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La reseña con la que voy a participar es la ya publicada en La2revelacion:
http://www.la2revelacion.com/?p=317
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HELLENIKON/ed Evohé, 2009
Ante nosotros tenemos una ópera prima. El autor, Luis Villalón Camacho (Barcelona, 1969), de formación humanística, trabajador en el mundo de la cultura, empecinado lector y apasionado del mundo griego clásico, nos presenta su contribución a la novela histórica en la forma de un gran fresco panhelénico, una pintura de los pueblos que vivían, luchaban y morían en lo que llamamos la Hélade, que comprendía miles de polis, pequeñas ciudades-estado, que se agrupaban, competían, luchaban y a veces se constituían en confederación para defenderse del eterno enemigo oriental: los persas. Si es cierto que la grandeza de un pueblo se mide por la grandeza de sus enemigos, podemos estar seguros de que Grecia, la Hélade, era inmensa: ya que su rival, Persia, lo era sin duda también. Pero, unidos o desunidos, en amistad o en guerra, los helenos tenían algo en común: un sentimiento, una “manera de ver la vida y hacer las cosas”, que es a lo que el título de esta obra alude.
El período en el que discurre la acción que se nos narra es un siglo, a caballo entre el VI y el V a.C., desde el 527 al 427. Época turbulenta la que se nos muestra en esta obra. Se hacían y deshacían tratados, treguas, guerras intestinas, los atenienses y los espartanos andaban siempre a la zaga, y los demás estados se les unían o no según las circunstancias.
En el comienzo ha muerto el tirano Pisístrato en Atenas, Darío ha subido al trono persa y Cleómenes y Demarato acceden al trono bicéfalo espartano. Clístenes inicia sus reformas al llegar al poder en Atenas. Y los persas están al acecho. Este es el marco.
La novela gira alrededor de la vida de Arimnesto, personaje citado como real por varios autores clásicos: Heródoto, Tucídides, Plutarco y Pausanias (no el gobernante, sino el viajero). Luis Villalón recompone su trayectoria a partir de esos pocos datos, e imagina cómo abandona Esparta en su juventud, tras la pista de su destino y su identidad. Su vida va cambiando de rumbo, regida por los dioses, que determinan, según la profunda creencia del héroe, todos y cada uno de sus movimientos.
Desde el momento en que comete un error fatal, un crimen que pesa sobre su conciencia, Arimnesto viajará de un lado a otro, combatirá a los beocios al lado de los atenienses, a los persas al lado de los plateenses, ...y hará del olivo, -árbol sagrado para la mitología griega- su morada; buscará en el oráculo la opinión de los dioses; tratará, llegado el momento, de resarcir las heridas causadas y recomponer los errores cometidos, regresando finalmente a su vieja Esparta para acabar allí sus días y cumplir con los dioses. El círculo se cierra con su hijo, Lacón, en el sitio de Platea, cuando tebanos y espartanos arrasan la ciudad.
Nuestro autor ha estructurado la novela siguiendo las pautas de la gran tragedia griega: prólogos, párodos, episodia, éxodos y epílogos. En la primera parte, el prólogos, sólo nos anticipa con un breve flash, un momento culminante, crítico, y terrible, de la vida de Arimnesto. El párodos narra, con una fuerza dramática indudable, la acción de ese día inolvidable para nuestro héroe, día en que todo el ejército persa le pasa por encima, literalmente, y la faz de su jefe, el general Marduniya (Mardonio), se le queda grabada para el futuro, para su venganza.
En los episodia, el cuerpo central de la novela, va contándonos, con saltos temporales y espaciales, simultaneando a veces la acción, aquí y allá, la vida, trabajos, decisiones y pensamientos que tanto el protagonista como todos aquellos con los que se relaciona y que son también actores en la tragedia que les toca o eligen vivir, siendo algunos reales y otros ficticios, pero que el autor considera relevantes para cubrir los inevitables vacíos de información y para comprender mejor el desarrollo del curso narrativo. Así Cavílides, Evandro, Calícrates, Hypogenes, Lacón, etc. desfilan declamando su parte o haciendo coro con otros muchos que, silenciosos, cual espectros, contemplan la escena, asistiendo al inmutable camino trazado por los dioses.
En el éxodos se nos relata la batalla final contra los persas, y la muerte de Marduniya a manos de Arimnesto; hecho, al parecer, citado por los historiadores como real. En este capítulo, Villalón consigue enardecernos y vivir la batalla, identificados con Arimnesto hasta el momento crucial.
Con el epílogos, se cierra el círculo vital del héroe espartano, ya maduro, con su retorno a la patria, y conocemos las vicisitudes de la rebelión de los ilotas, pueblo sometido por los espartanos, entre otras cosas, para que como esclavos, se hicieran cargo de la agricultura de una sociedad que fundamentalmente se dedicaba a la milicia. La muerte del héroe, apoteósico por la directa intervención divina, no nos apena: nos parece algo naturalmente esperado, un ciclo que se acaba.
Hay un capítulo final, que lleva el nombre del título de la novela y que nos narra el desastroso final de Platea a cargo de tebanos y espartanos, y en el que tiene su dramático fin el hijo de Arimnesto, Lacón.
Es, como puede observarse, una historia de hombres. Las mujeres son invisibles; están, pero no cumplen más que el papel doméstico y reproductor. No hay amor en la novela. Amor pasional, amor sexual. Hay valores viriles, recordemos que el héroe es espartano, aunque dedique los mejores años de su vida a defender a atenienses y a otros. La lealtad, el honor, el valor, la fuerza y la amistad. No es que el autor defienda una postura u otra, es que refleja cómo eran las cosas en Grecia. Superados los antiguos tiempos de la sociedad matriarcal, desde que el Olimpo divino es gobernado por Zeus, son los hombres los que rigen el destino de los helenos, los hombres libres. La institución de la esclavitud era el sustento económico de una sociedad que se iba construyendo, política, cultural, militarmente, y que utilizaba a esclavos y mujeres para solucionar la intendencia mientras que los hombres batallaban o discutían en el ágora sobre cómo regir los destinos del país. Y creaban la democracia.
El lenguaje es ágil, los diálogos abundantes, los términos griegos utilizados para crear un clima (hay un glosario al final del libro que nos ayuda a ponernos al día) abundan y aunque al principio se nos hacen algo cargantes, paulatinamente vamos acostumbrándonos. También la abundancia de personajes con nombres a veces semejantes o difíciles de recordar, quizás hubiera requerido un listado al final del libro. Pensamos que quizá para una segunda edición se podría retomar la idea. Como el incorporar algún otro mapa, y en un estado más nítido.
Principalmente se nos narran hechos, acciones; no hay apenas introspección, sólo algunos momentos en los que afloran recuerdos o pensamientos, colocados en cursiva y bien intercalados con partes del relato, a veces incluso encadenando frases, lo que le da un toque elegante. También hay algunas ideas que se van repitiendo a lo largo de la historia, expresadas por distintas voces, pero que vienen a recordarnos de que el destino está escrito, y que sean los dioses, el fatum o lo llamemos como lo llamemos, lo que está escrito se cumple, y tarde o temprano todo lo oculto sale a la luz.
Eso sí, se manifiestan distintas maneras de afrontar la vida: Arimnesto se rige por los dictados divinos.¿De qué modo? Interpretando los determinados signos y sucesos que le ocurren. Cavílides, en cambio, no tiene demasiado en cuenta a los dioses y siente una cierta atracción por los persas, a los que idealiza. Calícrates, cumple con su deber. Timandro asume su esclavitud con resignación, pero los jóvenes piensan de otro modo. Evandro desea luchar y hacerse un nombre. Hypogenes y Sibotas tratan de rebelarse contra su esclavitud.
En fin, asistimos a batallas en las que participa nuestro personaje: Maratón, Platea, y a otras en las que los espartanos arrasan Eleusis, Argos o Platea. Y de otras sólo tenemos noticia por boca de terceros: Salamina, las Termópilas. El autor, sin descartar escenas de crudeza o violencia, pasa por ellas sin demorarse demasiado, lo cual, en mi opinión, es francamente acertado. En realidad, todos los hechos narrados lo son en una medida corta, y no carecen, dentro de su dramatismo, de una pizca de humor, que suaviza en algunos momentos el dramatismo. Porque lo que parece interesarle más, en lugar de largas descripciones con detalles engorrosos o purulentos, es mostrar el clima, el espíritu de la historia helena, su modo de vivir y de morir, el hellenikon. Un relato apasionante, que se lee con interés y emoción, y que a la vez nos ilustra sobre una época en la que los dioses y los hombres compartían el mundo.
El período en el que discurre la acción que se nos narra es un siglo, a caballo entre el VI y el V a.C., desde el 527 al 427. Época turbulenta la que se nos muestra en esta obra. Se hacían y deshacían tratados, treguas, guerras intestinas, los atenienses y los espartanos andaban siempre a la zaga, y los demás estados se les unían o no según las circunstancias.
En el comienzo ha muerto el tirano Pisístrato en Atenas, Darío ha subido al trono persa y Cleómenes y Demarato acceden al trono bicéfalo espartano. Clístenes inicia sus reformas al llegar al poder en Atenas. Y los persas están al acecho. Este es el marco.
La novela gira alrededor de la vida de Arimnesto, personaje citado como real por varios autores clásicos: Heródoto, Tucídides, Plutarco y Pausanias (no el gobernante, sino el viajero). Luis Villalón recompone su trayectoria a partir de esos pocos datos, e imagina cómo abandona Esparta en su juventud, tras la pista de su destino y su identidad. Su vida va cambiando de rumbo, regida por los dioses, que determinan, según la profunda creencia del héroe, todos y cada uno de sus movimientos.
Desde el momento en que comete un error fatal, un crimen que pesa sobre su conciencia, Arimnesto viajará de un lado a otro, combatirá a los beocios al lado de los atenienses, a los persas al lado de los plateenses, ...y hará del olivo, -árbol sagrado para la mitología griega- su morada; buscará en el oráculo la opinión de los dioses; tratará, llegado el momento, de resarcir las heridas causadas y recomponer los errores cometidos, regresando finalmente a su vieja Esparta para acabar allí sus días y cumplir con los dioses. El círculo se cierra con su hijo, Lacón, en el sitio de Platea, cuando tebanos y espartanos arrasan la ciudad.
Nuestro autor ha estructurado la novela siguiendo las pautas de la gran tragedia griega: prólogos, párodos, episodia, éxodos y epílogos. En la primera parte, el prólogos, sólo nos anticipa con un breve flash, un momento culminante, crítico, y terrible, de la vida de Arimnesto. El párodos narra, con una fuerza dramática indudable, la acción de ese día inolvidable para nuestro héroe, día en que todo el ejército persa le pasa por encima, literalmente, y la faz de su jefe, el general Marduniya (Mardonio), se le queda grabada para el futuro, para su venganza.
En los episodia, el cuerpo central de la novela, va contándonos, con saltos temporales y espaciales, simultaneando a veces la acción, aquí y allá, la vida, trabajos, decisiones y pensamientos que tanto el protagonista como todos aquellos con los que se relaciona y que son también actores en la tragedia que les toca o eligen vivir, siendo algunos reales y otros ficticios, pero que el autor considera relevantes para cubrir los inevitables vacíos de información y para comprender mejor el desarrollo del curso narrativo. Así Cavílides, Evandro, Calícrates, Hypogenes, Lacón, etc. desfilan declamando su parte o haciendo coro con otros muchos que, silenciosos, cual espectros, contemplan la escena, asistiendo al inmutable camino trazado por los dioses.
En el éxodos se nos relata la batalla final contra los persas, y la muerte de Marduniya a manos de Arimnesto; hecho, al parecer, citado por los historiadores como real. En este capítulo, Villalón consigue enardecernos y vivir la batalla, identificados con Arimnesto hasta el momento crucial.
Con el epílogos, se cierra el círculo vital del héroe espartano, ya maduro, con su retorno a la patria, y conocemos las vicisitudes de la rebelión de los ilotas, pueblo sometido por los espartanos, entre otras cosas, para que como esclavos, se hicieran cargo de la agricultura de una sociedad que fundamentalmente se dedicaba a la milicia. La muerte del héroe, apoteósico por la directa intervención divina, no nos apena: nos parece algo naturalmente esperado, un ciclo que se acaba.
Hay un capítulo final, que lleva el nombre del título de la novela y que nos narra el desastroso final de Platea a cargo de tebanos y espartanos, y en el que tiene su dramático fin el hijo de Arimnesto, Lacón.
Es, como puede observarse, una historia de hombres. Las mujeres son invisibles; están, pero no cumplen más que el papel doméstico y reproductor. No hay amor en la novela. Amor pasional, amor sexual. Hay valores viriles, recordemos que el héroe es espartano, aunque dedique los mejores años de su vida a defender a atenienses y a otros. La lealtad, el honor, el valor, la fuerza y la amistad. No es que el autor defienda una postura u otra, es que refleja cómo eran las cosas en Grecia. Superados los antiguos tiempos de la sociedad matriarcal, desde que el Olimpo divino es gobernado por Zeus, son los hombres los que rigen el destino de los helenos, los hombres libres. La institución de la esclavitud era el sustento económico de una sociedad que se iba construyendo, política, cultural, militarmente, y que utilizaba a esclavos y mujeres para solucionar la intendencia mientras que los hombres batallaban o discutían en el ágora sobre cómo regir los destinos del país. Y creaban la democracia.
El lenguaje es ágil, los diálogos abundantes, los términos griegos utilizados para crear un clima (hay un glosario al final del libro que nos ayuda a ponernos al día) abundan y aunque al principio se nos hacen algo cargantes, paulatinamente vamos acostumbrándonos. También la abundancia de personajes con nombres a veces semejantes o difíciles de recordar, quizás hubiera requerido un listado al final del libro. Pensamos que quizá para una segunda edición se podría retomar la idea. Como el incorporar algún otro mapa, y en un estado más nítido.
Principalmente se nos narran hechos, acciones; no hay apenas introspección, sólo algunos momentos en los que afloran recuerdos o pensamientos, colocados en cursiva y bien intercalados con partes del relato, a veces incluso encadenando frases, lo que le da un toque elegante. También hay algunas ideas que se van repitiendo a lo largo de la historia, expresadas por distintas voces, pero que vienen a recordarnos de que el destino está escrito, y que sean los dioses, el fatum o lo llamemos como lo llamemos, lo que está escrito se cumple, y tarde o temprano todo lo oculto sale a la luz.
Eso sí, se manifiestan distintas maneras de afrontar la vida: Arimnesto se rige por los dictados divinos.¿De qué modo? Interpretando los determinados signos y sucesos que le ocurren. Cavílides, en cambio, no tiene demasiado en cuenta a los dioses y siente una cierta atracción por los persas, a los que idealiza. Calícrates, cumple con su deber. Timandro asume su esclavitud con resignación, pero los jóvenes piensan de otro modo. Evandro desea luchar y hacerse un nombre. Hypogenes y Sibotas tratan de rebelarse contra su esclavitud.
En fin, asistimos a batallas en las que participa nuestro personaje: Maratón, Platea, y a otras en las que los espartanos arrasan Eleusis, Argos o Platea. Y de otras sólo tenemos noticia por boca de terceros: Salamina, las Termópilas. El autor, sin descartar escenas de crudeza o violencia, pasa por ellas sin demorarse demasiado, lo cual, en mi opinión, es francamente acertado. En realidad, todos los hechos narrados lo son en una medida corta, y no carecen, dentro de su dramatismo, de una pizca de humor, que suaviza en algunos momentos el dramatismo. Porque lo que parece interesarle más, en lugar de largas descripciones con detalles engorrosos o purulentos, es mostrar el clima, el espíritu de la historia helena, su modo de vivir y de morir, el hellenikon. Un relato apasionante, que se lee con interés y emoción, y que a la vez nos ilustra sobre una época en la que los dioses y los hombres compartían el mundo.
2 comentarios:
Buena elección, Ariodante. Gran libro y mejor reseña.
Hombre, Javi ¡Felices los ojos! Qué bueno verte por estos lares...
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