LEONARD WOOLF
Traducción y prólogo de Marian Womack
Impedimenta, 2009
Leonard Woolf (Londres, 1880-1969) ha sido considerado por muchos como personaje literario secundario, siempre en su papel de apoyo de la primera figura, su esposa Virginia, y sin embargo, es un escritor que tiene una larga y consistente obra, sobre todo de ensayo, pero también de ficción, artículos periodísticos, además del trabajo que desarrolló como editor en la Hogarth Press. En la biografía que le dedica Victoria Glendinning le considera como un outsider, como alguien que sobrellevó su condición de judío errante- le llamaban «el rabino» en el grupo de Los Apóstoles, en Cambridge-, y que se acostumbró a trabajar a la sombra de otros. Al acabar los estudios hubo de ganarse la vida y marchó a Ceilán como funcionario. Es a su retorno, en 1911 cuando comienza a cortejar a Virginia y finalmente la desposa, decidiéndose así a residir en Inglaterra definitivamente. La relación entre Leonard y Virginia fue muy peculiar, altamente intelectual y afectiva, pero poco o nada física. En esta novela podemos vislumbrar algunos de los elementos de esa relación, puesto que el autor se vale de los personajes de Camilla y Harry para ejemplificar los sentimientos que les unían.
Woolf publicó esta obra en 1914, aunque fue escrita entre 1912, ―cuando se comprometió con Virginia, entonces Stephen― y 1913, recién casado, durante el viaje de novios que realizaron por España. En la novela retrata el ambiente que conocía –el que había conocido en Inglaterra, no el de los años de Ceilán, ya reflejado en una obra anterior―, las relaciones personales y de clase social, el ambiente de la época, pero muy directamente cercano a su propia vida. El espíritu de Bloomsbury, grupo al que pertenecieron y del que se rodearon, se trasluce en esta obra. En el tema y en la manera en que está escrita, ese distanciamiento irónico y a veces sarcástico, notamos muy fuerte la influencia del estilo Bloomsbury, si puede hablarse de ello. Como un aire de familia. El hecho de su diferencia ―el judaísmo―respecto al resto del grupo, hace que mire desde fuera a la sociedad de los «cristianos», las costumbres y modo de ver la vida desde el ángulo imperante en la Britania victoriana.
Las relaciones entre los jóvenes, mediatizadas por la familia, que, vigilante, presidía las reuniones y excursiones, los bailes y las comidas, ejerciendo de carabinas permanentes hasta que los compromisos matrimoniales se hacían realidad. El mundo cerrado de las familias victorianas, el angustioso enclaustramiento de las mujeres en una vida de espectadoras, siempre a la espera del matrimonio o condenadas a la soltería monótona y a las obras de caridad. Es el mundo del cambio de siglo, la Britania Victoriana en franca decadencia, pero aún vigente, al menos hasta la primera conflagración mundial del 14. Los problemas que le preocupan a estos jóvenes son banales, o aparentemente banales: «su virginidad y sus párrocos, su punto de cruz y sus tés». Sin embargo, Harry, el alter ego de Leonard, rompe un poco con los esquemas que se encuentra en las familias y grupos que frecuenta: cree que las personas –sean hombres o mujeres―deben hacer en la vida algo más que vegetar, deben crear. Estamos hablando de una clase media o media alta (que es el mundo de Bloomsbury); clases que tienen resuelta la vida, que se mueven con holgura, tienen sirvientes, vacaciones de verano, casa en las afueras, y se permiten un cierto grado de holganza.
El tema del judaísmo también le preocupa a Woolf, o al menos, flota a lo largo de la novela, brotando aquí o allá de vez en cuando: «un judío sólo es sentimental en lo que se refiere al judaísmo, ya sabes». «Somos duros, buscamos cosas concretas, cosas distintas, las que creemos que merecen la pena». ¿Qué merece la pena? Harry/Woolf contesta: «El dinero, por supuesto. Y a partir del dinero, el poder. El poder de hacer cosas, de influir en la gente. Luego están el conocimiento, la inteligencia, el refinamiento.»Las reflexiones sobre la religión, la literatura, la posición emergente de las mujeres –son los tiempos del feminismo militante-, la confrontación con las costumbres tradicionales británicas, todo es materia de esta obra, que trascurre como un paseo en barca por el río: plácidamente, entre risas y sueños, conversaciones y pensamientos, aunque precipitándose a un final desesperanzado, puesto que implica la imposibilidad de evadirse y de escapar al engranaje social, cayendo atrapados los personajes en todo lo que abominan y están tratando de criticar.
Es una novela en la que el autor mezcla sus íntimos pensamientos, las interminables conversaciones que probablemente mantuvo con los amigos en Cambridge y con Virginia, sintiéndose siempre distinto, por su judaísmo y por su posición social, ligeramente inferior a la de la familia Stephen y amigos. Fragua una serie de relaciones que forman una red en la que acaba por caer atrapado el protagonista. Incluso presenta a su propia familia de un modo corrosivo y mordaz, lo que le ocasionó un fuerte distanciamiento: su hermana le pidió que no la publicase, su madre recibió un fuerte impacto, y la propia Virginia tuvo uno de sus ataques después de una primera lectura.
Obra que apreciarán más los lectores habituados al ámbito de Bloomsbury, por las connotaciones y las alusiones que se pueden encontrar en ella, quizá sea una novela con ciertos altibajos, y que alarga demasiado algunos diálogos. Lo cierto es que tiene capítulos francamente buenos, como la excursión por el río. Y las conversaciones entre Harry y Camilla, en las que Woolf radiografía de modo casi doloroso su personal relación con Virginia, a la que califica de «dama refinada, infinitamente remota, intangible, cubierta de sedas, encajes y satenes, arropada con el mejor lino, y toda rodeada de doncellas». Una venus de mármol, completamente gélida.
La edición de Impedimenta es, como siempre, muy cuidada en cuanto a maquetación y presentación. La traducción de Marian Womack, es, en mi opinión, mejorable. Da la impresión de ser demasiado literal en algunos momentos. El prólogo, sin embargo, es interesante y clarificador.
2 comentarios:
Muy interesane, Ario. Me ha hecho recordar el bastón de Virgina Woolf, flotando en la superficie del lago, como único testimonio de su presencia en el lugar en que desapareció para siempre.
Muy buena reseña, Ariodante. Realmente, desconocía que el marido de Virginia Woolf fuese tan buen escritor. Saludos.
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