29/4/13

BUSCANDO UN NIÑO


EL NIÑO PERDIDO

THOMAS WOLFE

Ed. Periférica, 2011

No sabría si calificar de novela o de relato este texto que la Editorial Periférica ha tenido la magnífica idea de traducir y publicar. En realidad son cuatro relatos engarzados con un eje común: el hermano que el autor perdió por su temprana muerte, a los doce años, de un tifus fulminante. De hecho, Wolfe escribe sobre la muerte de su hermano en El ángel que nos mira, su primera y autobiográfica novela. Él tenía cuatro años y por tanto, sus recuerdos son difusos, pero al parecer la relación con Grover, su hermano, era muy tierna, y ciertamente, a pesar de su corta edad, sintió mucho esa pérdida.

El texto que se nos presenta, El niño perdido, fue publicado en 1937, un año antes de morir el autor, también prematuramente, por tuberculosis. Está estructurado en cuatro partes, presentándonos distintas versiones del recuerdo del hermano querido. La primera es quizá la más emotiva, ya que nos presenta a Grover, o a su espíritu, deambulando por la calle como solía, mirando escaparates, respirando el aire y los aromas del país, y finalmente entrando en una tienda y tratando de comprar unos dulces sin dinero, con unos sellos. Al sentirse insultado, recurre a su padre, que está en su taller de marmolista. Y su padre le apoya, reclamando y recuperando lo que es suyo. Todo vuelve a la normalidad. Ese texto es de una belleza inmensa, lleno de imágenes preciosas y evocadoras, con la alusión al caballo y a la tormenta, a la luz que va y viene, como fluctuaciones del tiempo y del recuerdo. «Grover se giró y pasó junto a la cara norte de la plaza. En ese momento fue testigo de la unión entre el ahora y el para siempre. (…) Y la luz se fue y vino de nuevo a la plaza, y Grover se quedó allí pensando tranquilamente: “Aquí está l aplaza y aquí está Grover, aquí está la tienda de mi padre y aquí estoy yo”».

La segunda parte es la versión de la madre: el recuerdo del viaje en tren que hicieron a St. Louis, con todos sus hijos, para ver la Exposición Universal. La observación del paisaje, que Grover seguía atentamente desde la ventanilla mientras sus hermanos organizaban una barahúnda por los pasillos del tren, y el doloroso recuerdo de su madre. El hijo más amado, es el que desaparece. El texto es nostálgico y entrañable.
En la tercera parte es la hermana Helen, que, dirigiéndose a Thomas a raíz de una vieja fotografía, le va desgranando recuerdos de Grover y de aquel viaje a la exposición, ligado para siempre en su memoria con la enfermedad de Grover y su triste final. El texto en este caso es muy emotivo, muy dramático, transmitiendo los sentimientos de Helen hacia su hermano y tratando de hacerle ver a su hermano más joven los momentos vividos con Grover.

Por último, la propia versión del autor, el benjamín de la familia, que apenas se acuerda de su hermano, pero recuerda la casa y la calle donde ocurrió el triste suceso. Y vuelve, muchos años más tarde, tratando de rememorar las imágenes, los sonidos y olores que es lo que más guarda en su mente. La calle ha cambiado, la casa tiene otro propietario, pero algunas cosas siguen exactamente igual, y el espíritu de su hermano perdido transita por un momento: «El llanto de la ausencia de la tarde, la casa que esperaba y el niño que soñaba. Y a través de la maraña de recuerdos de un hombre, el pobre niño de ojos oscuros y rostro sereno, extranjero en la vida, exiliado de la vida, hace mucho tiempo perdido como todos nosotros, una cifra de los laberintos ciegos, mi pariente, mi hermano y mi amigo, el niño perdido, se había marchado para siempre y no regresaría nunca jamás».

Thomas Clayton Wolfe (Asheville, Carolina del Norte, 1900 – Baltimore, Maryland, 1938) fue el octavo hijo de W.O. Wolfe, tallador de piedra, y Julia Westhall; a los seis años su madre se trasladó con él a otra vivienda que convirtió en casa de huéspedes, y el padre con el resto de hermanos siguió viviendo en la casa natal. Hizo sus estudios en la universidad de Carolina, y más tarde en Harvard. En el verano de 1925, viajó a Europa y comenzó a escribir su primera novela, Look Homeward, Angel (traducida en España como El ángel que nos mira), que se publicó en 1929. Más tarde dio clases de dramaturgia en Nueva York y siguió produciendo extensas novelas autobiográficas, además de otras piezas cortas. Desgraciadamente, la temprana muerte truncó una carrera literaria que se auguraba esplendorosa.




Ariodante


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