VICENTE BLASCO IBÁÑEZ
1925, Prometeo
En esta novela
se engarza la narración de viajes, la novela decimonónica flaubertiana, y la historia, pero no novelada, sino contada a
modo de documental. El hilo conductor de
la novela es la relación entre Claudio Borja, joven valenciano aspirante a
escritor, protegido del diplomático Arístides Bustamente tras la muerte de su
padre, y Rosaura Salcedo, la joven viuda de Pinedo, un potentado argentino
fallecido, que pasea su espléndida figura entre París y la Costa Azul, Madrid o
Roma, despertando más de una encendida pasión. La señora de Pinedo impresiona
al joven Claudio, y este a su vez cautiva con sus explicaciones históricas a la
bella dama argentina, que desconoce muchos detalles de la historia europea. «A
mí me interesa todo lo que supone trabajo y voluntad-afirma, rotunda, Rosaura-
a mí me interesa toda persona que tiene un ideal y procura realizarlo». Claudio
planea escribir sobre Pedro de Luna, el papa que acabó sus días en Peñíscola. Y
para ello piensa hacer el recorrido que el pontífice realizó en su huída desde
Avignon hasta el final castellonense.
Comienza la
narración contando la biografía de cada uno de los dos personajes, antes de
entrar en materia histórica propiamente, y le sirve al autor para situar
psicológica y socialmente a ambos, a la vez que introduce ya historias
tangenciales como la de la hebrea Sephora, ama que cuidaba del niño Claudio y
que le llenó la cabeza de historias bíblicas y talmúdicas, así como el Canónigo
Figueras se ocupó de la educación del joven bachiller. A pesar de terminar los
estudios de Derecho, el joven Claudio prefiere la poesía. Pero Don Arístides ya
le planea un matrimonio con su hija, Estelita, sin darse cuenta de que en los
sueños del joven figuran tanto Venus como Lilith.
Rosaura Salcedo
es, a su vez, una dama de la aristocracia criolla bonaerense, cuyo marido tuvo
mucha relación con Bustamante, el padrino de Claudio. Cuenta el autor la vida
en las estancias argentinas, la prematura muerte del padre en un duelo, como
tuvo que pasar algunos apuros hasta que finalmente desposó a Pineda, rico y
poderoso hombre de negocios, al que conoció a los 19 años, casi veinte menos
que el futuro marido. Blasco se explaya contando los negocios de «el rey de los
campos» por tierras americanas y europeas. Tras altibajos económicos, murió
dejando una viuda de 25 años, que, al morir también su madre, nada le ataba a
sus tierras y se trasladó a Europa, conociendo a Claudio en casa de Bustamante,
dos años antes del inicio de la acción de la novela, propiamente.
Sin ocultar la
admiración que le profesa, Borja, mientras
visitan el palacio-castillo, va explicando a la dama la historia de los papas
de Avignon, que un pizpireto guía les va mostrando. Borja también le cuenta la
historia del puente, construido por San Benezet de Petrarca…y de su amada
Laura, que le provoca un gran interés. Más personajes pueblan la narración:
Rienzo, la reina Juana de Nápoles, Juana de Arco, y muchos otros. Visitan
posteriormente Vaucluse, los bucólicos lugares en los que el poeta transitó,
pensando en su amada, junto a la fontana famosa. Le habla de las luchas entre
güelfos y gibelinos, lo que motiva el desplazamiento de Petrarca a la nueva
ciudad de los papas.
Sin embargo, es
principalmente la historia de D. Pedro de Luna, el futuro Benedicto XIII, la
narración que domina esta novela, puesto que la longeva vida de este aragonés
sin igual es de sumo interés y Blasco nos la cuenta de modo excelente. Lo que
no resulta tan verosímil es el engarce de la narración histórica con la
contemporánea. Siendo ambas interesantes, constituyen dos historias por
completo ajenas. Ni es creíble que a la dama Rosaura le interese la narración,
salvo en lo que supone de distanciamiento físico y mental de su joven admirador, ni es creíble que
Claudio alargue tanto sus descripciones a una oyente tan poco interesada,
cuando lo que ambos están pensando es en otra cosa.
Aun así, la
historia del Papa Luna nos da a conocer una fortísima personalidad, que hasta
su muerte se mantuvo en sus trece, es decir, en su legitimidad como papa,
frente a todos los adversarios, amigos y enemigos, que intentaron hasta el
asesinato (frustrado, para su mayor escarnio) y se valieron de intrigas, batallas, concilios y todo tipo de
subterfugios sin conseguir que este hombre cambiara de opinión. Atrincherado en
el castillo de Peñíscola, después de múltiples desplazamientos por el
Mediterráneo con su flotilla privada,
acaba sus días sin dar su brazo a torcer. Es más, lo explica con todo
detalle durante horas, con casi noventa años, ante un público vario. Pero hasta
su protegido Vicente Ferrer se le pone en contra. Y solo le cabe enrocarse en
Peñíscola y esperar la muerte dando siempre batalla.