27/1/10

QUEVEDO

Reseña publicada anteriormente en: http://libros2.ciberanika.com/desktopdefault.aspx?pagina=/letras/M/p05175.ascxefault.aspx?pagina=/letras/M/p05175.ascx

Baltasar Magro Santana, (1949, Toledo) Tras estudiar Filosofía y Letras en la Universidad Autónoma de Madrid, se licenció en Periodismo, profesión que ha ejercido, a lo largo de más de treinta años en diferentes televisiones (guionista, director de informativos, y especialmente, Informe Semanal). Entre sus novelas se hallan: El círculo de Juanelo (2000), cuyo éxito y buena acogida de la crítica le impulsó a continuar escribiendo; La sangrienta luna (2001), Carrosanto (2002), Los nueve desconocidos (2004) y En primera línea (2006).
La hora de Quevedo, novela que nos ocupa ahora, es una composición sobre la vida de Quevedo, a modo de reflexiones autobiográficas. Escrita, por tanto, en primera persona, a modo de una larga carta dirigida a su sobrino, Pedro Alderete, en la que le comenta su vida, sus recuerdos, sus reflexiones y sus anhelos.
Supuestamente escrita desde La Torre de Juan Abad, su señorío, y posteriormente desde el convento de Santo Domingo, en Villanueva de los Infantes, donde falleció en 1645, el autor, Baltasar Magro, metido en la piel y en el lenguaje de Quevedo, nos desgrana páginas francamente interesantes, no sólo sobre su vida, sino sobre los acontecimientos históricos de la época, las intrigas palaciegas, las luchas internas y las interminables guerras, alianzas, traiciones y conjuras en la Europa del siglo XVII. De impecable factura, tanto técnica como de edición, libro manejable y ameno.

Una novela redonda, de gran calidad literaria e histórica, a la vez que humana. El autor va alternando el relato/recuerdo de sus épocas pasadas, de su actividad política al lado de poderosos, sobre todo su amistad y lealtad a Don Pedro, Duque de Osuna, virrey de Sicilia y de Nápoles, adonde Quevedo le siguió como amigo, como consejero, como privado, e incluso como espía, y como su valedor ante la Corte de Felipe III. De su amistad dice: “Éramos cómplices, imprudentes, teníamos posturas semejantes sobre las enfermedades del reino y necesitábamos saborear el riesgo para sentirnos a placer” Su otra gran amistad, duradera hasta la muerte, con el Duque de Medinaceli y su esposa. Sus encuentros con Juan de Mariana, sus diatribas con Góngora y su defensa de Lope de Vega; de su actividad literaria y satírica, sus relaciones en la Corte, con los diferentes validos y privados, con los reyes, etc. También sabemos -poco- de sus dos grandes amores: Mariana, en Selinunte, y la pintora Cristina de Morais, en Lisboa. Y de su desafortunado y brevísimo matrimonio. Y a la vez nos cuenta, le cuenta a su sobrino, de su hora presente, de sus dolencias, sus desalientos, sus esperanzas:“Es el dilema al rozar la vejez, cuando un amargo cansancio te hace contemplar todo como si fuera horrible, cuando la carencia de pasión en tu cuerpo te alerta, y penas y contienes el llanto porque te avergüenzas al hacerte anciano”.
Comienza el relato al salir de la prisión en la que permaneció cuatro largos y terribles años, en el Convento de San Marcos, en León, adonde fue a parar sin conocer su acusación ni a su acusador. Y acaba con su muerte, poco después de referirnos cómo conoce el nombre de su delator, del supuesto amigo que le traicionó. Esos años en la prisión le desmoronaron física -ya tenia cerca de sesenta años- y moralmente. Y a partir de ahí Quevedo, por boca de Baltasar Magro, va desgranando historias pasadas, poemas, reflexiones, opiniones políticas sabrosísimas, a veces muy actuales...“Quiero seguir cuidando el bien más preciado que poseo, mis pensamientos, el tesoro que nadie puede quitarte si lo proteges como es debido”.
Un libro que deleita por el lenguaje con que está escrito, que informa sobre la época, y que nos hace partícipes de los sentimientos de un poeta y un guerrero, un amante y un solitario, un fiel amigo, y, sobre todo, un hombre.

20/1/10

CINE EN CASA: películas para pensar
















En breve espacio de tiempo he tenido oportunidad de visionar dos películas y un remake, cuyo tema tiene una cierta ligazón entre sí, al menos se desprende de ellas una reflexión que nos puede hacer pensar un poco.
Se trata, por una parte, de El tren de las 3,10, en su primera versión (1957) de Delmer Daves, (http://www.filmaffinity.com/es/film152520.html ) y su remake de 2007, Misión Peligrosa, (http://www.filmaffinity.com/es/film433829.html) de James Mangold. Y por otra, la película de Robert Rossen, de 1959, Llegaron a Cordura, con unos maduros Gary Cooper, Van Heflin, y Rita Hayworth y un jovencito Tab Hunter. Basada también en otra novela, esta de Glendon Swarthout.
Consideremos primero El tren de las 3,10, película basada en un relato homónimo de Elmore Leonard, autor norteamericano en cuyas obras se han basado varias películas, además de ésta: Get Shorty, Jackie Brown, etc.











El argumento es sencillo: unos forajidos, dirigidos por Ben Wade, (Glen Ford en la primera versión; Russell Crowe en la segunda) asaltan la diligencia para robar su cargamento. El asalto es presenciado de lejos por un ganadero, Dan Evans (Van Heflin/ Christian Bale) y sus dos hijos pequeños, sin poder hacer nada por impedirlo. Los bandidos se van al pueblo cercano, y de allí hacia la frontera, pero Ben Wade, su jefe, se demora con una chica y es capturado por el sheriff. La tensión se manifiesta en cómo el sheriff y su equipo ha de hacer para evitar el ataque seguro de la banda de forajidos, y llevar al detenido a la ciudad donde ha de ser juzgado. Dan Evans, hombre que no busca sino el bien de su familia y su negocio, azuzado por apuros económicos, se ofrece voluntario para participar en la misión, implicando a su familia en ello, ya que para esquivar a los bandidos se ocultan en su granja por unas horas. Después, Evans ha de custodiar a Wade en una habitación del hotel hasta que llegue el tren, a las 3,10. Y es este lapso de espera en el que la tensión de la película se manifiesta en su mayor profundidad. Las imágenes del reloj, nos retrotraen a otra película cuyos ecos resuenan a lo largo del film: Highnoon (Solo ante el peligro). El tiempo apremia y va a llegar un tren.
Desde el primer momento hemos visto de qué quiere hablarnos el autor: del valor y del miedo, del honor, y de la cobardía, de la honradez y la corrupción. Evans desde un primer momento no quiere inmiscuirse, él no ha sido agredido, el asunto no le incumbe: le preocupa su familia y su granja, su apuro económico y cómo salir de él. Su mujer, sin embargo, se inquieta por el honor: ante sus hijos, su marido ha quedado como falto de valor, al no enfrentarse directamente con los bandidos. Finalmente, ante el temor generalizado en el pueblo, y la oferta de una recompensa que le sacaría de sus miserias, Evans se ofrece a colaborar. Pero como vemos, llega el momento en que incluso la recompensa ofrecida deja de ser el motivo de su decisión. Se ha comprometido a algo que debe hacer y es justo que ponga todo su empeño en hacerlo.
En su hogar, delante de su familia, el bandido es tratado por todos con la máxima cortesía; y también Ben Wade corresponde, comportándose correctamente. Pero en su reclusión en el hotel a la espera del tren, Wade mantiene una tensa conversación (sustituto simbólico de un duelo) con Evans, al que primero intenta atacar físicamente, y al fallar, dirige sus dardos a tratar de corromperlo, ofreciéndole parte del botín. Y notamos casi físicamente como hierven los pensamientos en el cerebro de Evans. El duelo dialéctico y artístico entre Glen Ford y Van Heflin es terrible: ambos bordan su papel. Evans es un hombre honrado, pero nadie esta libre de dudas y tentaciones. Llega un momento en que la decisión es suya, únicamente, ya que se le ofrece la opción de abandonar, ya que todos se han ido y está solo. El reloj continúa su marcha, marcando inexorablemente la hora fatal.
Pero Evans no se rinde. En su tensa conversación con Wade, hasta el propio forajido reconoce y llega a estimar el valor de quien se le enfrenta, su lucha no sólo por la supervivencia, sino por otros valores: su hogar, la esposa y los hijos que le esperan y ante los cuales no ha de flaquear esta vez su valentía. Es un hombre honrado, que no busca el conflicto, pero si éste viene a él, no va a eludirlo. Y sobre todo, ahora tiene un objetivo que cumplir, y que le implica directamente en la acción. Y entre ambos fluye una corriente, una cierta admiración y envidia por parte del malhechor, que en alguna parte recóndita de su ser desearía sentirse esperado y amado por una mujer como lo está el hombre que sostiene el rifle ante él.
El final de la película cambia de una versión a otra. En mi opinión, el remake es más verosímil en su parte final. En la versión de Daves, es comprensible por el año en que se filmó, pero ahora lo veo como ñoño e increíble. Desconozco cuál es el final en el relato de Leonard. Dejo a los lectores que juzguen por sí mismos y que vean ambas películas.

La otra película, Llegaron a Cordura, película de Robert Rossen, (http://www.filmaffinity.com/es/film489997.html) cuyo argumento, muy diferente, sin embargo tiene nexos de unión con el tema de las anteriores. La posición del autor es algo más escéptica, pero la reflexión vuelve a recaer en el tema del valor y la cobardía, el honor y la vergüenza. El marco es, en el México fronterizo y en plena gran guerra, (1916) tras la incursión de Pancho Villa en EEUU arrasando Columbus, el ejército norteamericano realiza una operación de castigo donde tiene lugar el sitio a Rancho Guerrero. Pero la historia es muy otra: un oficial, Thomas Thorn (Gary Cooper), que ha tenido un momento de cobardía en la guerra y por el cual ha sido degradado, recibe la misión de encontrar candidatos a la Medalla de Honor por sus actos de valor, y conducirlos a la ciudad de Cordura, y posteriormente a la Guerra en Europa. Curiosamente se elige el nombre de una ciudad que desmiente todo el espíritu del viaje, es decir, la locura, la insania en que instalan los personajes desde el momento en que se ven proyectados a una situación que no desean.
El viaje, que nos es mostrado con tintes de búsqueda interior y finalmente de calvario, va tornando a todos los personajes, de supuestos héroes en hombres vulgares, hienas al acecho, y a los que poco importa una medalla sino su supervivencia, y acabar con el testigo de su infamia, de aquel que figura como el cobarde. En el camino detienen a Adelaide Geary (Rita Hayworth) que ha dado refugio a los hombres de Pancho Villa, por lo que deciden arrestarla, acusada de traición y llevarla con ellos. La Hayworth, aquí en un papel no habitual, pero muy bien llevado, y el oficial que encarna Gary Cooper, se transforman en blancos de los candidatos a héroes, que se nos descubren como villanos, absolutamente inapropiados al honor que se les dispensa. Únicamente uno de ellos, al que el director hace enfermar, es salvado refugiándose en los brazos de la religión. Curiosamente, el papel que realiza Van Heflin es, desde el primer momento, detestable; completamente diferente del western de Daves.
El mensaje es evidente: el concepto común del valor se presenta como inestable y engañoso, y sus causas muy variadas: el interés de promocionarse, el azar, el afán de destacar, el lucro... Cualquiera, por simple azar puede aparentar valentía pero en el momento de la verdad, ser un absoluto cobarde. Y viceversa, quien en algún momento sucumbió al miedo, puede rehabilitarse con un comportamiento racionalmente valeroso. El verdadero valor radica en la superación del miedo, connatural a los humanos, y a veces tomamos por valor lo que es simplemente inconsciencia, irresponsabilidad e imprudencia. El valor es una fuerza interior que se manifiesta a veces en lo más cotidiano, en el tesón en el cumplimiento de un deber, en el mantenimiento de unas ideas, o simplemente, en el cumplimiento de la palabra dada. El escritor Josep Conrad ha tratado en numerosas ocasiones este tema, con sus héroes debatiéndose entre el pánico y el deber, el sentido del honor y la humillación de la cobardía.
Texto publicado también en: http://www.larevelacion.com/cine-en-casa-peliculas-para-pensar/comment-page-1/#comment-321

15/1/10

PRESENTACIÓN EN VALENCIA DEL LIBRO DE DANIEL TUBAU

















Esta tarde tuvo lugar en Valencia la presentación del libro de Daniel Tubau , Recuerdos de la Era analógica. Una antología del futuro, publicado por la emergente y madrileña Editorial Evohé. A las ocho nos reunimos en la Casa del Libro de Valencia un nutrido grupo de personas a la espera de que el autor, Daniel Tubau, y dos presentadores, Antonio Penadés y Tonino, hicieran gala de sus habilidades elocucionarias y nos hablaran de ese libro tan complejo y a la vez atractivo que es el resultado de los esfuerzos de Tubau.
Entre el público se encontraban otros hislibreños (secta seguidora de Hislibris), además de por descontado, el editor de “la criatura” literaria, Javier Baonza. También estaban presentes otros autores, como Gabriel Castelló, y público en general, que asistió con pocas preguntas a la magnífica exposición de Tonino, cuyo despliegue informativo sobre la vida y milagros del autor nos dejó absolutamente anonadados, ya que hasta ahora no cabe el aburrimiento en su trayectoria vital, todo lo contrario, es una vida de película, casi. Con grandes dosis de humor, salpicando de anécdotas y de historias compartidas, algunas de las cuales, francamente, no podríamos asegurar que fueran completamente reales, para seguir el espíritu del libro, en el que la ficción y la realidad se solapan, se superponen, saltan una sobre otra y juegan al escondite.
Tonino destacó la ausencia deliberada de datos personales del autor, no se sabe el año de nacimiento ni la ciudad, pero eso sí, se sabe que por parte de sus padres le vino el interés por la filosofía, de la que nos aseguró haber acabado la carrera, y el gusto por la música, e igualmente su afición a los desplazamientos no sólo físicos sino la movilidad intelectual. También supimos de su origen bilingüe y sus estudios infantiles en un internado, en la medida en que sus padres tenían por sus trabajos mucha inestabilidad. De sus años en China observamos la influencia en algunas reflexiones de su libro. También nos habló de cómo se conocieron, en el programa Caiga quien caiga, en el que coincidieron brevemente, ya que Tubau pasó luego a otras actividades televisivas (guiones, principalmente).
Saciada ampliamente nuestra curiosidad acerca de la biografía del autor, Antonio Penadés pasó a hablar brevísimamente del libro, del que destacó su amenidad y el tratamiento de ciencia ficción de los temas, y a la vez, el que abordase temas clásicos y autores griegos que están en la base de nuestra cultura.
Por último, el autor pasó a describirnos un poco el libro, sin dar demasiados detalles, ya que según él, debería ser asunto del lector, ya que insistió en que él era un mero transmisor de la antología de unos supuestos antólogos futuros. Reconoció, eso sí, que ha recibido algunas influencias (Borges, Stanislas Lew, incluso Orwell, por ejemplo) en cuanto a la manera de estructurar el libro y a los temas tratados: cuestiones relacionadas con la física cuántica, problemas de identidad, relación entre ficción y realidad, pero todo ello presentado de tal modo que el lector pueda introducirse en la obra y pasarlo bien leyéndola a pesar de carecer de conocimientos específicos sobre algunas materias, sobre las que puede sentirse –como ha sido mi caso- motivado a investigar algo más por su cuenta, tratando de discernir algunas de las incógnitas que platea el libro.
Tras un breve interludio de preguntas sin ruegos, se pasó a lo que suele ser la parte más interesante: el contacto directo autor-público, las inevitables firmas de ejemplares, y el inevitable cava, en vasos de plástico. Deseamos al autor mucho éxito y esperamos asistir a las presentaciones de siguientes obras en el futuro.

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