JUAN LABORDA BARCELÓ
Aache ediciones, 2009
En este cuento largo, que no
novela, Juan Laborda narra una serie de historias dentro de una historia,
ambientadas en el final de la guerra civil en Villafamés. Pueblo castellonense hoy ocupado por artistas
y con un importante museo de arte contemporáneo, al final de la guerra sufrió una
serie de virulentos ataques de la aviación, que llevó a sus habitantes a
refugiarse en unas cavernas cercanas.
El clima y el tono de la
narración recuerdan aquella maravillosa película de Víctor Erice El espíritu de la colmena, aunque la
época sea ligeramente posterior, ya en la posguerra. Encontramos aquí muchas
historias contenidas: la de doña Ana y su difunto marido, las de Ramiro,
Paulino, la Lozana, el amor entre
María y Alonso Goyanes, la del Chispas, la
del detente bala, la del General
Aranda, en suma, una colección de personajes desnortados, silenciosos,
abrumados por la situación general, el miedo, la ansiedad, la lucha por la
supervivencia…
El relato discurre en un tono
pausado a lo largo de ocho capítulos, donde van añadiéndose personajes a la vez
que suman capítulos. En el primero nos presenta a la protagonista principal, la
viuda doña Ana que vive con su ama de llaves Visitación. Y aparece el siguiente,
Ramiro, el cura del pueblo devenido en seglar por purito miedo a lo que le
pudieran hacer los milicianos. En el segundo aparece el jovencísimo sobrino de
Don Cesáreo, Paulino, que ha de ocultarse y refrenar sus ansias guerreras. Como los ataques cada vez son más fuertes,
deciden finalmente arramblar con la poca comida que les queda e irse a la cueva
que hay en las cercanías, donde encuentran a medio pueblo ya instalado. La vida
en la caverna tiene sus normas, un jefe (Manolo) y todos han de pasar por aceptar
lo que hay en la pequeña comunidad cavernícola. No son precisamente
comodidades, pero todos se apañan como pueden y comparten lo que tienen.
Y en los días que pasan en la
penumbra, van a ocurrirles muchas cosas, que sorprenderán a doña Ana y a su vez
ella sorprenderá a los demás con unas intervenciones memorables. La comunidad
recupera la tradición oral, la narración alrededor de la fogata. Y trata de,
sumergiéndose en el relato, olvidar el continuo fragor de los bombardeos. Por
otra parte, Don Cesáreo, el maestro, aparece un día con una sorpresa que
animará y entusiasmará a todos. Tanto unos como otros, además de comer (poco,
porque poco era lo que había) lo que ansiaban era olvidar la guerra, vivir
otras vidas y es precisamente la ficción la única medicina para esa enfermedad.
Así, semejante a los pobres
presos de la película Los viajes de
Sullivan, que disfrutan ingenuamente viendo a Mickey Mouse, y olvidando por
una hora su pesadilla cotidiana, en la caverna de Villafamés sus
pobladores disfrutan con cuentos y con
imágenes que les sacan de su malvivir. Un capítulo final, acabada ya la guerra,
vuelve a poner un cierto orden en las cosas, un orden que puede no ser el
deseado, pero orden al fin, que acaba con el continuo horror de una guerra
fratricida.
Una idea general se desprende del
cuento, a modo de parábola social: en situaciones extremas, tendemos a sacar
nuestro mejor lado y a ponernos de acuerdo para sobrevivir. No sé si debemos
tomarlo como una realidad o más bien como un deseo: siempre hay buena gente, en
un bando como en otro, y hay que sacar a la luz lo mejor de cada uno en vez de
enfrentarse. Esa sería la moraleja
del cuento, en mi opinión. No sé si es realizable, pero al menos el autor lo
intenta con su relato. Una cuidada edición, con un cierto tono decimonónico en
las pequeñas ilustraciones de sus páginas, pone el toque final.
Juan Laborda (Madrid, 1978) pertenece a una generación que ya ve la
guerra muy distante y con las heridas cerradas. Licenciado en Historia por la
Complutense, doctor en Estudios Avanzados en Historia Moderna y master en
Historia y Estética de la Cinematografía. Ha publicado tanto ensayo como
ficción, colaborando en revistas digitales como Culturamas y en Periodista
Digital.
Ariodante
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