FRED VARGAS
Siruela, 2004
Esta es la
primera novela de la serie del comisario Adamsberg. Genero policiaco muy
especial, con un marcado sentido del humor, algo surrealista y absurdo, que
desvía en muchas ocasiones la atención hacia digresiones hilarantes, saliéndose
de la investigación policiaca y entrando en otros niveles de escritura. Sin los
niveles de violencia de un Tarantino, por ejemplo, los diálogos entre los
personajes traen un eco a los diálogos de Pulp
Fiction.
Tanto el
propio comisario como los demás personajes secundarios más importantes, tienen
todos unos rasgos algo estrambóticos. Es como si en un psiquiátrico francés
hubieran dado vacaciones a los pacientes mas tolerables, y los hubieran soltado
juntos en París.
Empezando por
el comisario, personaje introvertido, absolutamente fuera de lo habitual en un
comisario de policía, que se pasa el tiempo garabateando en viejos papeles,
mientras recapacita sobre el caso que lleva entre manos, aunque no lo parezca.
Procedente de los Pirineos, es trasladado por sus méritos a la capital, mirado
como un palurdo por sus compañeros parisinos, hasta que les demuestra que sabe
resolver casos mejor que muchos otros. Cuarentón, vive solo, aunque recuerda su
pasado con una novia, Camille, que prefiere recorrer mundo a vivir junto a un
policía. Otros personajes atípicos son la excéntrica Mathilde Forestier, el
sarcástico ciego Charles Reyer, el inspector Adrien Danglard, la viajera
incontenible Camille, y sobre todo, la setentona Clemence Valmont, siempre con una gorra
eternamente cubriendo su cabeza.
En París, van
apareciendo con nocturnidad y alevosía, uno o varios círculos dibujados con
tiza azul en calles solitarias. Nadie sabe quién es el dibujante, nadie le ha
visto, no se entiende su intención ni se ve relación de unos círculos con
otros, así como la frase escrita, que aparece en todos, "Víctor, mala
suerte, ¿qué haces fuera?". Círculos de dos metros de diámetro, en cuyo
centro aparecen los más diversos objetos, cuya única cosa en común,
aparentemente, es su capacidad de permanencia, su estabilidad en el sitio donde
han sido depositados. Esto, en principio, no es un delito. Puede ser un
problema de limpieza callejera, pero nada más. Sin embargo, la intuición de
Jean-Baptiste Adamsberg le dice que aquello es solo el principio, que habrá un
final y no va a ser muy agradable. Efectivamente, pasado un tiempo empiezan a
aparecer personas asesinadas en medio de los círculos, y la broma ya no es tal,
movilizando a la policía parisina.
Adamsberg, a pesar de parecer un tanto abúlico
y despistado, va tejiendo mentalmente una tela de araña para cazar al asesino,
aunque la verdad es que resulta complicado y ha de ir descartando una serie de
pistas falsas y sospechosos poco habituales.
Su colaborador
más cercano, Adrien Danglard, bebedor
compulsivo a partir del mediodía, es dirigido en varias líneas de acción,
urgido por su superior. Danglard también es un personaje curioso, abandonado
por su mujer y cargado de hijos, con los que comenta por las noches los
detalles del caso que le ocupa.
La oceanógrafa
Mathilde resulta ser una madura dama llena de costumbres excéntricas, como
seguir a la gente, así porque sí, y la relación que mantiene con Reyer
confundirá a Adamsberg...con esa manía de seguir a todo el mundo, a entablar
contacto con desconocidos, incluso a introducirlos en su vida. Y su teoría de
los "trozos" de la semana, que le rigen su actividad cotidiana y su
humor, la convierten en una mujer estrambótica. Reyer, el ciego, es comprensible
que sea un amargado, desde luego, y su comportamiento a veces es algo agresivo,
a veces impreciso; Clemence también es un personaje muy controvertido, pero
sobre todo, es el conjunto de Mathilde, Reyer, y Clemence el que resulta a
veces desternillante y surrealista, aunque hay que leerlo con un especial
estado de ánimo y no buscar demasiado realismo. Esta no es una novela que siga
los cánones clásicos del género, aunque sí lo haga en esencia, pero se toma
muchas licencias e introduce diálogos y descripciones de personajes cargados de
ironía y humor.
Habrá más
asesinatos, más círculos de tiza, y
Adamsberg tendrá que tomarse muy en serio la investigación, lo que le llevará a
la campiña francesa, siguiendo pistas
que finalmente le harán esclarecer el caso de modo totalmente inesperado. El
final resulta un tanto rocambolesco, quizá algo precipitado, en mi opinión,
pero donde se atan los cabos sueltos y se explican detalles que habían quedado
en el aire. Siempre dentro de la línea que marca Vargas, es decir, sin tomarse
demasiado en serio el género y siempre buscando momentos humorísticos, lo cual
le da un toque muy personal. En suma, una novela divertida y atractiva, que
inicia una serie que dará mucho de sí.
Fred
Vargas, pseudónimo de Frédérique Audoin-Rouzeau (París, 7 de junio de 1957), es
una escritora francesa.Autora
de novelas policíacas, ella escogió como pseudónimo el de "Vargas",
el mismo que escogió su hermana gemela Joëlle, pintora conocida bajo el nombre
de Jo Vargas. Este alias hace referencia al personaje de María Vargas, interpretado
por la actriz Ava Gardner en el film La condesa descalza.
Fuensanta
Niñirola