EN TORNO A BLASCO Y LAS NOVELAS DEL RENACIMIENTO Y LOS PAPAS BORGIA.
Una introducción a El papa del mar y A los pies de Venus.
«Yo, recientemente, he hablado en Madrid de tres
novelas que voy a hacer; novelas que se refieren primeramente a la vida
mediterránea y que en cierto modo son novelas valencianas o novelas aragonesas,
novelas de evocación de lo que fuimos nosotros cuando se iniciaba el
Renacimiento para toda Europa, lo que serán después los que evocaron la gran
epopeya de la conquista de América y su colonización. Y debo confesaros que
estas novelas laten en mi imaginación, como late en la imaginación del
escultor, del pintor, el bosquejo de la obra que se propone realizar. Estas
novelas encuentran forma ensalzando las obras de autores que me escuchan, que
pertenecen al Centro de Cultura Valenciana, que servirán para dar el último
toque a esta misma novela que yo llevo en mi imaginación como simple boceto.
[…]Nosotros, Valencia y la Corona de Aragón, hemos
producido grandísimas personalidades eminentes, que por el mero hecho de haber
sido españoles, son calumniados por la Historia. A ese vulgo, vulgo universal,
que tiene ilustración primaria, que acepta una serie de mentiras que han tomado
carácter tradicional, se le habla de los Borgia y todos se estremecen y ven
venenos y puñales, y tienen una ilustración de ópera; y ven a Lucrecia Borgia
asesinando gente, y ven al Papa Borgia
que se entretiene en envenenar a alguien, como el mayor de los monstruos. Y,
sin embargo, señores, abundando en las mismas ideas que el Director señor
Martínez, que me escucha, Alejandro Borgia, el Papa Alejandro VI, es la figura
más eminente para mí, que tiene el Renacimiento de aquella época. Y lo mismo el
Papa Pedro de Luna, que Calixto III, todas las grandes figuras que produjo
Valencia y la Corona de Aragón, tuvieron una influencia universal.
[…] Hace
dos meses yo viajaba por la Provenza, preocupado por el Papa Luna, en una
visita que hice a Aviñón, y tuve ocasión de ver algo de lo que he visto en
Provenza y que debemos hacer los valencianos. Y digo debemos hacerlo porque el
primero que va a preocuparse de esto soy yo, que además de valenciano soy hijo
de padres aragoneses, y soy algo tozudo, que es lo que me ha valido en la vida.
Cuando me he propuesto una cosa la he hecho con el entusiasmo y la gallardía del
valenciano y la tozudez del aragonés.» (Discurso pronunciado por Blasco en Valencia
el 16 de mayo de 1921, al agradecer el nombramiento de director “honoris causa”
del Centro de Cultura Valenciana)
Emilio Gascó Contell, en Genio y Figura
de Blasco Ibáñez, (Madrid, 1957) cuenta que «Aquel ciclo de novelas
históricas, concebidas sin otra unidad que la de su contribución común a honrar
el espíritu hispánico, comenzó con El Papa del mar, primera obra de la serie.
Es la novela del Papa Luna y de su tiempo.
Todos los personajes y episodios del gran cisma del siglo XIV se encuentran
descritos en esa novela con una potencia pictórica extraordinaria y con el
sugestivo interés de constituir un trozo de historia movida como la más frondosa
de las novelas de aventuras. Así como en otras novelas de Blasco Ibáñez lo
“novelesco” e “interesante” es la acción moderna, dando la parte histórica una
impresión de hojarasca literaria, a veces demasiado densa como en «La catedral»,
aquí es la parte histórica la que concentra la atención del lector, y la acción
contemporánea sólo sirve de pretexto para enfocar novelescamente los hechos del
pasado. En torno a Pedro de Luna, descrito con todo el vigor que corresponde a
tan recia figura aragonesa, pululan los altos magnates eclesiásticos de la
época, los teólogos Gerson y Pedro de Ailly; el Petrarca, con una evocación
soberbia de la vieja Vaucluse; Cola de Rienzo; Juana de Nápoles; Juan Huss; un
“Maestro Vicente” que iba a ser, andando el tiempo, San Vicente Ferrer, y,
dando un fondo palpitante a esas figuras atormentadas, Roma, Aviñón, Marsella,
la roca de Peñíscola, descritas a doble lienzo, en su pasado y en su presente,
resultando la visión moderna como una réplica a la fisonomía histórica de aquellos
pueblos donde se representaron tantos actos famosos de la Cristiandad. La
acción contemporánea de El Papa del mar no es muy complicada y sus personajes,
trazados a grandes brochazos, destacan con acusado relieve.
A
esta obra, fechada en Menton en agosto-octubre de 1925, siguió con un intervalo
aproximado de un año (junio-septiembre de 1926) A los pies de Venus, novela de
los Borgia, aquellos “terribles y siniestros” personajes a quienes la leyenda
universal presenta –tal vez por ser de origen español– como verdaderos
monstruos de maldad; pero que Blasco Ibáñez, considerándolos con relación a su
época, trató de reivindicar con generosidad de artista y de compatriota. Su
Lucrecia no es la melodramática envenenadora de Víctor Hugo, sino, como afirma
la documentación histórica, una dama culta, elegante, delicada (ahí está el
bellísimo retrato que dejó el Pinturiccio), que se rodea de una corte de
trovadores y de artistas entre los que contaron al Ariosto y el Tiziano. Los
que admiran en Vicente Blasco Ibáñez la facultad de reanimar un vasto lienzo de
historia con la palpitación y el colorido de la vida real, tendrán A los pies
de Venus como una de sus más fascinadoras creaciones.»
Azorín dice que Blasco Ibáñez es un escritor «que
cuenta»: porque cuentos largos son esas narraciones del escritor valenciano,
que no excluyen profundidad psicológica en sus personajes ni color en los
paisajes. «Espiritualmente, –dice Azorín–
representa el esfuerzo de fundir en molde de arte nacional un espíritu
europeo.» El crítico de ABC Manuel Bueno, en un artículo de El Liberal (1905) comenta su técnica:
«Su prosa tiene un ritmo regular, robusto, impetuoso, marcial. Es un escritor
sin precursores en nuestra literatura. Para buscarle afines, semejantes o
parentescos, hay que retroceder a Chateaubriand, Víctor Hugo, y Zola, pues,
aunque menos retórico y pintoresco que los dos primeros, tiene su vuelo su
generosa ampulosidad, su imponente y avasalladora gallardía. (…) Blasco es un
sincero, un indomable, un combatiente que ha dado la cara muchas veces
defendiendo lo que predicó, un soldado de la noble y gran causa popular. Blasco
se va despegando lentamente de la política, en la que tanto ha sufrido, para
refugiarse en el arte.»
Eduardo
Gómez de Baquero Andrenio, (1866-1929),
otro famoso crítico literario de El
Imparcial, comenta sobre el caso
Blasco: «es el caso de un escritor que, al alcanzar la fama universal,
pierde fama en su patria, pérdida no cuantitativa, (…) pero sí cualitativa, ya
que entre algunos críticos y literatos de los más modernos no se reconoce a la
obra de Blasco Ibáñez aquella valoración artística que se le otorgó
generalmente desde el triunfo de las novelas valencianas hasta las primeras
novelas cosmopolitas.» Andrenio, en El Renacimiento de la novela en el siglo
XIX, aparecida en 1924, establece cuatro apartados en las obras de
Blasco: las novelas valencianas –y en esta primera etapa y las obras
que la constituyen hay una significativa unanimidad entre los críticos e
historiadores–, las novelas de las profesiones artísticas, las novelas
de las ciudades y de los medios sociales, y las novelas cosmopolitas, de
viaje, de la emigración y de la guerra (Gómez de Baquero, 1924: cap. X).
En el prólogo «Al
lector» de Los muertos mandan, Blasco no puede reconocer de forma más
explícita este corte: «Esta fue la última obra del primer período de mi vida
literaria. Apenas publicada me marché a dar conferencias en la República
Argentina y Chile. El conferenciante se convirtió, sin saber cómo, en
colonizador del desierto, en jinete de la llanura patagónica. Olvidé la pluma
[...] Pasé seis años sin escribir novelas. Quise crearlas en la realidad. Y
entonces fui novelista de hechos y no de palabras»
A
partir de 1917 Blasco se traslada a Menton, en la Costa Azul, donde ha comprado
una villa, La Fontana Rosa. Allí comienza a trabajar en El papa del mar («el primer español que preocupa a Europa después
de los tiempos de la antigua Roma») y A
los pies de Venus. Según afirmó el propio escritor, «hace más de quince años
que estudio y preparo estas novelas españolas “evocativas” que empiezan con El papa del mar. Para poder
documentarlas he hecho viajes por casi todos los mares y continentes de la
tierra y he leído numerosos libros y manuscritos antiguos.» Vemos, pues, que
Blasco lleva en mente escribir sobre estos personajes desde años atrás. Finalmente, en octubre de 1925 (el mes en que
se desposa con Elena Ortúzar) se publica El
papa del mar, y en septiembre de 1926, A
los pies de Venus, publicada por la editorial Prometeo.
«Serán
novelas modernas –sigue precisando Blasco–; su acción transcurre en nuestros
días, y al mismo tiempo resucita otra acción paralela, desarrollada algunos
siglos antes. He buscado durante varios años una forma completamente nueva de
expresión novelesca en la que se juntan la antigua novela histórica y la novela
contemporánea.» Sin embargo, para Juan Luis Alborg, en su Historia de la Literatura Española, la conjunción entre la historia
contemporánea de Rosaura y Claudio y la del papa Luna, es difícilmente
aceptable, fallida. No obstante, «la importancia de las historias referidas
aquí por Blasco tienen el interés de la más apasionante novela; pero –importa
insistir– no porque las baraje con novelerías, sino por el andante vivísimo que
comunica a todo lo que cuenta. (…) Blasco consigue dar vida directa e inmediata
a los hechos, reconstruyendo circunstancias, describiendo lugares que el
novelista ha visitado; los que son fríos datos en las fuentes, cobran en estas
páginas presencia y realidad. Lo único irreal es el recurso técnico: el
pretendido ensamblaje de los dos planos, que Blasco no logra en absoluto. (…)
Es como tenerse que asomar a dos ventanas de una casa que dan a calles
diferentes, y solo podemos ver a trozos lo que sucede en cada una.»
Lo
cierto es que tanto si se sigue la narración contemporánea como la otra, Blasco
nos atrapa con su escritura. La historia de amor entre Rosaura y Claudio tiene
capítulos excelentes como por ejemplo el final de El papa del mar; sin embargo, la ligazón con la parte del papa Luna
resulta engarzada de un modo algo forzado. No es demasiado plausible el interés
de una dama tan mundana por tanto detalle histórico. En A
los pies de Venus, el plano novelesco prácticamente desaparece, y el peso
de la narración histórica lo llevan entre el diplomático Enciso de las Casas,
junto al propio Claudio y el canónigo Baltasar Figueras, personaje, por cierto,
extraído (según cita J.L. León Roca en su biografía) de José Sanchis Sivera,
canónigo-archivero de la catedral de Valencia y contemporáneo del escritor. «Blasco construye su alegato, –continúa
Alborg– el del papa Alejandro sobre todo, por comparación; trazando sin
escrúpulos el panorama de su tiempo y haciendo ver cómo sus faltas no fueron
casos aislados, sino común conducta de
otros papas, reyes y políticos, jerarcas de todo nivel y condición, y
levantando la grandeza de su figura por encima de todo aquel dédalo de culpas y
miserias. Blasco describe, efectivamente, todo este mundo de escándalos que fue
del siglo de los Borgias españoles con la objetividad, la claridad y la
limpieza del más concienzudo historiador –al fin y al cabo no hace otra cosa
que seguir la historia– , y sin complacerse en las liviandades que hubieran
sido fáciles y útiles para una pluma hostil.»