WILLIAM BECKFORD
Trad. y Postfacio Miguel Martínez-Lage
Ed. Sexto piso, 2012
Así como Borges creó a Pierre
Menard, que supuestamente era el verdadero autor del Quijote, y algunos otros
autores como Schwob, Bolaño, o el mismo Max Aub con su artista ficticio Josep
Torres Campalans, crearon vidas imaginarias con la apariencia de realidad, las Memorias Biográficas de William Beckford
se enmarcan como un precedente dentro de esta tradición. «La palabra falsa puede
ser espejo de la verdad» es una cita del gramático latino Aphthonius que figura al comienzo del libro, para darnos
una pista de lo que vamos a encontrar: la ironía, el esperpento, el presentar
las cosas al revés o de modo exagerado, la ficción puede ser una parábola que
haga ver la realidad que no vemos cuando trasegamos con ella a diario.
William Beckford (Londres, 1760) fue un escritor británico, viajero
empedernido, coleccionista, arquitecto, parlamentario, amante del arte, en fin,
cuya vida también podría considerarse como excéntrica. Aunque su obra más
conocida es una novela gótica, Vathek, escribió
este librito alrededor de los veinte años, aunque en circunstancias algo
confusas, como el editor John Lettice afirma en el Aviso a la primera edición de 1780. La vida de Beckford tiene
algunas similitudes a la de otro británico de la época, Lord Byron. Hijo del
alcalde de la ciudad, un adinerado personaje que proveyó a su vástago los
medios para una vida cómoda, le permitió dedicarse a las cosas que le gustaban:
viajar y coleccionar arte. Conocía, pues, la obra de numerosos artistas tanto
contemporáneos como clásicos, y asimismo las vidas de muchos artistas.
Obviamente Beckford escribió un divertimento con estas cinco piezas
sobre las vidas de artistas que si bien no existieron, sí existían ―y Beckford,
gran aficionado al arte y observador pudo comprobarlo ―, comportamientos y usos
muy semejantes a los que se exhiben en estas páginas, de modo hilarante y
jocoso, exagerado y esperpéntico, a modo de espejo distorsionador en el que
mirarse los defectos agrandados.
Aldrovandus Magnus (Brujas,
1473), es el primero de ellos, y el texto más largo, con un desmedido final,
cuando el artista tras recolectar una ingente cantidad de lienzos para un
enorme proyecto pictórico, los ve consumirse por las llamas, produciéndole tal
desesperación, que le lleva a la muerte. Le siguen sus supuestos discípulos y
seguidores, Andrés Güelfo y Og de Basan, cuyas vidas y caracteres contrapuestos
muestran una paradoja continua y disparatada, recorriendo Italia en diversas
aventuras jocosas y altamente románticas (en el sentido del romanticismo
clásico). El vienés Sucrewasser, el dálmata Blunderbussiana, hijo de un bandido
que aprende a dibujar diseccionando los cadáveres que su padre y colegas
proporcionaban como resultado de sus negocios.
El holandés Watersouchy es el último de los artistas biografiados. Todos
muestran vidas delirantes y esperpénticas, aunque las descripciones de sus
pinturas sean detalladísimas, así como los recorridos viajeros de los ficticios
personajes, probablemente basados en los propios viajes de Beckford. Destacable es el cuidado con que el autor
elige los nombres de sus imaginarios personajes, todos ellos de significados
desternillantes.
J. G. Lockhart, biógrafo de
Walter Scott, dijo de estas Memorias
que son «una serie de brillantes y agudas sátiras de los pintores de la escuela
flamenca, trazadas con lenguaje pulido y penetrante, con un sarcasmo al tiempo
hondo y delicado, en un desempeño en el que el optimismo juvenil se compensa
gracias a los resultados de una observación muy extensa y a juicios que son
propios de un gusto… refinado». Sugiere Martínez-Lage que el joven Beckford
escribió estos textos para ayudar al ama de llaves cuando ésta había de informar
a los visitantes de la famosa pinacoteca familiar, lo que le producía a la vez
gran hilaridad. Relaciona también el
autor del postfacio la idea de la biografía, en este caso imaginaria, con el
inicio por esa época, de la gran tradición biográfica británica, que Boswell
comenzó con la vida, esta vez real, del Dr. Samuel Johnson.
En suma, un librito divertido,
interesante, muy bien traducido y con unos comentarios harto jugosos.