24/1/16

EL FENÓMENO RASPUTÍN

RASPUTIN: RUSIA ENTRE DIOS Y EL DIABLO

HENRI TROYAT



EDICIONES B, 2004


Publicada en 1996, esta biografía está narrada en un estilo muy ameno que muestra más la parte humana y la psicología del biografiado, en una línea literaria que se acerca a los Ludwig, Zweig o Strachey, si bien en un tono menor. Enmarca a Rasputín en el contexto que le rodea: la Rusia campesina, primero, y la aristocrática, después, hasta la más cercana relación con la familia imperial, de la que muestra también sus complejos entresijos. Troyat dibujará, con rasgos generales y sin entrar en demasiados detalles, los graves problemas políticos rusos: el desastre de la guerra con Japón, las continuas pendencias de la Duma con el zar, la deriva hacia la primera gran guerra europea y cómo Rusia entra en ella sin estar preparada, con un ejército de campesinos, sin apenas armamento ni intendencia. El vacío de poder, dado que el zar estaba más preocupado por su familia que por el Estado que encabezaba, tampoco fue sustituido por políticos fuertes y con claridad de ideas. Las luchas intestinas entre Kerenski, los bolcheviques, los anarquistas, y las continuas insurrecciones dentro de la milicia, colmaron el vaso. Rasputín fue probablemente la gota que lo derramó.

La vida adulta de Grigory Efimovich Rasputín está estrechamente ligada a los años finales de los Romanov, y por tanto a los últimos años de la Rusia feudal. Por incomprensible que parezca al ciudadano occidental, un semental semi-analfabeto, inestable mentalmente y de aspecto rudo y agresivo, poseía tal carisma y voluntad que supo encumbrarse hasta los más altos niveles del poder en la Rusia de los zares. Consiguió de la zarina Alexandra una dependencia total de sus consejos, y por la vía indirecta, del propio Zar, el cual, de carácter débil y poca disposición como gobernante, confiaba más en su esposa que en los ministros, y a su vez ella seguía a pies juntillas a su guía espiritual siberiano de ojos hipnóticos. Las damas de la aristocracia rusa, principalmente, se vieron afectadas por las maneras salvajes, teñidas de primitiva religiosidad, del staretz Grigory, a la vez que seducidas por la sexualidad animal que parecía expeler como un perfume embriagador. Damas frívolas o piadosas, acostumbradas al abandono de sus esposos o al aburrimiento conyugal, pacato y victoriano, sin embargo, guardaban en su interior una explosiva pulsión sexual, unida muchas veces a una religiosidad mística y mágica, presta a manifestarse de un modo u otro ante un personaje como Rasputín, que, bajo el barniz de guía espiritual, consejero y sanador, acogía inmediatamente bajo su control a todas sus seguidoras. Se creó una corte paralela a la corte imperial, una corte femenina alrededor de este impresentable personaje, al que protegían económicamente, mimaban, confiaban sus secretos y abrían su alcoba (y sus piernas). Y el staretz supo aprovecharse de ello. La atracción del poder se hizo fuerte en su persona, casi más que la pulsión sexual, y su trayectoria era imparable. Solo la muerte podría frenar el ascenso de este hombre extraordinario.

El biógrafo lo describe con indulgencia: de complexión alta, gran poder oratorio y de actuación, mirada muy penetrante y de un carisma profundo; las mujeres le atraen de modo adictivo, el sexo le domina. Trata de comprender su psicología y la de sus adeptas,  mostrando cómo pudo llegar tan alto, y cómo las mismas causas de su ascenso serán las causas del hundimiento de los Romanov y del sistema feudal zarista. Para Troyat, la descomposición del estado absolutista era pareja a la corrupción de la frívola aristocracia que lo sustentaba, al ingenuo fervor del pueblo llano, acostumbrado a la sumisión, y todo ello, unido a los estragos que la Gran Guerra produjo en la sociedad rusa, mayoritariamente campesina y analfabeta, viviendo bajo mínimos, trastocando todos los valores sociales, fueron elementos claves que posibilitaron a una minoría de intelectuales fervorosos y desenfrenados como los bolcheviques se hicieran con el poder. Troyat apenas habla de ellos. Según su visión, Rusia ya estaba desmembrada y destrozada cuando Lenin bajó del famoso tren blindado. Se lo pusieron en bandeja de plata, nunca mejor dicho. El propio Rasputín fue uno de los artífices más eficaces de la caída del régimen, incluso lo predijo: si le mataba alguien de la familia imperial, toda ella se vendría abajo. Así fue: el príncipe Yusupov tuvo la responsabilidad directa de su muerte. “La profecía de Rasputín se ha cumplido punto por punto: su muerte ha hecho sonar el toque de difuntos del Imperio ruso. Los Romanov han sobrevivido sólo un año y medio a aquel a quien habían elegido como guía espiritual. En realidad, creyendo protegerlos, es a Lenin a quien ha tendido una mano sustentadora.”

Nacido en 1869 en Pokrovskoi (Siberia), lejos del mundanal ruido y en una pequeña aldea rodeada de bosques y ríos inmensos, donde la Madre Naturaleza se adueña de lo humano, la infancia de Grigory transcurre asilvestrada, sin escolarizar; analfabeto, frágil y de salud quebradiza, conforme crece desarrolla un carácter soñador, inestable, propenso a las alucinaciones, manifestando una fuerte atracción por la vida vagabunda de esos santones que recorren los caminos viviendo de la hospitalidad de los campesinos y prodigando bendiciones y rezos.  Visita santuarios y ermitaños, se impregna de la tradición religiosa, pero no consigue dominar otra de sus características: la pulsión sexual. Muchas veces se lanza a los caminos, recorriendo Rusia, Grecia, Jerusalén…De los ascetas y ermitaños consigue aprender rudimentos de lectura y escritura, que nunca llegó a dominar. Su atracción se manifestaba en el contacto personal: era un “sanador” que absorbía el mal ajeno, concentrándose y casi como un médium, empatizaba hasta tal punto con la persona que necesitaba su ayuda, que ésta, por alguna razón desconocida, quizá por sugestión, finalmente sanaba. La mirada era su punto más fuerte: una mirada hipnótica, que subyugaba por completo a quien era objeto de esos ojos.

Tras años de peregrinaciones y de vagabundeos Rasputín tiene treinta y cuatro años cuando llega por primera vez a San Petersburgo en 1903.  El impacto de la gran ciudad sobre él es enorme. Y del mismo modo, su extravagante presencia impacta la sociedad petersburguesa, a la que será introducido por una de sus primeras amantes aristócratas: Anna Vyrubova, muy próxima a la zarina. Ven en él “un producto puro del suelo ruso, un cristiano de los primeros tiempos(…)No un hombre de la Iglesia sino un hombre de Dios. El hecho de que se trate de un campesino sin modales, que se expresa en un lenguaje inculto, lo hace aún más creíble a los ojos tanto del clero como de la sociedad”.
Alternará estancias en la capital con estancias en su casa rural de Pokrovskoi, donde siguen viviendo su esposa y sus hijos. En la corte, su presencia resulta imprescindible para la zarina, que lo necesita para garantizar su bienestar mental y la quebradiza salud del zarévich, hemofílico al que las oraciones de Rasputín parecían sanar de sus frecuentes  ataques. A lo largo de casi 13 años, la influencia del staretz crece paulatinamente desde la simple guía espiritual y su intervención como sanador, hasta el punto de ser responsable del ascenso y caída de ministros, altos cargos, toma de decisiones gubernamentales, etc., todo desde la vía indirecta de su íntima relación con la zarina. Llegada a un punto crítico la situación política del país, al borde del caos, una conjura acaba en diciembre de 1916 con la vida de Rasputín: el príncipe Félix Yusúpov, junto al líder derechista de la Duma, Vladímir Purishkévich, y dos grandes duques, Dmitri Pávlovich y Nicolás Mijáilovich. Tras narrar con detalle los luctuosos sucesos que acompañaron a su asesinato, dedica Troyat el capítulo final a contar el último año de la familia imperial. “A la sangre de Rasputín, salpicando una pieza del subsuelo del palacio Yusupov, ha respondido la sangre de los Romanov, brotando bajo el fusilamiento en los muros de otro subsuelo, el de la casa Ipatiev. El círculo se ha cerrado.”

En suma, una biografía de corte divulgativo, amena, que da una idea general de lo que pudo ser la vida de este oscuro personaje del que se desconoce mucho a pesar de los testimonios procedentes de testigos presenciales supervivientes. En 1995 salió a la luz un documento perdido de los Archivos del Estado, que contenía los interrogatorios completos del círculo íntimo de Rasputín. No sabemos si Troyat tuvo acceso a ello, porque no lo cita; pero sí a otros textos, que cita en sus notas:  las memorias de Matryona Grigórievna Raspútina, (1932) así como los textos del príncipe Yusúpov “El final de Rasputin” (1927) y “Memorias”(1953), las de Anna Vyrubova, las del general Guerasimov, los textos de A. Amalril,  y Maurice Paléologue. La película “Nicolás y Alexandra” (1971), de F.J. Schaffner probablemente visionada por Troyat, pudo ilustrarle para describir algunas escenas, que tienen notable parecido con las descritas por el autor en la biografía.

Henri Troyat (Moscú, 1911–París, 2007), fue un historiador y prolífico escritor francés de origen armenio/ruso, cuyo verdadero nombre era Lev Aslánovich Tarasov. Fue premio Goncourt (1938) y  miembro de la Academia Francesa.



 Fuensanta Niñirola

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