LORENZO DA PONTE
Siruela, 2006
Dos venecianos
contemporáneos del siglo de las luces escribieron sus memorias. En nueva York, un octogenario Lorenzo Da
Ponte (1749-1838) escribe cuatro volúmenes, cuya redacción le ocupa de 1829 a
1830, fecha definitiva de su publicación, en italiano. Años antes, en Duchkov
(Bohemia), en los últimos años de su vida, otro veneciano famoso, Giacomo
Casanova, había escrito también sus Memorias,
publicadas en 1798. Casanova y Da Ponte fueron amigos, a pesar de la diferencia
(veinte años) de edad; ambos admiraban a Voltaire y a Rousseau, así como amaban
el juego, las mujeres, el exceso, la intriga, la aventura, el arte, los
viajes... Se habían conocido en 1777, en Venecia. Luego se volvieron a ver y
tratar en Gorizia y en Viena, años más tarde. Y mantuvieron un prolongado
contacto epistolar. Los consejos de Casanova son encomiados por Da Ponte en su
texto como lo mejor que su amigo le pudo dar ( y que no siempre siguió).
Sin embargo,
las memorias de uno y otro son muy distintas. Da Ponte no cuenta apenas nada
del contexto que le rodea, que sólo podemos deducirlo de los movimientos de
personajes y las descripciones de los sucesos de su vida y la de sus amigos. Además,
calla muchos detalles, y pasa por encima
de aquello que no le conviene. No alardea de su vida libertina, que la tuvo, al
contrario que Casanova, que gusta de publicitarse como intrépido amante,
probablemente exagerando la nota en más de una ocasión. Da Ponte se centra más
en continuas quejas y lamentaciones acerca de las múltiples envidias, discriminaciones y timos de los que es
objeto. No sabemos –aunque se hace de sospechar- hasta qué punto exagera sus
quejas.
Nacido en 1749
en el seno de una familia judía, en Ceneda, región del Venetto, Da Ponte (cuyo
nombre hebreo era Emmanuel Conegliano) La primera parte de las Memorias trata de toda esta época, así como de sus aventuras en
Venecia, a donde se traslada una vez acabados sus estudios en 1773, desarrollando una activa vida social y
amorosa, en plena ebullición hormonal y descubriendo el mundo en la cosmopolita
ciudad de los canales. Su vida licenciosa le lleva al destierro: finalmente se
va a Goritzia, donde se encuentra a Casanova, de nuevo, (ahora con cincuenta
años) que le aconseja marcharse, ver
mundo: y se va a Dresde. En la ciudad alemana hace sus primeros pinitos como
libretista de ópera, junto a su amigo Mazzolà, pero se mete en conflictos por
un lío amoroso con dos hermanas y finalmente (1781) viaja a Viena, donde conocerá
al gran Metastasio, ya muy anciano, y será protegido por Salieri y sobre todo,
por el emperador José II, convirtiéndose en libretista de la corte. “Pero en
Viena”, dice Da Ponte, “no había sino dos que mereciesen mi estima, Martini, el
compositor favorito de José, y Volfango Mozart”. Conoce, pues a Mozart y los
libretos que le escribe van a ser los mejores de su vida: Le nozze di Fígaro, Cosí fan tutte y Don Giovanni. El Martini del
que habla en sus Memorias no era otro que el valenciano Vicente Martín y Soler,
que en su momento era mucho más conocido y famoso que Mozart. no dice nada de tales orígenes
en su texto. Los oculta por completo…por las mismas razones por las que su
padre decidió bautizarse y convertir a toda su familia al catolicismo. De niño,
al estudiante Emmanuel/Lorenzo le llamaban “el ingenioso ignorante”, porque
pasó unos años en la escuela primaria, sin conseguir adaptarse a las clases en
latín, resultando díscolo aunque muy activo. Lo cual cambió radicalmente al
ingresar en un seminario, donde obtuvo las órdenes menores y, aprendió no solo
latín sino a leer a los clásicos y a versificar. En su calidad de poeta de la corte imperial de Viena escribió gran
cantidad de libretos, de los que muchos fueron musicados en repetidas
ocasiones. Con Mozart sus relaciones fueron profesionales, no parece haberle
ligado amistad con él. Sin embargo, fue con su música con la que consiguió sus
mejores textos.
Aunque Da Ponte se queja de las envidias de que era
objeto, lo cierto es que los años vieneses fueron para él años de prosperidad y
una gran creatividad…hasta la muerte del emperador, que le tenía gran afecto.
Su sucesor lo desterró y perdió su puesto de poeta de la corte, desplazándose a
Trieste. Allí vino a conocer a la que sería, finalmente, su esposa, Anna
Celestina Grahl, (a la que llamaba Nancy) y que cerraría la puerta de su vida
libertina y conduciría su vida emocional por otros caminos más sosegados. De
toda esta época trata la segunda parte del libro.
La idea de Da Ponte era marchar a París, pero enterado de
la situación revolucionaria, y aconsejado de nuevo por Casanova, cambia su
destino por Londres, donde el libretista se asociaría a William Taylor,
empresario del King’s Theater. Dedicó al teatro gran parte de su actividad,
pero se vio involucrado en deudas y la ruina del empresario Taylor, por lo que
hubo de desarrollar otras múltiples actividades, desde tipógrafo hasta librero.
En esta época (1798) viajó a Italia, para contratar nuevos cantantes, aprovechando
para visitar a su familia (padre y
hermanos), reencuentro que narra con gran emotividad. Pero no pudo evitar que
las deudas continuasen y mandó a su familia (ya eran cuatro hijos, luego serían
cinco) a América con unos parientes, y él mismo hubo de salir por piernas y
embarcarse para Nueva York, en 1805. Aquí acaba la tercera parte del libro.
La cuarta y quinta partes narran sus aventuras
americanas. Al llegar ejerció oficios diversos, con diversa fortuna, pero una
vez asentado y viendo el desconocimiento generalizado, asumió la tarea de
divulgar la literatura y la música italiana. Da Ponte tomará la nacionalidad
estadounidense en 1811; impartió clases en el Columbia College, publicó
sus Memorias, creó una especie de academia en la que se recitaban
dramas y comedias, fundó una escuela en Sunbury (Pennsylvania), ejerció el
periodismo, la traducción, la edición y creó una magnífica biblioteca, aunque
su objetivo final fue la creación de un teatro italiano, la Opera House.
Moriría longevo a los 89 años, sobreviviendo a su joven
esposa (que fallecería en 1831) e
incluso a algunos de sus hijos, viendo en parte cumplido su sueño de propagar
la cultura italiana en América.
Las Memorias
son, pues, una colección de aventuras y desventuras, contadas de modo bastante
coloquial, aunque tiene tramos en los que se excede con los detalles
crematísticos, que exagera y alarga en demasía. Incluye, además, poemas, suyos
y ajenos, digresiones sobre la vida de otros, (entre ellos, Casanova), algunas
de su aventuras amorosas, sus relaciones con los diversos mecenas y protectores
y las diferencias entre el mundo continental europeo y el anglosajón.
Ariodante
Abril 2015