7/11/13

DICKENS IN LOVE

DICKENS ENAMORADO
AMELIA PÉREZ DE VILLAR
Ed. Fórcola, 2012






El ensayo que nos ocupa la atención es un texto biográfico que no llega a las doscientas páginas, y que nos presenta la biografía de Dickens desde un ángulo quizás no muy habitual. El título nos da una pista: se trata de contarnos la vida del gran escritor británico apoyándose en los amores (y yo añadiría, los desamores)de su vida. El texto reproduce algunas cartas que Dickens escribió a diversas personas (damas, amigos, etc.) y  de cuya lectura se puede llegar al estado de ánimo del escritor. Esta obra también muestra las relaciones del escritor británico con varios amigos íntimos; cada una en su marco especial, como es el caso de su amigo juvenil Henry Kolle, que le servirá de intermediario y mensajero en su intento de relación con Maria y que acabará desposando a la hermana de esta; John Forster será su amigo más íntimo y duradero, finalmente albacea; otro amigo que conoció ya en su madurez, el también escritor Wilkie Collins, más compañero de viajes y salidas nocturnas. El actor Macready, que le fue de gran apoyo al final de su vida; el escritor Leigh Hunt, el pintor Daniel Maclise, o Thomas Talfourd, a quien dedicó Los papeles póstumos…

Las innumerables mudanzas de casa de los Dickens, cuya transhumancia era notable, a pesar de las continuas quejas del escritor, al parecer se veía impelido a un movimiento continuo, conforme iba creciendo la familia; los constantes viajes, solo o acompañado, con familia o con amigos, los proyectos, el continuo brotar de nuevas obras salidas de su pluma… Este aspecto transhumante me recuerda la también itinerancia constante de otro gran escritor, Joseph Conrad, que tras años de vagar embarcado allende los mares, al establecerse en tierra firme no parecía encontrar su sitio en ninguna parte, cambiando de casa y de lugar con una frecuencia pasmosa, para una persona aquejada de gota y otras varias dolencias. Dickens tenía una salud más fuerte que la de Conrad, pero a cambio tenía diez hijos, una familia paterna constantemente sobre sus espaldas, teniendo que asumir sus problemas de deudas y otros asuntos, con los quebraderos de cabeza adicionales.
Así, por medio de todas estas relaciones va mostrándonos la autora de este ensayo la calidad personal de Dickens y sus motivaciones y deseos más íntimos, en la medida en que podemos suponerlos o deducirlos de la lectura de sus cartas, que es impagable.
En su juventud (hablo de diecisiete, dieciocho años) tuvo el escritor una pasión amorosa muy intensa por Maria Beadnell. Pasión que no fue del todo correspondida o que, al menos no lo fue del mismo modo y con la misma intensidad que el joven Dickens ansiaba. Además, hubieron ciertos malentendidos con la intervención de otra amiga por en medio, no sabemos si de modo casual o provocado por la propia Maria.  Y no solo eso, sino que la familia Beadnell tampoco aceptó bien esta relación cuando vio que sobrepasaba los límites de la pura amistad. Las diferencias de clase, la juventud de ambos, hizo que los padres de Maria la enviasen al extranjero y entre eso y que ella misma no parecía demasiado convencida, el asunto fue decayendo, aunque en la mente y el corazón de Dickens pervivió y sirvió de base para el personaje de Dora en su magna obra David Copperfield.

Posteriormente, cuando superó sus peores momentos y conoció a la familia Hogarth,  cuyas tres hijas, Catherine, Mary y años más tarde Georgina, le hicieron revolotear entre ellas y finalmente decidirse por la mayor, Catherine, de físico atractivo (aunque no tanto como Maria Beadnell). Sin embargo, la elección de Catherine por esposa, según nos lo presenta la autora siguiendo la opinión de Claire Tomalin en su ensayo sobre Dickens, estuvo más apremiada por una cuestión de “higiene sexual, bienestar doméstico y compañía” que por una pasión real. Intelectualmente no estaba a la altura de Dickens y a lo largo de sus años de convivencia la figura de Catherine se nos presenta más como una fábrica de niños (tuvieron diez) que como una esposa más completa, puesto que Dickens, que era una personalidad hiperactiva y ansiosa, se ocupaba de todo lo demás, desde el guardarropa, pasando por todos los detalles de cada una de las múltiples casas que poseyeron, a dirigir el servicio, la educación de sus hijos, y las relaciones con su familia. Ello llevó, a lo largo del tiempo, a un agotamiento absoluto de los sentimientos que hubiera podido albergar hacia su esposa, y de un alejamiento que pasó a ser físico cuando empezó a interesarse más seriamente, en su madurez, por una joven actriz, Ellen Ternan, con la que acabó conviviendo en una situación harto confusa y poco satisfactoria.

Dickens, cuya personalidad tornadiza e inquieta queda transcrita en este libro, probablemente tuvo trato con algunas otras mujeres, fueran damas o prostitutas, pero no tenemos noticia de ello, si descontamos la relación con sus dos cuñadas: primero Mary, que se instaló en casa para ayudar con el primer bebé de la pareja, y que ejercía una cierta atracción en Dickens; su repentina muerte le dejó profundamente impactado; luego Georgina, la hermana menor, que con quince años también se trasladó a vivir con ellos en casa, cuando acababan de volver de Estados Unidos, en 1842; haciendo el papel de institutriz de los niños, y que parecía disponer de cierto ascendiente sobre el escritor, por su nivel intelectual y competencia en asuntos domésticos, mayor que el de su hermana, y por la manifiesta devoción hacia su cuñado que no pasó del plano sentimental al físico.  De lo que sí tenemos noticia es un intento de reencontrarse con Maria Beadnell, a la sazón Winter, casada y con dos hijas. Y fue por iniciativa de la propia Maria, que le escribe veintidós años más tarde de su último encuentro. Sin embargo, el reencuentro resultará decepcionante, por lo que el bello recuerdo de la dulce Maria quedará borrado por una imagen de señora madura, tampoco demasiado inteligente y desde luego, nada oportuna. 

Resulta una obra atractiva, quizás demasiado concentrada en su brevedad, pero que nos ofrece una imagen más íntima y novedosa de este gran escritor. Y una espléndida edición la de Fórcola, tapa dura, con múltiples reproducciones de grabados, imágenes de las casas, las personas y muestras de la escritura manuscrita de Charles Dickens, un autor que todos conocimos de niños y al que seguiremos leyendo toda nuestra vida.

 Amelia Pérez de Villar es licenciada en Filología Inglesa y traductora por el Institute of Linguists of London. Como autora, ha publicado relatos en diferentes antologías y revistas, algunos de ellos finalistas de concursos, como «Manuela» (Los nuestros son todos, Fundación Civilia, 2005), «Escena con fumador en blanco y negro» (Canal Literatura, 2007, ganador del Tercer Premio), «Si yo tuviera el corazón», publicado en el último número de la revista Renacimiento, o «Visión Crepuscular», aparecido en la revista digital Culturamas en enero de 2011. Ha sido redactora en prensa escrita y colaboradora en la publicación digital Notodo.com. Escribe habitualmente en su blog DeLibrosydeHojas. Ha escrito Dickens enamorado: Un ensayo biográfico (Fórcola, 2012), y el artículo «Pescar el múrice: mi reino sí es de este mundo», que forma parte del ensayo colectivo Hijos de Babel: reflexiones sobre el oficio de traductor en el siglo XXI (Fórcola, 2013). Como traductora, ha publicado las traducciones La nave de Ishtar, de Abraham Merritt (Valdemar 1991), Sound Bites, de Alex Kapranos (451 Editores, 2007), La estrategia del colibrí, de Francesco Morace (Ed. Experimenta, 2008)Ensayistas y Profetas, de Harold Bloom (Páginas de Espuma, 2010), y Escribir ficción, de Edith Wharton (Páginas de Espuma, 2011). Ha preparado la traducción, edición y notas de Crónicas literarias y autorretrato (Fórcola, 2011), y de Crónicas romanas: la sociedad y la vida mundana de fines del Ottocento en Roma (Fórcola, 2013), ambas antologías de crónicas de Gabriele d’Annunzio (1863-1938).




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