Vendegjatek
Bolzanoban, 1940
SÁNDOR MÁRAI
Trad.: Judit Xantus Szarvas
Salamandra, 2014
Escrita
antes de “El último encuentro” se diría que la presente novela es un ejercicio
preparatorio de aquélla. Dos hombres que aman a la misma mujer, establecen un
pacto entre ellos. En este caso, la mujer está viva, es joven y sigue
enamorada. Llama la atención, no obstante, que el autor húngaro haya ambientado
esta novela en el siglo XVIII y elegido un personaje histórico como Casanova.
Pero si se piensa más detenidamente, la
elección es perfecta para los fines que Márai persigue. El tiempo y el lugar vienen
determinados por la elección del personaje: Casanova, icono del seductor
profesional (si pudiéramos llamarle así), del amor libre, fugaz, sensual y
sexual. Pero justamente lo elige para reflexionar y horadar en el concepto del
amor, y el que habitualmente le acompaña, la felicidad. Cuento moral, aquí
entra el lector en el territorio habitual del autor húngaro, y ya no resulta
sorprendente que el escenario sea Bolzano, adonde Casanova dirige sus pasos
tras la apresurada huida de Los Plomos, la cárcel veneciana donde la
Inquisición lo retenía preso.
Bolzano.
En la posada donde Casanova se recompone, busca fondos para la reposición de
vestuario y manutención, le llega la noticia de que en la ciudad reside el
Conde de Parma, avivando con ello dulces y a la vez bochornosos recuerdos,
porque la actual esposa del conde no es otra que Francesca, una bellísima joven
a la que excepcionalmente amó de modo casto, y cuya relación fue drásticamente
cortada por la espada del Conde de Parma, pretendiente a la mano de la damita.
Tras un sangriento duelo del que salió vencedor el Conde, a pesar de sus años,
Casanova huyó. Abandonó a Francesca, dejándola sumida en un profundo dolor.
Giacomo Casanova |
Ahora
Francesca está en Bolzano. Sigue pesando sobre Casanova la amenaza de muerte si
se acerca a ella; la evita, pues, aunque sabe por terceros que el Conde desea
verle. Los recuerdos le asaltan día y noche y ni siquiera los dulces besos de
la criada de la posada le ahuyentan la imagen de Francesca, y el recuerdo de su
culpa, de su cobardía por abandonarla, cediéndola al Conde.
Márai
utiliza muy bien el juego de las máscaras, el disfraz, que en este caso es
altamente simbólico. Con los disfraces, cambian los papeles, y los discursos:
femenino por masculino y viceversa. Y Francesca se revela como una profunda
conocedora del alma humana, desvelando, o mejor, desenmascarando al seductor,
haciéndole ver su miedo, su pánico ante la responsabilidad del amor, que
recorta su libertad, y que vulnera todas las leyes del juego amoroso, un juego
en el que Casanova es experto. Pero Francesca también hace ver a su amante que
lo que mantiene el amor es el deseo: aquello que no se tiene y que no se va a
tener nunca. Le muestra el panorama de su vida, de lo que sería su vida juntos,
para que Casanova, inquieto e indeciso, dé un paso atrás. “No puedes resistir
la llamada del papel, la llamada de tu género artístico; toda tu vida ha sido
el peligro mismo y lo será para siempre. No puedes vivir de otra forma,
acéptalo pues. Necesitas el peligro,”
Sándor Márai |
El
contrato que ha hecho con el Conde implica que debe seducirla y abandonarla,
debe hacer que ella odie su recuerdo. Él se demora y duda, planea su marcha,
busca un disfraz, y finalmente ocurre el encuentro, el último encuentro entre
los amantes, pero con los papeles cambiados: ella es quien lleva la iniciativa,
ella es quien toma la decisión, ella es la que demuestra madurez pese a su juventud, y él, el seductor, el
amante, el hombre…calla y otorga.
Los
diálogos son intensos y jugosos. Disección del amor, del amor como una opción
vital, el Amor con mayúsculas, mostrando a la vez lo que no es amor, lo que es
puro entretenimiento, juego sensual, vuelo de mariposa. Toda la tensión se
dirime en las explicaciones finales, pero el proceso de llegar a ellas conduce
al lector, que por un lado comprende el razonamiento de Casanova y el del conde
de Parma, entendiendo también a Francesca, que pone la puntilla, al desenmascarar
el artificio y dejar en posición
humillante al hombre que pretende ser un artista, un jugador, un libertino, …pero
que sigue siendo un hombre.
Fuensanta
Niñirola