PEDRO GARCÍA MARTÍN
Algaida editorial, 2008
Esta
obra, que recibió el XII premio de novela Ciudad de Salamanca, tiene una
estructura de difícil clasificación, ya que la ficción está engarzada con un
discurso histórico-periodístico que nos sitúa en el fin del siglo XIX y
comienzos del XX, ese feliz tramo que llamamos modernismo o Belle Époque, y que
acaba abruptamente con el estallido de la Gran Guerra. Al modo de una pintura
impresionista o de una primitiva y borrosa imagen fotográfica, no hay líneas en
esta obra. Hay manchas de color y de luz, tonalidades y matices. Así, pincelada
va, pincelada viene, el autor recrea el luminoso mundo de la Belle Époque, con
el pretexto de seguir el nacimiento del cine, ligado a la vida de la familia
lyonesa Lumiére, siendo el protagonista o hilo conductor de la trama novelesca
Jean Flandrin, uno de sus más dilectos empleados y posteriormente, emparentado
con la familia.
La
trama propiamente novelesca o de ficción es muy sutil, es un vaporoso y tenue
hilo que, cual tela de industriosa Aracne, une los distintos puntos que la
sustentan. Pues si bien hay un protagonista, el químico Jean Flandrin, al que
un desconocido narrador (que solo conoceremos al final) le dirige sus reflexiones
y comentarios, relatando su propia
historia, comentando aquí y allá sobre la vida cultural y científica francesa de fin de siglo. El químico aparece
ya avanzado el texto, surgiendo y desapareciendo cual Guadiana, según conviene
al autor.
Dividido
el libro en tres partes, en la primera recrea el clima que rodea el nacimiento
no de la fotografía, que ya ha nacido, sino de la instantánea, que capta la impresión fugaz del momento, del mismo
modo que los pintores impresionistas dirigen su mirada y su trabajo hacia esa
captación. La segunda parte desarrolla
el problema de la imagen en movimiento: los comienzos, los múltiples intentos
de plasmar el movimiento de la imagen con la cámara. El nacimiento del
cinematógrafo, que tuvo lugar por distintos puntos y con diversos
investigadores. Edison en Norteamérica, LePrince, Meliès, y los Lumiére en
Francia, etc. La tercera parte se centra en las investigaciones sobre el color,
que tanto los pintores y los fotógrafos investigan y desarrollan, y que
desembocará en el futuro cine en color. Todo ello, trufado de cameos literarios y artísticos, como la
reunión en la que Monet, Degas, Renoir y Cezanne discuten sus nuevas posiciones
sobre la pintura, el color y la luz, frente a otros pintores más conservadores
que optan más por el dibujo y la línea. Otro leit-motiv son las continuas referencias cinematográficas;
alusiones a títulos o a temas de películas clásicas.
El
amor, en la ficción, tiene un tratamiento muy clásico: la contraposición amor
sagrado/profano, desarrollando la dicotomía entre Claire y Violette; la
fidelidad y la traición, no solo en el ámbito amoroso sino en el profesional y
político, en lo amistoso y en lo familiar. Las reflexiones sobre el arte, la
percepción de los colores y la luz, la perspectiva, el uso de la línea o la
mancha, los distintos motivos del pintor y del fotógrafo,…y muchas cosas más, aparecen
puestos en boca de un maduro Monet en su refugio de Giverny, en sus
conversaciones con Jean Flandrin, interesado en llegar al fondo de las
investigaciones monetianas.
En
cuanto a la técnica, el autor hace una elegante demostración en su manejo del
lenguaje, barroco a veces y sumamente
poético en otros tramos, engarzando el comienzo de cada capítulo con la última
frase del capítulo anterior, como si de un “cadáver exquisito” se tratara. Lo
destacable del libro es que usa un lenguaje al modo que el fotógrafo la cámara,
o el pintor su pincel: colorista y luminoso, componiendo un cuadro que el
lector mientras lee comprenda y sienta, al mirarlo, la emoción producida por el
vértigo de esos años. Y ciertamente lo consigue.
La
trama novelesca está, como ya se ha dicho, engarzada íntimamente con la
documental, por lo que resulta de difícil clasificación (lo que, por otra
parte, no considero importante): ha sido premiada como novela histórica, y
ciertamente aunque recrea la historia del fin de siglo, la recrea más con un
lenguaje descriptivo casi a modo de reportaje histórico, mientras que la trama
de la novela va y viene a lo largo de todo el libro. El efecto total es coral:
múltiples voces o elementos que se combinan para darnos una muestra vívida de
unos años que despidieron el siglo y saludaron al siguiente, eufóricos y
felices, aunque sombríos nubarrones de guerra acabaron por aguar la fiesta.
Comienza
la narración con una visita dominical de la familia Lumière al Museo de Lyon y
acaba con el fragor de la batalla de Verdún. La alegría de vivir, la loca
carrera de la ciencia y la técnica, las novedosas propuestas del arte,l as
costumbres y modas cambiantes, tropezarán finalmente con el obstáculo más
feroz: el drama de la guerra, que supondrá el final de una época y el comienzo
de otra.
El
autor nos muestra un amplio abanico de decorados en los que tienen lugar estos
cambios, y por los que discurre la vida de los Lumière, y sobre todo la de su
empleado de más confianza, con el que incluso llegan a emparentar, el químico
Flandrin. Batallas de patentes de los nuevos inventos, espionaje industrial y
político, utilización de las primeras películas tanto fotográficas como
cinematográficas como documentales, muchas veces como arma política o
publicitaria, la Exposición Universal de
París y su difusión de los nuevos inventos y el nuevo arte, la fortísima
controversia alrededor del caso Dreyfuss, el desafortunado caso LePrince, las
maquinaciones de Edison, las exposiciones impresionistas, la vida disipada y
alegre de la triunfante burguesía en el
poder, y el despertar de las revoluciones proletarias.
En
suma, el texto es un ejemplo de escritura impresionista, nada mejor para
sumergirnos en una época de novedades continuas, semejante a la actual, por
otra parte. El tren de inventos, descubrimientos científicos y sus aplicaciones
industriales, revoluciona una sociedad anclada en un punto focal único y
frontal, cuando ahora las imágenes, como los avances científicos, pasan a
vertiginosa velocidad cual si de la ventanilla de un vagón de ferrocarril se
tratase.
Pedro García Martín es Profesor Titular de Historia Moderna
en la Universidad Autónoma de Madrid. Becado por los Institutos Francesco
Datini de Prato (Italia), Regional Etnográfico de Nuoro (Cerdeña), Europeo de
Florencia y la Universidades de Nantes y Lyon (Francia). Estudios en Laponia en
1992. Entre 1993 y 1995 ha dirigido sendos proyectos interdisciplinares sobre Inventario del patrimonio mesteño de la Vía
de la Plata. Es autor de diversos ensayos históricos.
Ariodante
J
3 comentarios:
Qué aventura vivir en el cambio de siglo, entre el modernismo, lleno de artistas, pensadores e inventores. Una gozada. Por cierto que el libro tiene muy buena pinta y esta espléndidamente reseñado, como siempre.
Parece interesante, aunque me echa un poco para atrás lo del lenguaje barroco, pero luego me recupera por la parte del lenguaje poético. Quizás es que necesite leer algo ligero ahora mismo. Pero tomo nota porque tengo la certeza de que voy a aprender mucho con este libro.
Un saludo!
No te preocupes por lo del lenguaje barroco, Ana. Quizás no he usado con exactitud la palabra. Pleno de imágenes, un lenguaje que procura ser impresionista para mejor llevarnos al clima que recrea.
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