. Llegada a un punto crítico la situación
política del país, al borde del caos, una conjura acaba en diciembre de 1916
con la vida de Rasputín: el príncipe Félix Yusúpov, junto al líder derechista
de la Duma, Vladímir Purishkévich, y dos grandes duques, Dmitri Pávlovich y
Nicolás Mijáilovich. Tras narrar con detalle los luctuosos sucesos que
acompañaron a su asesinato, dedica Troyat el capítulo final a contar el último
año de la familia imperial. “A la sangre de Rasputín, salpicando una pieza del
subsuelo del palacio Yusupov, ha respondido la sangre de los Romanov, brotando
bajo el fusilamiento en los muros de otro subsuelo, el de la casa Ipatiev. El
círculo se ha cerrado.”
En suma, una biografía de corte divulgativo, amena, que da
una idea general de lo que pudo ser la vida de este oscuro personaje del que se
desconoce mucho a pesar de los testimonios procedentes de testigos presenciales
supervivientes. En 1995 salió a la luz un documento perdido de los Archivos del
Estado, que contenía los interrogatorios completos del círculo íntimo de
Rasputín. No sabemos si Troyat tuvo acceso a ello, porque no lo cita; pero sí a
otros textos, que cita en sus notas: las
memorias de Matryona Grigórievna Raspútina, (1932) así como los textos del
príncipe Yusúpov “El final de Rasputin” (1927) y “Memorias”(1953), las de Anna
Vyrubova, las del general Guerasimov, los textos de A. Amalril, y Maurice Paléologue. La película “Nicolás y
Alexandra” (1971), de F.J. Schaffner probablemente visionada por Troyat, pudo
ilustrarle para describir algunas escenas, que tienen notable parecido con las
descritas por el autor en la biografía.
Henri Troyat (Moscú,
1911–París, 2007), fue un historiador y prolífico escritor francés de origen
armenio/ruso, cuyo verdadero nombre era Lev Aslánovich Tarasov. Fue premio
Goncourt (1938) y miembro de la Academia
Francesa.