LA CIUDAD DE LA MEMORIA
SANTIAGO ALVAREZ
Ed. Almuzara/ Tapa Negra, 2015
Con esta novela de título memorable se estrena el escritor murciano
Santiago Álvarez, si bien ya había hecho anteriormente otras incursiones
literarias en forma de relatos. Polifacético, este autor también se mueve en el
mundo informático, el musical y en el de lo fantástico (concretamente,
Tolkien), y su afición al cine/novela negra es ostensible. De todo ello
hallaremos huellas y ecos en la lectura de esta narración. Narración que se
inscribe en la estructura de lo que se ha venido en llamar novela negra o policíaca,
respetando los clásicos esquemas básicos: detective recibe encargo, investiga y
comienzan los problemas, salen los trapos sucios y la acción se dispara.
Todo un personaje, Mejías es un policía devenido en
detective, maduro, experimentado y quemado, lleno de filias y fobias, mitómano
empedernido, siempre al filo de la navaja y sin un euro. Hubo un socio, que
murió, hubo una crisis y un hundimiento. Mejías es un hombre contradictorio,
aferrado al pasado y a la memoria, que sobrevive a base de scotch,
vinilos, y películas de los años cuarenta (por este orden). Vive en otra onda,
al margen de ordenadores, móviles e internet. Onda en la que, justamente, su
flamante secretaria se mueve.
Como en toda novela policíaca que se precie, la
secretaria/ayudante sirve de contrapunto al personaje central. En este caso es
Berta, una joven estudiante de periodismo con las inevitables estrecheces
económicas, muchas ilusiones y ganas de aprender. Ella es la que introduce la
modernidad en el mundo arcaico y cerrado de Mejías.
Del mismo modo, como prescribe el género, se va
desvelando una intrincada trama que oculta secretos inconfesables, corrupciones
y negocios a cuál más pringado. Malvados, mujeres despampanantes, desaprensivos,
ingenuos, amigos que ayudan en los momentos insospechados, un gatito, todos desfilan por estas páginas...incluso
un loro, (en realidad, un yaco,
variante de pájaro parlanchín) con el que
comienza la acción. El macguffin, que diría Hitchcock. El autor
sigue, pues, el esquema tradicional de este género, trufado, eso sí, de su
impronta personal: flashes de películas,
letras de canciones, recuerdos del cine clásico y la mejor música del jazz.
En cuanto a la ambientación, en vez de pasearse por
la Sexta Avenida de Nueva York, Brooklyn o el Bronx, Mejías tiene su despacho
en el mismo centro de Valencia, y la acción se desarrolla en la ciudad levantina
y alrededores. Sin embargo, la ciudad es
marco, no protagonista de la
novela. La historia es humana, en la que conviven luchas por el poder, rencillas familiares, un viejo secreto y el
temor a su revelación, así como una venganza aplazada durante generaciones.
La estructura narrativa tiene varias líneas de
lectura: la investigación que le es encargada a Mejías por un potentado
valenciano (que recuerda al viejo general de El sueño eterno) paralelamente a la incorporación de Berta –un soplo de aire fresco,
un rayo de luz- a la desastrada agencia del detective; una serie de
conversaciones telefónicas anónimas, que mueven los hilos en la sombra; una
doble subtrama histórica, (apareciendo paulatinamente en la novela y desvelándose
casi al final) que se remonta por una parte al siglo XVIII en Andalucía y al
siglo XIX en Argentina, atándose al nudo principal, situado en los años 30 en
Valencia. Hacia la mitad del libro hay
una recapitulación, muy bien hilvanada, para que el lector no se pierda con las
distintas tramas. Hasta ese momento, la acción se desarrolla a muy buen ritmo,
dosificada convenientemente, mezclando la investigación de Mejías y la relación
con su secretaria Berta, una chica que, pese a su juventud, tiene el carácter
vivo y la inteligencia despierta y no aguanta que la dejen de lado. Después hay
otro momento de receso, antes de lanzarse a los capítulos finales donde la acción llega a su clímax.
El lector se verá inmerso en persecuciones
automovilísticas, peleas, tiroteos, discusiones, algunas tranquilas charlas, y
también ¿por qué no? unas gotas de pasión amorosa -solo unas gotas, y con
cloro- envuelto todo en un celofán de fino humor que se destila lentamente,
como el mejor whisky escocés, al fondo la música de Coltrane, y las imágenes de
Bogie en la pared y en las pilas de películas que consume nuestro detective en
sus ratos de ocio. El autor ha dejado diseminados en el texto diversos guiños a
todo ello, como también una mención a un cuaderno
rojo, (doble homenaje a Auster y al grupo literario del autor, ECR).
Un capítulo cercano al final del libro explica las
claves de la historia. Quizás no hubiera sido necesaria una explicación tan
larga, que pisa el freno de la acción. En realidad una novela de este género no
necesita aclarar totalmente un caso, como en las policiacas clásicas de Conan
Doyle, Simenon o Christie, que se busca al asesino. El sueño eterno, Adiós
Muñeca o el mismo Halcón Maltés, son narraciones que dejan muchas
partes en penumbra, porque lo que más interesa es mostrar un clima moral, unas
relaciones, una acción y una tensión más que una historia con un principio y un
final definidos. Es el proceso lo que interesa, más que el desenlace, que a
veces queda desenfocado o difuso. En el caso que nos ocupa, el proceso que desarrolla
la novela es, por un lado, una historia familiar, -la de los Dugo-Escrich-
llena de conflictos y de luchas por el poder, con un terrible secreto al que se
quiere impedir acceso a toda costa. Por otro, la trayectoria personal del
detective, llena también de conflictos, de luces y sombras. Y finalmente, la
relación con la secretaria, que ya se sale un poco del esquema clásico, en la
medida en que se plantea más como una relación paterno/filial, un contraste de
generaciones.
Cada capítulo de los veintitrés que componen la
novela, se inicia con una cita cinematográfica, que tiene relación con lo que
vamos a leer después. A lo largo de las páginas encontramos continuas
referencias a películas y más concretamente a Bogart, que parece ser el alter
ego del mitómano Mejías. Quizás no hubiera sido necesario explicitarlo
tanto, por obvio. Cualquier buen cinéfilo y lector de novela negra percibe las
continuas alusiones a momentos de las grandes novelas o películas del género, y
no necesita que le nombren a Bogart para reconocerlo en muchos diálogos y
fragmentos de la presente novela. Diálogos que, por cierto, resultan
francamente ingeniosos y cuidados. El autor no abusa de ellos, y los usa con prudencia
y sobre todo con tino, lo cual es muy de agradecer. Cuando no hay necesidad, los
resuelve con estilo indirecto, muy elegantemente. Santiago Álvarez sortea muy
bien este error en el que muchos autores noveles (y no tan noveles) suelen caer.
En suma, la novela resulta bastante verosímil, de
ritmo bien medido, creciente interés, con la información dosificada y
manteniendo la atención del lector en todo momento. Una buena novela del género,
que revela a un buen escritor al que le queda abierta una -auguramos larga-
carrera literaria. Esperamos que la recorra cada vez superándose a sí mismo y
mantenga al lector pendiente de sus
nuevos logros.
Santiago
Álvarez (Murcia,
1973). Es director de contenidos del festival de género Valencia Negra, que se realiza en la capital del Turia desde 2013 y
camina hacia su tercera edición.
Se inició en la literatura escribiendo relatos, (con
el grupo literario El Cuaderno Rojo) muchos de los cuales han sido premiados en
diversos certámenes. Ha escrito, protagonizado y dirigido musicales y obras
dramáticas, y ha grabado varios discos con distintas formaciones. Asimismo es
el primer profesor en España del software para escritores Scrivener, del cual realiza regularmente talleres presenciales. La Ciudad de la Memoria es su primera
novela, aunque ya prepara nuevas aventuras para sus protagonistas, Berta y
Mejías.
Ariodante