Aprovechando que estos días aún se puede disfrutar de la magnífica exposición de la obra de Chardin en el Museo del Prado, me parece oportuno presentar esta reseña:
CHARDIN, O LA MATERIA AFORTUNADAAndré Comte-Sponville /Diderot/Goncourt/Proust
Ed. Nortesur

Alumno y amigo de Louis Althusser en la Escuela Normal de París, André Comte-Sponville (París, 1952) es filósofo materialista, racionalista y humanista; tras haber impartido conferencias en la Sorbona, la abandonó en 1998 para dedicarse exclusivamente a la escritura y a otras actividades. Epicuro, Montaigne y Spinoza son sus clásicos tutelares y entre los contemporáneos, Lévi-Strauss, Marcel Conche y Clément Rosset.
Jean Simeon Chardin nació el último año del siglo XVII, y murió antes de la Revolución Francesa, en 1779. Su biografía es bastante anodina y aburrida: hijo de un ebanista, progresó como pintor hasta ocupar diversos puestos en la Academia, recibiendo algunos encargos y compareciendo en los Salones cada año. Casado dos veces, la prematura muerte de su primera esposa y su hija ensombrecieron su vida, así como el suicidio de su hijo, que había empezado a preparar como pintor histórico. Su segundo matrimonio con una viuda rica elevó su posición social y le estabilizó económicamente para poder dedicarse a la pintura con completa tranquilidad, ya que en ningún momento pudo vivir de la venta de su obra.
El texto de Comte-Sponville parte de la biografía y el análisis de la obra chardiniana, pero inmediatamente se eleva a cuestiones filosóficas como el concepto de arte como imitación, las teorías platónica y aristotélica del arte, las relaciones entre verdad y realidad, la eternidad como expresión de la obra artística, etc., de lo que nos brinda jugosas digresiones y reflexiones interesantes. Chardin es un pintor reconocido pero poco conocido, según Comte-Sponville. Lo grandioso, lo sublime, lo heroico, las grandes escenas, no están hechas para él. Chardin viene del pueblo y nunca saldrá completamente de allí. Es un pintor de lo cotidiano, un pintor del silencio, en palabras de Pierre Rosemberg –gran experto en su obra-, junto a Vermeer y Corot. Se concentra en naturalezas muertas, magníficas, espléndidos bodegones, y en escenas domésticas de gente sencilla, del pueblo llano. Tiene, finalmente unos pocos pero magníficos retratos y autorretratos, al final de su vida.
Las escenas domésticas son de una delicadeza enorme, son escenas en las que los grupos de personajes se miran entre sí y hablan con sus miradas. No miran al público. O personajes absortos en el vacío, quietos, como si el tiempo se hubiese detenido para ellos. Nos habla su gesto sobrio, limitado, y la expresión de su mirada. Hablan los espacios donde el aire crea una perspectiva y un fondo, con gran sencillez de medios. Y lo que nos cuentan es la vida cotidiana de la gente sencilla, de la pequeña burguesía. El intimismo de su pintura va ligado a la representación mayoritaria de mujeres y niños. Uno de los rasgos pictóricos que distingue la obra de madurez de Chardin es el uso del blanco, así como el azul celeste (azul chardin) en breves toques, que el artista aplicaba incluso con sus dedos, como comenta Diderot.

El texto escogido de Diderot, sobre los Salones parisinos, apenas tiene ocho páginas. Escribe sobre los salones del 65 al 69, analizando las obras de Chardin allí expuestas, y contando algunas anécdotas. “Ante un Chardin nos detenemos instintivamente,-nos dice- como un viajero fatigado de su travesía que decidiera sentarse a descansar, casi sin darse cuenta, en el lugar que le ofrece un rincón verde, silencioso, con su arroyo, su sombra y su fresco”.
El ensayo de Proust, titulado Chardin y Rembrandt, es un brevísimo e inacabado texto de juventud, en el que apenas habla de Rembrandt y se refiere a la belleza de sus pinturas, a la intimidad que transmite: “todo es amistad aquí, como entre los seres y las cosas que viven con sencillez, desde hace mucho tiempo, juntos; tienen necesidad los unos de los otros, y asimismo disfrutan de los oscuros placeres de encontrase unos con otros.”
Subrayan, además, que Chardin pintaba en soledad, no gustaba de compañía mientras trabajaba; era un pintor que iba a tientas, lentamente, su trabajo era el resultado de un penoso esfuerzo y sus obras, un parto con dolor. No se ayudaba con dibujos ni bocetos: pintaba directamente desde el primer momento sobre el lienzo, siempre desde el natural. En sus últimos años abandonó el óleo por el pastel, realizando los mejores retratos de su vida.
6 comentarios:
Precioso...¿y dices qué está en el Prado? Me gustaría escaparme un día de estos.
Mil besos grandes!!
(como siempre, es un placer leerte)
Pues date prisa, María, que creo está hasta fin de mes. Me acordé de ti al ver el cuadro de la señora tomando el té. Es una preciosidad.Haz un esfuerzo por verla. Bss
Ariodante, los que vivimos en la periferia, sobre todo en la periferia de unas islas (Canarias) no es más complicado acceder a las grandes exposiciones de la capital del reino, aunque a alguna he podido asistir, las que han coincidido con motivos de trabajo o en verano. Esta de Chardin, me quedo con tu excelente, como siempre, análisis que me ha encantado.
Un abrazo
Felicidad: comprendo el problema que tenéis en la periferia, yo también estoy en ella,- pero no en la tuya- sino a una hora y media en AVE de Madrid. Lo que quiero decirte es que aqui lo que presento es una reseña de un libro sobre Chardin. Lo que pasa es que tras la lectura del libro, me informé que en Madrid justamente estaban exponiendo por vez primera la obra de este magnífico pintor. Y he pensado que vendrá muy a cuento mi reseña.
Un placer pasar por tu casa,
que tengas una feliz semana,
un abrazo.
Gracias, Ricardo, el placer es mío.
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