EL ÚLTIMO ENCUENTRO
SÁNDOR MÁRAI
Ed. Salamandra, 2008
El autor, húngaro nacido en Kaschau (hoy Kosice, Eslovaquia) en 1900,
rebosa similitudes con Stefan Zweig, no sólo en su biografía sino en su obra. Obra
que también trae remembranzas de Joseph Roth, o incluso de Thomas Mann. Bien
situado económicamente, su padre, abogado, le facilitó la posibilidad de viajar
por Europa, donde residió en diversas ciudades, primero como estudiante -mal
estudiante- haciendo una vida bohemia y más tarde redondeando sus ingresos con
artículos periodísticos y colaboraciones literarias diversas. Cuando la
dictadura de Horthy en Hungría, residió en París unos años, tomando una
posición crítica, antifascista, y enviando artículos a su país, que le hizo
crearse un público favorable a su retorno, estableciéndose en Budapest, donde
ya empezó a escribir y publicar novelas, con gran éxito.
Al derivar Europa hacia el fascismo con la subida al poder de Hitler,
Marai, casado desde los 23 años con una dama judía, a la que amó profundamente
durante sesenta años, decidió que era el momento de partir al exilio. Desde
allí escribió, en su diario, la siguiente cita: "De hecho, los alemanes son magos. Han acertado a realizar el milagro de que cualquier ser humano decente espere honestamente y lleno de anhelo a los rusos, a los bolcheviques que llegan como libertadores".
Con la ocupación soviética de su país, fue declarado escritor decadente y burgués y sus libros fueron prohibidos.
Llevó una vida itinerante con su mujer –mientras ésta vivió- hasta que acabó
nacionalizándose estadounidense e instalándose, tras una estancia en Nueva
York, en San Diego, California.
Allí, viejo, enfermo, solo, fallecida su esposa años antes, se quitó la
vida pegándose un tiro, meses antes de la caída del muro de Berlín. Su obra es pausada, los largos monólogos y
pensamientos nos provocan profundas reflexiones sobre la vida, su estilo es
elegante y su pintura del mundo que le rodeaba en su juventud, un mundo
grandioso pero en franca decadencia, nos sumerge en una especie de melancolía o
de deja vu que es lo que le asemeja a
los grandes escritores centroeuropeos del momento.
El último encuentro es una
novela corta, cuyo tema formal es el
reencuentro de dos amigos después de cuarenta y un años de distanciamiento,
físico y espiritual, después de haberse tratado como hermanos desde pequeños,
cuando compartían internado en una escuela militar. Está ambientada en el
imperio austro-húngaro, ya en decadencia, y las descripciones del antiguo
esplendor de la familia, las cacerías, los bailes, el emperador, los menús y la
colocación de los servicios de mesa...en un momento hay un cameo de la emperatriz Sissi, que pasa lánguidamente junto a uno de
los protagonistas, que la admira por su delgadez y elegancia....en fin, que uno
se introduce muy fácilmente en el contexto y se deja mimar por el lenguaje.
Lo curioso es que, de los dos amigos, el errante, digamos, el que se
marcha, es un tal Kònrad, de origen polaco, de temperamento artístico, obligado
a la carrera militar por la familia, de honorable ascendencia pero venida a
menos, cuya descripción y la de su destino errante, Singapur y Malasia, y su
nueva nacionalidad, la británica, nos produce un eco muy familiar.
La obra es un alegato a favor de la amistad. La amistad entre dos
hombres, pero la amistad en general, también. Y ello nos lleva de nuevo a
Joseph Conrad, cuyo tema tantas veces frecuentado es también la amistad, la
fidelidad entre dos seres humanos que se identifican mutuamente, como remarcaba
Montaigne en su delicioso ensayo Sobre la amistad que escribió basado en
su amigo La Boêtie.
Como muestra, un botón:
“Al igual que el enamorado, el
amigo no espera ninguna recompensa por sus sentimientos. (...) ¿Qué valor
tendría la amistad si sólo amamos en la otra persona sus virtudes, su
fidelidad, su firmeza? ¿Qué valor tiene cualquier amor que busca recompensa? (...)
Tenemos que soportar que las personas que amamos no siempre nos amen, o que no
nos amen como nos gustaría. Tenemos que soportar las traiciones y las
infidelidades, y lo más difícil de todo: que una persona en concreto sea
superior a nosotros, por sus cualidades morales o intelectuales.”
Y aquí Marai se descubre como un magnífico observador de la naturaleza
humana, deshojando una cantidad de reflexiones deliciosas y muy enriquecedoras,
según va avanzando la conversación, que en realidad es un monólogo, un largo
monólogo ante un interlocutor silencioso y asombrado, donde vamos descubriendo
las sinuosidades del alma humana y los misterios de nuestra naturaleza, bajo
una apariencia de normalidad y de perfecta corrección. Lógicamente hay una
mujer, -casi siempre hay una mujer...-también encerrando un misterio. En
realidad hay varias mujeres: la madre francesa, la nodriza que le acompaña
desde la infancia hasta la vejez, la esposa...En un mundo fundamentalmente
masculino, el mundo militar, del honor, de los valores viriles, el mundo del
padre, el del protagonista y su amigo, que les arropa y a la vez les aísla del mundo
exterior, del que Kònrad trata de escapar,
primero centrándose en la música y en el arte, y luego en las tierras lejanas
de los trópicos, huyendo de una culpabilidad que es imposible de borrar . La
culpabilidad: otro clásico tema conradiano, que aquí también aflora entre las
divagaciones del protagonista.
Pero Marai se
concentra, en esta obra, en las reflexiones del protagonista principal, y
aunque el relato está contado en tercera persona, la mayoría del tiempo el
protagonista está hablando o pensando, y por tanto en primera persona, con lo
que hace muy fácil o identificarse con él, o, al menos, implicarse, como si
nosotros fuéramos el contertulio a quien van dirigidas todos esos monólogos. El
otro, el amigo, sólo aparece como un receptor de la discursividad ajena, con lo
que nosotros los lectores, ocupamos su lugar con facilidad. El amigo calla.
Escucha, asiente o niega, pero es un mero oidor.
Son las reflexiones del protagonista principal las que soportan el peso de la
historia. Y el final, al que se dirige toda la explicación, queda en el aire, a
la espera que el lector, que también es un oidor,
decida cuál ha sido la culpa y el pecado de quién. Que en realidad no importan.
Lo que importa es cómo se llega a ello, las reflexiones que se encadenan hasta
llegar a una conclusión. El tiempo ralentiza las emociones, y proporciona la
ocasión para analizar las relaciones
humanas, el amor, la amistad, el honor, la traición, la cobardía y el valor.
Es una novela que tiene una edad para leerla y comprenderla de lleno. No
es novela de juventud, sino de madurez. Hay obras que puede leerlas cualquier
persona a cualquier edad; pero hay otras que son más propias de una edad que de
otra. A un joven, lógicamente, no le preocupa la muerte ni la vejez, ni la
enfermedad, salvo contadas excepciones enfermizas. Pero a partir de los
cuarenta o los cincuenta, las personas comienzan a hacerse reflexiones sobre su
vida, sobre su pasado, sobre los errores cometidos y sobre el paso del tiempo.
Y aquí Marai entra a fondo y nos sirve en bandeja de plata toda una espléndida
meditación que nos llega al alma.