GEORGES SIMENON
TRADUCCIÓN DE
JOSÉ RAMÓN MONREAL
Acantilado, 2012
“Era noviembre. Caía la noche. Por la
ventana pudo ver un brazo del Sena, la plaza Saint-Michel y un barco, todo ello
envuelto en una sombra azul que las farolas una tras otra estrellaban.” Este es
uno de los primeros párrafos con los que comienza la narración, que tiene la
peculiaridad de ser la primera en la que aparece el personaje que le dará mucha
fama a Simenon (y que tiene algunos rasgos de alter-ego): el comisario Jules
Maigret.
1929. Simenon navegaba durante el verano
por el Mar del Norte cuando concibió esta novela y sobre todo, a este personaje
que continuaría apareciendo en muchas más obras de intriga: “Esa gabarra, -cuenta
el escritor belga- en la que coloqué un gran cajón para mi máquina de escribir
y una caja algo más pequeña para mi trastero, iba a convertirse en la cuna de
Maigret. ¿Me disponía a escribir una novela popular como las demás? Una hora
después, vi que empezaba a perfilarse la mole poderosa e impasible de un tipo
que me pareció que sería un comisario aceptable. A lo largo de ese día fui
añadiendo algunos accesorios: una pipa, un sombrero hongo y un grueso abrigo de
cuello de terciopelo. Y le concedí, para su despacho, una vieja estufa de
hierro colado.” Maigret, cuarenta y cinco años, unido a su eterna pipa como el
escritor belga, es descrito como un hombre grande y huesudo, musculoso, que,
aunque cuidaba su apariencia y vestía con pulcritud, su aspecto no era
precisamente aristocrático. Esta casado y en buena relación matrimonial, su
esposa es un ama de casa convencional, y ellos una pareja que se lleva bien, a
pesar de los horarios del comisario, que, como todos los policías, nunca se
sabe si va a comer o a dormir a casa.
La narración comienza con un asesinato: en
un tren que llega a París desde Bruselas aparece un cadáver embutido en uno de
los lavabos del tren. El aviso de que un conocido pero escurridizo delincuente,
Pietr al que apodan “el letón” se dirige a París tras un sinuoso recorrido
desde Cracovia, hace recaer las sospechas en el cadáver, que tiene rasgos
parecidos. Maigret comienza su
investigación.
El seguimiento de pistas le lleva al hotel
Majestic de París, en los Campos Elíseos, donde un grupo de potentados,
elegantes y orgullosos, ocupan sus lujosas habitaciones con gran boato. Uno de
estos potentados, a pesar del smoking y su aspecto elegante, además de firmar
con un nombre distinto en el registro, tiene un gran parecido con el Letón, por
lo que es sometido a vigilancia. Los demás son el matrimonio Levingston,
millonarios americanos.
El Letón es conocido y buscado por ser un
estafador de altura, dirigente de una banda internacional cuyos secuaces le
hacen el trabajo sucio y a él no se le ha podido demostrar aun su
participación. Maigret lo sabe y se dispone a esperar con paciencia.
De pronto, ambos desaparecen, dejando
colgada a la señora Levingston que se consuela en el bar. Maigret le sigue la
pista a un posible retrato femenino que podría haber estado en la chaqueta del
hombre muerto en el tren. Esto le lleva a una pequeña población en la costa
normanda, Fécamp, entre Dieppe y Le Havre. Y allí busca a un marino, el señor
Swaan, aunque solo puede hablar con su esposa y ver a sus hijos. Un hombre de
aspecto rudo y malcarado se dirige a una taberna a donde le sigue Maigret, a
pesar de la inclemente lluvia. Y lo seguirá de vuelta a París, pero no a los
Campos Elíseos sino a los bajos fondos parisinos, un hotelucho de mala muerte
donde convive con otra mujer, Anna Gorskine.
El acecho continuo y deliberadamente
ostensible con el que Maigret tiene sometido al sospechoso y sus posibles
compinches, crea una ligazón entre ambos, como el propio narrador comenta:
“Quizá sería exagerado pretender que, en muchas investigaciones, nacen unas
relaciones cordiales entre el policía y aquel a quien debe hacer confesar. Sin
embargo, casi siempre y a menos de tratarse de un bruto, se establece cierta
intimidad. Sin duda, esto se debe al hecho de que, durante semanas y a veces
meses, policía y malhechor viven pendientes el uno del otro. El investigador
trabaja encarnizadamente para penetrar hasta el fondo del pasado del culpable,
intenta reconstruir sus pensamientos y prever sus mínimos reflejos. En la
partida, ambos se juegan la piel. Y cuando se encuentran, las circunstancias
son suficientemente dramáticas como para hacer desaparecer la indiferencia
cortés que suele presidir diariamente las relaciones entre los hombres.”
Ocurren un par se asesinatos más antes de que finalmente se resuelva el caso.
Maigret queda algo contusionado, pero bajo los cuidados de su esposa. Los
detalles habrá de averiguarlos el lector.
El comisario es un personaje muy cercano
al público, porque ni es una mente privilegiada estilo Holmes, ni un elegante
casi aristocrático como Poirot, ni tiene inmunidad física, come bocadillos con
cerveza cuando no puede atacarle a un buen choucroute
con un buen vino, pasa frío mientras hace su turno de vigilancia bajo la
lluvia, y aunque es lo suficientemente duro, agradece que lo mimen. Es, como si
dijésemos, un héroe cotidiano.
Fuensanta Niñirola
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