HENRY TROYAT
Ed. El Cobre, 2005
Las
relaciones humanas son siempre fuente de sorpresas. Y el amor entre un hombre y una mujer admite
una gama de variantes bastante amplia. Pero si a ello sumamos el hecho de que
el hombre (o la mujer, pero generalmente, el hombre) sea un genio, o al menos,
un artista genial, la situación puede llegar a casos límite, como es el que se
desarrolla entre estos dos ejemplares humanos, a cual más complicado: la
baronesa Nadiezhda Von Meck y el músico Piotr Tchaikovski.
Henry Troyat cuenta en esta corta obra,
que no llega a ciento cincuenta páginas, las vidas convergentes de la baronesa
y el músico. Convergentes pero a la vez tangenciales. Es decir: desde el
momento en que la baronesa queda subyugada por la música de Tchaikovski, y él,
a su vez, cautivado por la exquisita sensibilidad de la baronesa, (así como por
su inmensa fortuna) se inicia una
relación entre ellos, una curiosa relación, que durará catorce años, a lo largo
de los cuales ambos interpretarán una complicada danza viajera, recorriendo
Europa, siempre poniendo tierra por en medio entre los dos, manteniendo una
extensa relación epistolar.
Nunca
se encontraron frente a frente. Se vieron de cerca y de lejos, eso sí, en dos o
tres ocasiones, pero cruzándose por la calle un carruaje con otro, o a distancia
en la ópera… La dama había hecho una propuesta al caballero: nunca deberían
encontrarse, su amor debía ser puro, como la música, intocable, sin ninguna
mota de fisicidad, de materialidad. También había hecho otra propuesta: ella
sería su mecenas; pagaría todos sus gastos de modo discreto, por medio de
terceras personas y siempre en la sombra, para que tanto el honor del artista
como la honra de la dama quedasen impolutos.
No
solo aceptó el músico –muy necesitado, siempre, de dinero- la oferta de la baronesa,
sino que correspondió con cartas muy amistosas y emotivas, en las que
intercambiaban opiniones musicales y
artísticas, además de lanzarse flores mutuamente. Las “flores” que le
lanzaba Tchaikoski estaban llenas de notas musicales: compuso muchas piezas
para ella, cosa que la enorgullecía íntimamente y la hacía sentirse como la
musa inspiradora del arte de su amado.
Porque
realmente la baronesa, ya viuda, se había enamorado –platónicamente- de este
magnífico artista, y dedicaba toda su atención, casi maternal, a favorecer a su pupilo, procurándole el
bienestar necesario para que su creación artística fluyera constantemente. Le
dejaba residir en sus múltiples mansiones y dachas, (siempre estando ella
ausente) disfrutando al regreso de encontrar los espacios donde él había
vivido, compuesto su música, soñado y paseado; le reservaba hoteles en Francia,
Suiza o Italia, siempre a distancia de ella, pero deseosa de saber que él
estaba cerca. La verdad es que era una relación francamente curiosa, casi diría
que neurótica.
Tchaikovski,
que permanecía soltero, tuvo un momento de debilidad o quizás de temor a lo que
se dijese de su larga soltería, y se desposó con una joven admiradora. El
matrimonio fue un desastre desde el primer día. Los gustos sensuales del artista
no estaban en esa línea. La baronesa, que en sus epístolas se llevó un
sobresalto cuando él le informó del tema, luego vio con regocijo que nadie le
quitaba el puesto y que seguía siendo la musa principal. Incluso favoreció con
aportes económicos el subsiguiente divorcio.
Lo
que ya no encontró tan agradable era la creciente atención que Tchaikovski
dedicaba a sus sobrinos y a sus alumnos más jóvenes. Su interés por los
adolescentes empezaba a ser sospechoso a los ojos de la baronesa, que nunca
quiso dar crédito a las maledicencias, pero en los últimos años, las amistades peligrosas de Tchaikovski inquietaron y
perturbaron sobremanera, hasta el punto de acabar por romper finalmente con él
y cortarle el flujo monetario, aunque en un momento en que ya el músico había
conseguido situarse recibiendo diversas pensiones incluso de los monarcas, que le
mantenían un ritmo de vida confortable, incluso de poseer su propia mansión
campestre, lo cual le posibilita prescindir de las mansiones de la baronesa,
cosa que ofende y entristece a la dama, que, imaginando a su artista en
espacios ajenos, considera ya perdida su influencia y amistoso mecenazgo.
Troyat
cuenta esta relación intercalando muy frecuentemente fragmentos de cartas, que
hablan por sí mismos, y compensando los intervalos con su relato, así como las
sugerencias que surgen en su imaginación. Es, pues, un tipo de narración
biográfica en la línea de los ensayos biográficos de Stefan Zweig. Contada en
presente, la historia nos acerca a los protagonistas, nos hace seguirles en sus
desplazamientos, leyendo sus múltiples misivas y programando viajes con ellos.
El
personaje de la baronesa tiene su encanto. Una mujer que ya ha cumplido con la
vida, ha dado once hijos a su esposo, ha quedado viuda y es dueña de riquezas
incalculables. Amante del arte y sobre todo, de la música, viajera constante,
recorre las capitales europeas siguiendo los eventos culturales del momento,
huyendo del invierno ruso se pasea por Venecia, Milán, Roma o París, va casando
a sus hijos y cada vez tiene más tiempo para dedicarlo a su protegido, al que
profesa una admiración amorosa que es difícil de entender hoy en día, pero que
es más un cariño intelectual, teñido de cierta sensualidad aunque con el
convencimiento de que la distancia y la ausencia de contacto físico es
justamente lo que mantiene vivo el fuego del deseo.
Henry Troyat, (Moscú,1911-París,2007) escritor,
historiador y biógrafo francés de origen armenio y ruso, cuyo verdadero nombre era Levón Aslani
Thorosian o Lev Aslánovich Tarasov, dependiendo de si nos referimos
a su origen armenio o ruso, fue un popular autor de biografías y
novelas.
Nacido en una familia exiliada en París debido a los acontecimientos
de la Revolución Rusa, Troyat se
licenció en derecho y pronto pasó a publicar novelas, actividad que mantendría
desde 1935 hasta su muerte en 2007.
En 1938
ganó el prestigioso Premio
Goncourt por La araña, muchos de sus libros se
refieren al pasado zarista de Rusia o a los primeros años de la revolución, así
como sus biografías se dedican normalmente a grandes personajes rusos como Gogol, Pedro el Grande o Nicolás
I, entre otros muchos.
Miembro de la Academia Francesa, Troyat
desarrolló numerosos libros en forma de saga, entroncando personajes
a través de generaciones a lo largo de la historia europea.
Ariodante