VICENTE BLASCO IBÁÑEZ
Prometeo, 1919
El escritor valenciano cuenta en el prólogo a esta novela como, agotado tras su trabajo
en relación a la guerra, la escritura de "Los cuatro jinetes del
Apocalipsis" y sus múltiples colaboraciones con su pluma en favor de la
causa aliada en París, se recluyó por recomendación médica, en un clima más
cálido, la Costa Azul. Y allí descubrió otro mundo, un mundo que aún en guerra,
vivía ajeno a ella. Un mundo de seres perdidos, desnortados, que vivían al día
mirando girar una ruleta o viendo mover las cartas. El mundo del juego. Y este
ambiente, que observó con la curiosidad
del novelista, se vio reflejado en esta novela. La guerra sigue, como telón de
fondo, y cada uno de los personajes se refugia en algo que les haga olvidar,
que les haga seguir viviendo, que les haga amar la vida aún. Y ese algo es la
ruleta, símbolo del juego por antonomasia.
Blasco había sido requerido en Norteamérica. Llegó
a Niza James B. Pond, organizador de conferencias, nieto del hombre que llevó a
Dickens a Estados Unidos, y le convenció para recorrer este enorme país dando
conferencias. Pero Blasco estaba atado a Montecarlo con la escritura de
"Los enemigos de la mujer", por lo que hubo de retrasar el viaje
hasta finalizar la novela...y apremiar su escritura para no alargar demasiado
la partida prevista y que le atraía profundamente.
Con esta obra se cierra el ciclo de las novelas de
guerra, incluyendo esta, que, en palabras de su biógrafo León Roca, como
"novela de la retaguardia", en la que ve un cambio en los gustos del
escritor, inclinándose hacia la novela anglosajona.
Novela coral, si bien hay un personaje central,
Miguel Fedor Lubimoff, un príncipe medio ruso, medio español, arruinado o
venido a menos, si se quiere. Este príncipe reúne en su mansión monegasca,
Villa Serena, a otros curiosos personajes, Marcos Toledo, un coronel que fue su
preceptor y ahora le sirve como secretario; Atilio Castro, un militar carlista
exiliado; Carlos Novoa, un joven profesor español con beca de investigación
oceanográfica, y Teofilo Spadoni, un pianista de origen italiano, absolutamente
seducido por el juego. Todos ellos se reúnen para convivir con la condición de
mantener alejadas a las mujeres. "La gran sabiduría del hombre es no
necesitar a la mujer" remarca el príncipe. Cuando se refieren a "las
mujeres" se refieren a un espécimen femenino muy concreto, no a la
totalidad del género femenino, obviamente. Huyen de esa especie de mujeres de
la aristocracia o alta burguesía que viven de seducir a los hombres. Pero la
misoginia acaba por ceder.
Tras unos meses de convivencia, poco a poco estos
esquemas se rompen, los hombres son incapaces de resistir la presencia femenina
y, empezando por el propio príncipe, el grupo acaba por disolverse. No sólo son
las mujeres las causantes de esta disolución. El juego es la otra poderosa
razón, casi más poderosa que las propias mujeres. En suma, las pasiones, de las
que querían mantenerse alejados como en
una Stoa monegasca, acaban por invadirles tras un breve asedio.
El principal personaje femenino es la duquesa
Alicia, dama venida a menos (absolutamente arruinada) que vive prácticamente en
el Casino y sufre una morbosa adicción al juego, además de un amor desmesurado
a su único hijo, que lucha en el frente, mientras ella trata de olvidar su
pánico jugando. Esta dama, antigua conocida del príncipe, es vista ahora desde
otra óptica, la del poderoso caído, encontrando en ella valores que desconocía
o que han surgido con los años en su madurez. Y cae atrapado en las redes de su
juego, esta vez amoroso, alterando su vida y sus perspectivas.
Mezclada la trama amorosa con las historias
personales de cada uno de los componentes de tan extraña secta, el principal
protagonista es el juego, es el engranaje que articula toda la novela.
Como en La
maja desnuda, La reina Calafia, Mare
Nostrum, e incluso la paralela historia de amor entre Claudio y Rosaura en El papa del mar, Blasco desarrolla
historias de una pasión exacerbada, generalmente entre parejas dispares, por
edad o por orígenes sociales o geográficos. Son todas ellas novelas que
escribió a partir de la época en que conoció a la que sería su pasión más
fuerte, la chilena Elena Ortúzar, en la que se aúnan la diferencia de clase
social y de procedencia geográfica. Es a partir de ese momento en que reside
más tiempo en París entre viaje y viaje, entra en contacto con altos niveles
sociales (Ortúzar era esposa del embajador chileno) y conoce la Costa Azul,
sede, junto con Biarritz, de la aristocracia y clases más favorecidas. Todo
ello, además de la fuerte influencia de la dama, le hace abandonar las novelas
políticas y las costumbristas, e incluso depurar su técnica literaria, del
mismo modo que depura su aliño indumentario y hábitos sociales.
Ariodante