EDUARD VON KEYSERLING
Nocturna Ediciones, 2011
Penetrar en el universo que recrea
Keyserling es sumergirse en una voluptuosidad decadente y amable, rodeados de
color, sombras crepusculares y perfumes campestres de espliego y heno. Es el
mundo de la antigua nobleza rural el que reproduce este autor nórdico, que a
veces parezca más austríaco que prusiano. Y sobre todo, un mundo en vías de
extinción, en el que algunos intuyen su cercano final mientras otros continúan
por inercia. El contraste entre esas dos posiciones es lo que se puede apreciar
en la obra de Keyserling.
Beate
y Mareile es el título original. No es hasta las páginas finales que
comprendemos la elección del título español, Otoño en Berlín. En realidad, ambos personajes son arquetipos no
sólo de las dos posibilidades de relación con las mujeres: esposas o amantes,
sino de la relación entre dos clases sociales, la que va a morir y la que
emerge. Y la relación es en ambos casos, cuando menos, incierta. Mareile, hija del mayoral Ziepe, ha tenido abiertas
las puertas del palacio Kaltin, porque desde niña recibió la protección de la
baronesa Losnitz, siendo educada junto a Beate. Ha conseguido elevarse
socialmente, al menos en apariencia, y es una cantante de fama; sin embargo sus
pensamientos y sentimientos siguen siendo los de una mujer del campo. Es
significativo el hecho de que, las dos veces que se presenta en Kaltin, no hay
ningún coche esperándola, y atraviesa a pie el campo mientras “la hierba caliente y polvorienta crujía bajo
sus pies. Olía a ajenjo, enebro, milenrama. (…) La somnolencia bañada en luz de los lugares conocidos de antaño volvió
pensativa a Mareile. La lucha por su destino la había alejado tanto de su
tierra…”(pág. 29) Mareile derrocha vitalidad y belleza.
Beate von Losnitz es, sin embargo, el
contrapunto: la dulce y callada esposa de Günther von Tarniff,
heredero de una tradición de rompedores de corazones femeninos, enfermedad de la que Günther parece haber
sanado. Pero “nuestra época se ha traído
su propio demonio”, como murmura Mankow, el guardabosques. Beate –el nombre
ya nos indica mucho- está acostumbrada a esperar. “Su rostro estaba pálido, tenía la fina blancura de las viejas razas
cansadas de mantenerse en pie durante siglos en las protegidas cumbres.”(pág.
28) La delicada y leve alusión al inminente contacto amoroso con su marido
es una imagen bellísima y muy sugerente.
La irrupción de Mareile en la aburrida
y rutinaria vida campestre de Kaltin produce un verdadero terremoto. Los
hombres, como mariposas nocturnas, revolotear alrededor de su luz, ebrios de
deseo. Pero ella no sabe bien lo que quiere. Le gustan los aristócratas pero la
seduce un pintor. Günther, que tras unos años de soltería en la milicia, ha
desterrado sus correrías y se ha casado con Beate, recuerda sus juegos
infantiles con las dos niñas mientras observa la delicada figura de su esposa
leyendo bajo los tilos. Las conversaciones entre Günther y Hans Berkow, pintor
y amigo, entre las viejas damas del
castillo, entre los sirvientes, todo ello nos es mostrado a modo de pinceladas
que conforman un cuadro revelador de los conflictos soterrados, a modo de un
estanque de superficie mansa y llena de nenúfares cuyo fondo esconde
insospechadas podredumbres.
Tras dos años de matrimonio, inmerso en
la tranquilidad doméstica cotidiana, mientras Beate espera con placidez la
llegada del primer hijo, el hombre, el
seductor que hay en él, empieza a inquietarse. “De pronto, fue como si Günther percibiera, en esa hora nocturna, que
instantes preciosos de su vida pasaban vacíos.” (pág.59). Primero es Eve
Mankow la que despierta su pasión, pero el retorno de Mareile a Kaltin, después
de separarse del pintor Berkow, rompe todos los diques.
Lectura deliciosa y tierna, aunque también terrible en su significado profundo, esta novela de Keyserling nos vuelve a demostrar su maestría con el lenguaje, que usa como un pintor, y su capacidad para bucear en el alma humana, comparable a un Zweig. Es loable la cuidada edición de Nocturna, con una presentación estética exquisita y una muy destacable traducción de Carlos Fortea.
Lectura deliciosa y tierna, aunque también terrible en su significado profundo, esta novela de Keyserling nos vuelve a demostrar su maestría con el lenguaje, que usa como un pintor, y su capacidad para bucear en el alma humana, comparable a un Zweig. Es loable la cuidada edición de Nocturna, con una presentación estética exquisita y una muy destacable traducción de Carlos Fortea.
Eduard Graf von Keyserling (Castillo de Paddern, hoy Letonia, 1855- Munich, 1918), escritor alemán, descendiente de una antigua y noble familia germano-báltica y primo del filósofo Hermann Keyserling. Inicia estudios en Dorpat, pero a los veintitrés años se ve obligado a abandonarlos, dirigiéndose a Viena a estudiar filosofía e historia del arte. A finales de siglo se traslada con sus hermanas a Munich. Posteriormente quedó ciego como consecuencia de la sífilis que padecía. Se le ha considerado como un exponente el impresionismo literario; las imágenes, luces y colores, sentimientos y sugerencias que despliega nos emocionan como una pintura de C.D.Friedrich o un dulce lieder de Schubert.
Ariodante
2 comentarios:
Comparable a un Zweig dices; pues habrá que tenerlo en cuenta.
Bu eeeno. Comparable a Zweig, pero no es Zweig.
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