CLAUDIUS BOMBARNAC, CORRESPONSAL DE “EL SIGLO XX”
JULES VERNE
Traducción
de Mauro Armiño
Prólogo:
El planeta Verne, de Eduardo Martínez
de Pisón.
Ilustraciones
Léon Benett
Ed.
Fórcola, 2013
Magnífica
edición esta, donde se combina la excelente traducción del texto de Verne, con
una amplísima gama de ilustraciones, unos grabados preciosos. Y no solo eso,
sino que se añade un prólogo que es un verdadero ensayo breve sobre las
geografías imaginarias y el universo de Verne. Escritor favorito de nuestra
adolescencia, —al menos para las generaciones previas a los creadores de El
Pequeño Vampiro o Harry Potter—, revisitamos sus novelas con verdadero placer
siempre. Verne fue un estudioso de la ciencia y la tecnología de su época, lo
que —unido a su gran imaginación y a su capacidad de anticipación lógica— le
permitió adelantarse a su tiempo, describiendo muchos inventos que anticipó.
Precursor de la ciencia ficción y de la moderna novela de aventuras, sus héroes
siempre fueron hombres buenos, bien situados en la escala social, gente de
buenos modales y de ideas bastante conservadoras.
Lo
curioso es que Verne es un hombre que apenas viajó, sin embargo nos ha hecho
viajar por todo el planeta con sus novelas, describiéndonos de modo casi
enciclopédico los lugares que eran escenario de sus aventuras. La documentación
de sus obras es erudita en extremo, incluso a veces excesiva para el gusto
juvenil actual, acostumbrado a una literatura más light, pero en su época resultaba plenamente exitoso. Verne tiene
novelas que son más bien libros de viajes novelados, como La casa de vapor, en el que unos viajeros recorren el norte de la
India de parte a parte, o el Viaje por
Inglaterra y Escocia, en el que recuerda uno de los pocos viajes que
realizó personalmente; y en esta serie es donde se enmarca el presente volumen,
Claudius Bombarnac, obra publicada en
1892.
El
protagonista y narrador es un periodista que es enviado por su periódico, El Siglo XX, a recorrerse toda Asia de
parte a parte, desde Bakú a Pekín en un imaginario tren Transasiático. Verne,
por boca de Bombarnac, nos va describiendo el recorrido a la velocidad puntera
(en su momento, el no va más eran 60 kms/hora)
en algunos tramos, y en otros, menos llanos, a una media de 30 kms/hora. Cruzaban lugares donde los habitantes aún se
desplazaban en dromedario, camello, caballo o burro. Seguían la tradicional Ruta de la Seda, aunque Verne no la cite
apenas y no se acuerde de Marco Polo. Sin embargo, Verne resalta las novedades
introducidas por los rusos en el trayecto. En realidad, lo que los rusos
estaban haciendo en la época que Verne escribió esta novela, era construir el
transiberiano, que, al fin y al cabo, unía el inmenso país de parte a parte.
El
ferrocarril es una de las grandes novedades del siglo XIX que cambió por
completo la concepción del tiempo, del paisaje y las comunicaciones entre
pueblos. Se identificaba ferrocarril y progreso, y realmente lo era. Pensemos
en la novedad que nos supone el tren de alta velocidad actualmente, pues para
los viajeros decimonónicos, desplazarse a la velocidad de sesenta kms/h era
toda una heroicidad. Fernando de Lesseps en 1870 parece que proyectó algo
semejante al trazado que desarrolla Verne. Pero la construcción de tamaña obra
quedó como imposible, mientras que la ficción ocupa fácilmente el lugar de la
realidad. De hecho, el recorrido que Verne describe no ha sido aun hecho
realidad más que en parte (la parte china).
El
verdadero héroe de la novela de Verne es, como bien dice Martínez de Pisón en
el prólogo, la propia geografía. “Toda tierra incógnita es, mientras dure,
fértil para la ficción”, nos dice el prologuista, con sabias palabras. Verne
aprovechó tanto los descubrimientos como sus ausencias, siguiendo el lema de
Stevenson cuando afirmaba que “no hay mejor materia para un sueño que un mapa”. Recorría los mapas
imaginando sus historias. Y cuando faltaban datos, los suplía con su
imaginación.
En
suma, la novela no solo nos proporciona un delicioso y exótico viaje en
compañía de personajes variopintos (franceses, rusos, chinos, mongoles,
norteamericanos, alemanes e ingleses…incluso rumanos) presentados con fino
humor e ironía donde se trasluce la proclividad de Verne hacia unos u otros en
ese momento, sino unas descripciones de las inmensas extensiones asiáticas,
desiertos, valles, montañas, ciudades y aldeas. La transición de lo que
considera como la civilización occidental, el progreso moderno, a la oriental,
o mundo aún sumido en la antigüedad y arcaicas costumbres. Es curioso que sea precisamente
Rusia, los rusos, lo que Verne ponga
como modelo de occidentales, cuando en el siglo XIX, desde el resto de Europa,
Rusia siempre era contemplada como oriental, atrasada y decadente. La
aristocracia rusa imitaba las modas, el idioma y las ideas francesas…a pesar de
Napoleón. Y a Verne, sin embargo, los rusos le caen bastante bien…a pesar de
Crimea.
Durante
el imaginario recorrido de Bombarnac ocurrirán toda una serie de aventuras y
conforme nos acercamos al final la tensión se incrementará y sucederán
insospechadas situaciones. Manteniendo siempre el tono viajero, Verne siempre
entretiene e ilustra.
En
suma, tanto el interesante prólogo como la novela y las ilustraciones, constituyen
un conjunto altamente recomendable.
Ariodante