Un ejercicio de crítica
experimental
C.S. LEWIS
Alba Editorial, 2000
Es
este un ensayo magnífico: claro, conciso, elocuente y muy atractivo. C.S. Lewis
fue profesor de Literatura durante muchos años en Oxford, y conoció al público
lector, al universitario, sobre todo. En este ensayo pone de manifiesto sus observaciones,
atinadísimas, sobre lo que pudo comprobar acerca de los hábitos lectores. El
título original es An experiment in criticism, más cercano al subtítulo en español,
pero creo que el título que se le ha dado en nuestro idioma es más acertado.
Porque de lo que trata es de analizar no es tanto el valor intrínseco de un
libro, sino más bien dirige su mirada hacia la experiencia lectora, encontrando
diversos tipos de lectores, de hábitos de lectura, y desarrollando una serie de
teorías a partir de esos análisis. Es decir, en esta obra no busca tanto la
distinción entre buena o mala literatura, como buenos o malos lectores.
Hay,
por lo pronto, cuando paseamos nuestra mirada por el publico lector, dos grupos
muy generales de lectores: uno mayoritario (le llama “popular”) y otro
minoritario. Entre ambas clases no hay
una línea clara y distinta. La hay, pero permeable y confusa. Hay lectores que
según la época de su vida forman parte de una o bien de otra. La misma distinción de actitudes se puede
aplicar a las artes en general. Quede claro, y esto lo destaca desde el
principio, que personas a las que podríamos incluir entre la actitud
mayoritaria respecto de la literatura, demuestran tener una exquisita
sensibilidad para otras formas de arte, …y viceversa.
Lewis
va poco a poco analizando las formas de acercarse a la literatura, intentando
no valorar, simplemente describir lo analizado. No quiere humillar a nadie. Utilizar
el calificativo de bueno o malo no implica aquí una actitud moral, sino más
bien habla de hábitos adecuados o inadecuados. Según él, es perfectamente comprensible
que una persona inteligente y de buen gusto pueda no estar interesado por la literatura
o ver en ella un mero pasatiempo. Esa persona tiene otros intereses y es
altamente probable que le emocione la música o quizás la jardinería. Lo que el
autor quiere hacer con este ensayo es, simplemente, clarificar algunas
opiniones confusas sobre las maneras de leer.
A
modo de comparación, que a veces resulta muy ilustrativo, analiza el modo con
que muchas personas se dirigen a una obra de arte. Y lo expresa del modo
siguiente: ante el arte, “unos lo usan y otros lo reciben”, identificando a la
mayoría con los que lo usan y la minoría con los que lo reciben. Y “recibir” no
implica pasividad, sino una especial atención hacia lo que ve, hacia la obra
que tiene delante. Nos instalamos ante una obra de arte para que esta nos haga
algo, no para hacer nosotros algo con ella. El arte exige una entrega: mirar,
escuchar, recibir.
Pues
bien, en literatura también unos usan
y otros reciben la obra literaria.
¿Qué
implica el acto de leer? Implica que, -nos dice el autor- ante una secuencia de
palabras, las traspasemos para llegar a algo que no es verbal. Y añade: la
primera frase de la Ilíada nos dirige
hacia la cólera.
Dedica
un capítulo a analizar lo que llama el lector sin sensibilidad literaria o mal
lector, (dejando claro que no es mal lector porque disfrute leyendo de este
modo, sino porque solo es capaz de
disfrutar así) ofreciendo una serie de características generales: nunca,
salvo por obligación, leen textos que no sean narrativos, y lo hacen con los
ojos, ignorando los sonidos de las palabras que están leyendo, siendo,
asimismo, insensibles al estilo. Pueden leer algo mal escrito y no les afecta.
Gustan
de narraciones donde la verbalización es escasa, prefieren las imágenes. Necesitan narraciones
donde haya acción y esta sea rápida. Hechos, es lo que buscan. Necesitan, de
igual modo, de lo misterioso y emocionante, que su curiosidad sea exacerbada, y
satisfecha. Les gusta participar, a través de los personajes, del placer y de
la dicha.
Efectivamente,
el lector con sensibilidad literaria, o buen
lector, también disfruta de este modo cuando lee buenos libros. Pero no
solo disfruta así. Lo que le impide al otro lector alcanzar una experiencia
literaria plena no es lo que tiene, sino lo que le falta.
Se
explaya el autor sobre el concepto de mito, no en el sentido filosófico sino
literario. Asimismo, en otro capítulo
estudia el concepto de la fantasía literaria y sus significados, distinguiendo
entre fantasía egoísta y fantasía desinteresada, dando un ejemplo muy
clarificador: “Cuando se construyen fantasías desinteresadas, puede soñarse con
el néctar y la ambrosía, con pan mágico y con rocío de miel; en cambio, cuando
se practica la modalidad egoísta, solo se sueña con huevos con tocino o con un
filete. ” Cristalino, ¿no?
Después
analiza los realismos, distinguiendo también dos, que luego servirán para
definir al tipo de lector: realismo de presentación
( podríamos decir cuando la obra es descriptiva, vívida en los detalles) y
realismo de contenido (cuando una
obra es probable o verídica). En una obra podemos encontrar el realismo de
presentación sin el de contenido o viceversa…o ambos a la vez pueden estar
presentes o ausentes.
Pasa
después a reflexionar el autor sobre el posible “engaño” de una obra de ficción
al lector. Y este radica en aquellas obras que, aparentemente son sobrias y
serias, y sin embargo están pensadas para transmitir comentarios sociales,
éticos, religiosos o antirreligiosos sobre la vida. “Toda lectura es en un
sentido evidente siempre una evasión”-nos dice el autor-“Cuando leemos, nuestra
mente se aparta durante cierto tiempo de la realidad que nos rodea, para
dirigirse a algo que solo existe en la imaginación o en la inteligencia.” La
evasión, pues, es una práctica compartida por tanto unos como otros lectores.
No conlleva necesariamente el escapismo, pero puede llevar a él, ciertamente.
Lo importante es hacia donde nos escapemos…
En
cuanto a los errores del buen lector,
Lewis plantea una idea interesante: se trata de la confusión entre vida y arte,
la creencia de que los libros buenos lo son porque nos enseñan verdades “sobre
la vida”, conocimientos, al modo de la filosofía o las ciencias. Por el
contrario, una obra literaria es buena porque su estructura interna y
composición es correcta y armónica, cada parte debe ser agradable e interesante
por sí misma.
Lewis
también trata el tema de la poesía, a la que considera una pequeñísima
provincia en el mapa literario general.
Estudia
también la función del crítico literario, y manifiesta una decidida opción por una
función descriptiva, más que valorativa. En cuanto a los historiadores de la
Literatura, considera que lo más importante que nos pueden ofrecer es darnos a
conocer la existencia de las obras. La valoración dominante de las obras
literarias varía según las modas y las épocas, pero la diferencia entre las
maneras de leer es permanente. “Partimos del principio –dice Lewis- de que si
las personas aficionadas a leer bien consideran que algo es bueno, hay
bastantes probabilidades de que en realidad se trate de algo bueno”. Y ¿qué
hacer para mejorar nuestro gusto literario? Lo mejor, según nuestro autor, no
es precisamente denigrar a sus autores favoritos, sino “enseñarle a disfrutar
con otros mejores”.
Resumiendo,
toda obra puede ser recibida o usada; el contenido es ese “algo
imaginario” que unos usan como medio para conseguir otras cosas y otros lo consideran un fin en sí mismo. El usuario prescinde de las palabras y va a
la idea general; el receptor se
demora en ellas poniéndoles color, sabor, olor…las palabras imponen su voluntad
al buen lector, y el usuario se queda sin este placer. Todo lo típico del mal
lector se puede encontrar igualmente en el buen lector, como hemos dicho antes,
pero este último va más allá, le saca más jugo a lo que lee. El buen lector busca una ampliación de su
ser: quiere ser más de lo que es. “Queremos ver también por otros ojos,
imaginar con otras imaginaciones, sentir con otros corazones (…).Cuando leo
gran literatura me convierto en mil personas diferentes sin dejar de ser yo
mismo(…).Veo con una miríada de ojos, pero sigo siendo yo el que ve.”
Ariodante