Estos días festivos los he vuelto a pasar junto al mar; han sido unos días con un tiempo muy dulce, casi veraniego, aunque con frescor nocturno. Y he aprovechado para acercarme a esa punta oriental, esa nariz respingona con la que la piel de toro que es el mapa de la Península Ibérica se adentra en el Mediterráneo, Nuestro Mar, tratando de acercarse a las Pitiusas, las islas Baleares menores. La respingona nariz, constituida por el Cabo de la Nao, presentaba un aspecto de espejo, una visibilidad excelente, un cielo absolutamente azul, el reflejo deslumbrante del sol en su hora plena sobre el mar, un mar planchado como si de una pulida superficie se tratase.
Algunos veleros surcaban suavemente el agua, dibujando rayas de espuma, desplazándose como si fueran etéreos, casi sin viento, porque ese dia era absolutamente calmo. Los oscuros acantilados se reflejaban en el agua verdeazulada, como sombras siniestras y amenazantes, preparándose para cuando venga el oleaje a luchar contra sus rocas. Pero el mar los ignoraba, guardando calma y silencio. Sólo los graznidos de las gaviotas, sobrevolando los farallones y el agua, alteraban el silencio.
Algunos veleros surcaban suavemente el agua, dibujando rayas de espuma, desplazándose como si fueran etéreos, casi sin viento, porque ese dia era absolutamente calmo. Los oscuros acantilados se reflejaban en el agua verdeazulada, como sombras siniestras y amenazantes, preparándose para cuando venga el oleaje a luchar contra sus rocas. Pero el mar los ignoraba, guardando calma y silencio. Sólo los graznidos de las gaviotas, sobrevolando los farallones y el agua, alteraban el silencio.
Muy cerca de alli, siguiendo la abrupta costa, por el camino de Benitachell, un pequeño pueblito a pocos kms. del mar, hay alta montaña a la que se sube y se sube por una carretera llena de curvas, y se llega a una urbanización conocida como Cumbres del Sol. Allí hay una cala recoleta, de cantos rodados, a la que se baja por una carretera cuya pendiente es pronunciadísima, y está bordeada por unos acantilados rocosos cuyas piedras parece que vayan a caernos encima en cualquier momento. De hecho, hay unos carteles anunciando ese peligro, en caso de temporal. A un lado de la cala, horadando las rocas durante años, el mar ha creado una gruta preciosa, y además muy apreciada por los buceadores. Cuando fui se encontraba en reposo el agua, pero en otras ocasiones la he visitado con mar embravecido y producía una fuerte impresión ver el agua rompiendo y rugiendo contra las rocas en su eterno entrar y salir. Conozco esa playita desde hace muchos años: la primera vez que fui era muy joven, iba con un grupo, con tiendas de campaña que plantamos en lo alto del acantilado, entonces una deliciosa pinada (ahora una deliciosa urbanización...). Había que bajar andando por la empinadísima carretera, que entonces era un camino de piedras, desconocido y absolutamente solitario. Y cuando llegabas a la playa, el agua estaba transparente, deliciosamente fresca y profunda. La cala, en aquella época era un remanso de paz y una delicia solitaria. Hoy he de reconocer que ese encanto se ha disipado. Aunque el paiseje sigue siendo encantador y subyugante, está tan abarrotado de coches, autobuses, dos chiringuitos y un restaurante, y, por supuesto, cientos de personas, buceadores en grupo, familias con niños, parejas con o sin perros, jóvenes, viejos, extranjeros y autóctonos, gente absolutamente dispar, pero todos interesados en conseguir un hueco en la playa y en el aparcamiento, que, a falta de espacio abajo, se extiende carretera arriba, bajo los pinos y las rocas amenazantes.
Si en vez de bajar a la cala seguimos subiendo por la montaña, se llega a un mirador maravilloso, desde donde se puede contemplar un paisaje vastísimo. Por una parte, se puede visualizar el Cabo de la Nao, que queda a la izquierda, con sus acantilados, pequeñas calas y pequeños islotes. A la derecha, se observa la costa, sembrada de pequeñas manchas blancas y azules (chalet+piscina) y se distingue perfectamente la gran mole del Peñón de Ifach, en Calpe, que es población cercana. Con gran horror se puede ver el itsmo que une el Peñón con tierra firme, absolutamente lleno de edificaciones de altos pisos. También lo recuerdo antes de de edificaran alli,...pero eso quedó en el pasado. Y con buena visibilidad, como en mi última visita, aún podemos distinguir, tras el Peñón, más lejos, algo neblinoso y agrisado por la distancia, la isla de Tabarca. El viento aqui ya se nota más, y el sol pica por la altura. Te puedes sentar en un pequeño muro de piedra y pasarte un buen rato descansando la vista en el azul, tratando de distinguir dónde acaba el mar y empieza el cielo, en un dia tan calmo como ése.
Es una pena que el paisaje se haya alterado tanto por las urbanizaciones, pero es lo que hay. Cuando buscaba el sitio que recordaba de mis años mozos, me perdí en un par de ocasiones, ya que no era capaz de reconocer el mismo paisaje. Ahora ya he vuelto varias veces, acostumbrada a las nuevas vistas, -a la fuerza ahorcan- y dispuesta a disfrutar del paisaje que, a pesar de todo, sigue siendo inmensamente bello.
1 comentario:
Hola Ariodante, ¡vaya envidia de paseo! Con esas fotos que reflejan un cielo azul inmaculado, y yo aquí temblando por un frío que se nos ha colado de repeten en un par de días.
Pero bueno, que me ha encantado tu reseña porque ha sido como si nos llevaras de paseo contigo por esos parajes que amas compartiendo esos recuerdos de "años mozos". Lo aprecio en todo lo que vale.
Un abrazo.
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