Reseña publicada anteriormente en: http://libros2.ciberanika.com/desktopdefault.aspx?pagina=/letras/M/p05175.ascxefault.aspx?pagina=/letras/M/p05175.ascx
Baltasar Magro Santana, (1949, Toledo) Tras estudiar Filosofía y Letras en la Universidad Autónoma de Madrid, se licenció en Periodismo, profesión que ha ejercido, a lo largo de más de treinta años en diferentes televisiones (guionista, director de informativos, y especialmente, Informe Semanal). Entre sus novelas se hallan: El círculo de Juanelo (2000), cuyo éxito y buena acogida de la crítica le impulsó a continuar escribiendo; La sangrienta luna (2001), Carrosanto (2002), Los nueve desconocidos (2004) y En primera línea (2006).
La hora de Quevedo, novela que nos ocupa ahora, es una composición sobre la vida de Quevedo, a modo de reflexiones autobiográficas. Escrita, por tanto, en primera persona, a modo de una larga carta dirigida a su sobrino, Pedro Alderete, en la que le comenta su vida, sus recuerdos, sus reflexiones y sus anhelos.
Supuestamente escrita desde La Torre de Juan Abad, su señorío, y posteriormente desde el convento de Santo Domingo, en Villanueva de los Infantes, donde falleció en 1645, el autor, Baltasar Magro, metido en la piel y en el lenguaje de Quevedo, nos desgrana páginas francamente interesantes, no sólo sobre su vida, sino sobre los acontecimientos históricos de la época, las intrigas palaciegas, las luchas internas y las interminables guerras, alianzas, traiciones y conjuras en la Europa del siglo XVII. De impecable factura, tanto técnica como de edición, libro manejable y ameno.
Una novela redonda, de gran calidad literaria e histórica, a la vez que humana. El autor va alternando el relato/recuerdo de sus épocas pasadas, de su actividad política al lado de poderosos, sobre todo su amistad y lealtad a Don Pedro, Duque de Osuna, virrey de Sicilia y de Nápoles, adonde Quevedo le siguió como amigo, como consejero, como privado, e incluso como espía, y como su valedor ante la Corte de Felipe III. De su amistad dice: “Éramos cómplices, imprudentes, teníamos posturas semejantes sobre las enfermedades del reino y necesitábamos saborear el riesgo para sentirnos a placer” Su otra gran amistad, duradera hasta la muerte, con el Duque de Medinaceli y su esposa. Sus encuentros con Juan de Mariana, sus diatribas con Góngora y su defensa de Lope de Vega; de su actividad literaria y satírica, sus relaciones en la Corte, con los diferentes validos y privados, con los reyes, etc. También sabemos -poco- de sus dos grandes amores: Mariana, en Selinunte, y la pintora Cristina de Morais, en Lisboa. Y de su desafortunado y brevísimo matrimonio. Y a la vez nos cuenta, le cuenta a su sobrino, de su hora presente, de sus dolencias, sus desalientos, sus esperanzas:“Es el dilema al rozar la vejez, cuando un amargo cansancio te hace contemplar todo como si fuera horrible, cuando la carencia de pasión en tu cuerpo te alerta, y penas y contienes el llanto porque te avergüenzas al hacerte anciano”.
Comienza el relato al salir de la prisión en la que permaneció cuatro largos y terribles años, en el Convento de San Marcos, en León, adonde fue a parar sin conocer su acusación ni a su acusador. Y acaba con su muerte, poco después de referirnos cómo conoce el nombre de su delator, del supuesto amigo que le traicionó. Esos años en la prisión le desmoronaron física -ya tenia cerca de sesenta años- y moralmente. Y a partir de ahí Quevedo, por boca de Baltasar Magro, va desgranando historias pasadas, poemas, reflexiones, opiniones políticas sabrosísimas, a veces muy actuales...“Quiero seguir cuidando el bien más preciado que poseo, mis pensamientos, el tesoro que nadie puede quitarte si lo proteges como es debido”.
Baltasar Magro Santana, (1949, Toledo) Tras estudiar Filosofía y Letras en la Universidad Autónoma de Madrid, se licenció en Periodismo, profesión que ha ejercido, a lo largo de más de treinta años en diferentes televisiones (guionista, director de informativos, y especialmente, Informe Semanal). Entre sus novelas se hallan: El círculo de Juanelo (2000), cuyo éxito y buena acogida de la crítica le impulsó a continuar escribiendo; La sangrienta luna (2001), Carrosanto (2002), Los nueve desconocidos (2004) y En primera línea (2006).
La hora de Quevedo, novela que nos ocupa ahora, es una composición sobre la vida de Quevedo, a modo de reflexiones autobiográficas. Escrita, por tanto, en primera persona, a modo de una larga carta dirigida a su sobrino, Pedro Alderete, en la que le comenta su vida, sus recuerdos, sus reflexiones y sus anhelos.
Supuestamente escrita desde La Torre de Juan Abad, su señorío, y posteriormente desde el convento de Santo Domingo, en Villanueva de los Infantes, donde falleció en 1645, el autor, Baltasar Magro, metido en la piel y en el lenguaje de Quevedo, nos desgrana páginas francamente interesantes, no sólo sobre su vida, sino sobre los acontecimientos históricos de la época, las intrigas palaciegas, las luchas internas y las interminables guerras, alianzas, traiciones y conjuras en la Europa del siglo XVII. De impecable factura, tanto técnica como de edición, libro manejable y ameno.
Una novela redonda, de gran calidad literaria e histórica, a la vez que humana. El autor va alternando el relato/recuerdo de sus épocas pasadas, de su actividad política al lado de poderosos, sobre todo su amistad y lealtad a Don Pedro, Duque de Osuna, virrey de Sicilia y de Nápoles, adonde Quevedo le siguió como amigo, como consejero, como privado, e incluso como espía, y como su valedor ante la Corte de Felipe III. De su amistad dice: “Éramos cómplices, imprudentes, teníamos posturas semejantes sobre las enfermedades del reino y necesitábamos saborear el riesgo para sentirnos a placer” Su otra gran amistad, duradera hasta la muerte, con el Duque de Medinaceli y su esposa. Sus encuentros con Juan de Mariana, sus diatribas con Góngora y su defensa de Lope de Vega; de su actividad literaria y satírica, sus relaciones en la Corte, con los diferentes validos y privados, con los reyes, etc. También sabemos -poco- de sus dos grandes amores: Mariana, en Selinunte, y la pintora Cristina de Morais, en Lisboa. Y de su desafortunado y brevísimo matrimonio. Y a la vez nos cuenta, le cuenta a su sobrino, de su hora presente, de sus dolencias, sus desalientos, sus esperanzas:“Es el dilema al rozar la vejez, cuando un amargo cansancio te hace contemplar todo como si fuera horrible, cuando la carencia de pasión en tu cuerpo te alerta, y penas y contienes el llanto porque te avergüenzas al hacerte anciano”.
Comienza el relato al salir de la prisión en la que permaneció cuatro largos y terribles años, en el Convento de San Marcos, en León, adonde fue a parar sin conocer su acusación ni a su acusador. Y acaba con su muerte, poco después de referirnos cómo conoce el nombre de su delator, del supuesto amigo que le traicionó. Esos años en la prisión le desmoronaron física -ya tenia cerca de sesenta años- y moralmente. Y a partir de ahí Quevedo, por boca de Baltasar Magro, va desgranando historias pasadas, poemas, reflexiones, opiniones políticas sabrosísimas, a veces muy actuales...“Quiero seguir cuidando el bien más preciado que poseo, mis pensamientos, el tesoro que nadie puede quitarte si lo proteges como es debido”.
Un libro que deleita por el lenguaje con que está escrito, que informa sobre la época, y que nos hace partícipes de los sentimientos de un poeta y un guerrero, un amante y un solitario, un fiel amigo, y, sobre todo, un hombre.
3 comentarios:
Desde luego, visto a través de tus ojos suena interesantísimo. ¡Ay, que al final la lista de los libros pendientes de leer se me hará kilométrica...! Saludos cordiales.
¡Hola, Ariodante! Me fascina esa época y, desde luego, el autor abordado, como muchos otros del Siglo de Oro.
Linda reseña, anoto la referencia.
Abrazos.
¡Qué tal Ariodante! Quevedo es una de las figuras más interesantes de nuesras letras. Por su vida rocambolesca, por su brillantez, por cómo combinaba lo popular con lo culto y por muchos otros motivos. Pero creo que no se le hace justicia en nuestros días en los que su obra parece reducirse a los poemas satíricos y poco más, olvidando la influencia que tuvo en su tiempo. Así como Góngora tuvo su Generación del 29 para reivindicarlo, sería necesario algo similar para Quevedo. Quizá este libro sea una ocasión para recuperar de algún modo su recuerdo.
Saludos!!
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