Guerra
de la Cochinchina
LUIS DELGADO
BAÑÓN
SAGA MARINERA
ESPAÑOLA Volumen nº XXVII
Ed. Goodbooks,
2016
Las hasta ahora
veintisiete novelas –si contamos la que está recién publicada― que componen la
Saga han surgido de la pluma―o del teclado― de Luis Delgado Bañón, capitán de navío en situación de retiro, proveniente
de familia de marinos, con larga tradición. Al modo de los episodios
galdosianos, Luis Delgado novela la
historia naval (y la terrestre) española desde mediados del siglo XVIII y
espera llegar hasta la guerra civil del 36. Cada año publica un volumen, lo que
supone un esfuerzo enorme, puesto que todas sus obras conllevan una concienzuda
tarea de documentación histórica, además de la geográfica y la propiamente
naval, si bien esta última está muy controlada por el autor debido a sus largos
años de permanencia en la Real Armada.
En este vigésimo séptimo
volumen de la colección Una Saga Marinera Española, gran parte de los
hechos narrados se van a desarrollar, como en el anterior volumen, en el
Sudeste asiático, con base en las islas Filipinas, donde sigue destinado nuestro
protagonista, el teniente de navío Adalberto Pignatti Leñanza, Beto, cuyas aventuras tendrán como
escenario tanto Filipinas como las aguas del actual territorio vietnamita,
entonces llamado Cochinchina o Annam. En aquellos tiempos estaban teniendo
lugar unos luctuosos y graves incidentes que afectaban a los misioneros
católicos, españoles y franceses, establecidos en aquel país asiático, lo que
acabará por desembocar en una guerra en la que franceses y españoles
participarán como aliados. El motivo aparente que origina esta guerra es el de defender
la piel de los misioneros, que llevaban unos años ya sufriendo persecuciones y
vejaciones por parte de los gobernantes annamitas, bajo el mandato del
emperador Tu-Duc. Pero habían más intenciones guardadas, al menos por la parte
francesa. Francia, que, a diferencia de otros países
(Inglaterra, Holanda, Portugal, o España) no tiene puestos coloniales en Asia,
mira muy golosamente las tierras de Tu-Duc, que acabarán por convertirse en
colonia francesa.
Año 1856, Manila. Beto Pignatti lleva
ya más de seis años en el destino
como comandante de la compañía de Infantería de Marina del arsenal de Cavite,
ha realizado diversas acciones memorables en lucha contra los piratas moros que
asolan algunas de las islas del archipiélago filipino, y que son narradas en el
volumen anterior de la serie. Pero su ascenso en la carrera naval se ve siempre
bloqueado por su pasado carlista, y Beto ve pasar por delante jóvenes marinos, y
si bien no le afecta demasiado, acabará por hacerle tomar una firme decisión
sobre su futuro.
Los de la mitad del siglo
XIX español son años de grandes vaivenes políticos, alternan Narváez y
O’Donnell en los gobiernos, los ministros entran y salen: en 1855, el vigente ministro de Marina estableció la Junta del
Almirantazgo, y por primera vez en nuestra Historia Naval al Almirantazgo se le
encomendaba definir los objetivos y misiones de la Armada. Poco duró: al año
siguiente, tras cambiar el ministro del ramo, se suprimió la tal Junta,
volviendo al sistema anterior. Sin embargo, en este periodo, curiosamente, los
presupuestos de la Armada aumentaron de forma espectacular, con lo que se
cubrieron deudas al personal y falta de créditos para la construcción de
buques; muy importante resultó la labor llevada a cabo en nuestros arsenales.
Incluso en las islas Filipinas se notó el progreso, al haberse modernizado el
arsenal de Cavite para poder reparar adecuadamente los buques de vapor.
Mediante ilustrativos diálogos entre el
protagonista y sus compañeros, el autor pone al lector al día de todos estos
hechos políticos y su aplicación en Filipinas, en que la Real Armada cumplía un
papel muy importante.
De nuevo, le es encomendada otra misión a
Beto, contra los moros, llevando una compañía de infantería de Marina bajo su
mando: se embarca en el aviso de vapor Sebastián
de Elcano, comandado por el teniente de navío Jesús María Dabrantes, que en
la primera inspección pone al tanto a Beto de las características del barco,
gemelo del Reina de Castilla si bien
con algunas diferencias. Recorren muchas islas: Isabela, Balanguingui, Belauán,
Toquil, isla Farol, etc. Mucha acción y buenos vientos, diversas aventuras
tienen lugar en esas aguas y playas del sur. Beto destaca en su cometido con
valentía, secundado por otros bravos como el teniente de navío Juanes. La
expedición resultará exitosa y cumplidos sus objetivos, por lo que retornan a Cavite.
Sigue la vida normal, tras descansar de
las aventuras acometidas, y por conversaciones con el brigadier Acha, y otros
compañeros de la Armada, Beto es advertido de la inminencia de una posible
guerra en Cochinchina. “Si los annamitas continúan con las persecuciones
religiosas, -comenta el brigadier- los franceses intervendrán con fuerza y a
fondo. Pero no solamente para que la religión cristiana pueda ser ejercida
libremente en esos territorios, sino para asentarse definitivamente en las
costas annamitas por medio de acuerdos políticos o, sencillamente, por la
fuerza. Napoleón III quiere establecer tierra francesa con la bandera en alto
por estas costas.” El asesinato del obispo Díaz Sanjurjo es el detonador que
pone en movimiento el engranaje, si bien tardarán meses en dar un paso
adelante. A finales del año 1857, se recibe en Capitanía General la Real Orden de
embarque de las fuerzas con dirección a la Cochinchina. Españoles y franceses,
pues, se adentrarán en misión de castigo en la bahía de Turana, emplazamiento
estratégico privilegiado. Beto parte a bordo del aviso de vapor Elcano, en esta ocasión comandado por teniente de navío Pedro González, integrando
fuerzas francesas, al mando del capitán Antoine Prevot. La aventura, de nuevo,
está servida. Habrá lucha, pero también
habrán otros lances en los que Beto se verá involucrado y a causa de ellos verá
cambiar su futuro. Aparece un nuevo personaje que tendrá un importante papel en
la vida de Beto.
La guerra sigue, mientras Beto queda en el
fuerte de la Aguada, los buques se dispersan para cubrir otros objetivos y las
operaciones de las fuerzas aliadas en Saigón son narradas por el teniente de
navío Pedro González, puesto que Beto ha de mantenerse en la defensa de Turana.
Más adelante conocerá el lector la aventura de la fragata Europe por boca del teniente de navío Lázaro Araquistain, comandante
de la falúa Soledad y testigo directo
de los hechos. Beto narrará, por su parte, la evacuación de Turana, en este
caso a bordo de la corbeta Narváez, y
las especiales circunstancias que rodean su persona. Así, desde distintos
puntos de vista el lector se hará una visión de conjunto de lo que supuso
aquella guerra. “Más o menos, ha sucedido lo que se esperaba desde el primer
momento. Le hemos ofrecido a los franceses las bases logísticas en las islas
Filipinas que les eran imprescindibles” -Beto comenta al capitán Fajardo en el
curso de una conversación- “hemos aportado un notable esfuerzo en hombres,
armamento y buques, para que al final ellos consigan una magnífica colonia en
el Extremo Oriente y nosotros el alto honor de que los cristianos puedan
ejercer sus creencias sin ser degollados. No aprenderemos nunca. Estos gabachos
nos la están metiendo doblada desde que el mundo es mundo.”
A partir del retorno a Cavite, las cosas
van a cambiar mucho para Beto, no solo en su vida como marino sino en su vida
personal y privada. Vivirá emociones inesperadas y aventuras cargadas de
tensión y peligro, con la aparición del capitán Néstor Barjuán, de nuevo al
mando de su viejo vapor Aránzazu, con
el que realizarán largos viajes por mar, acosados por tempestades, piratas y
calmas traicioneras. Si los dos tercios anteriores del libro desarrollan acción
guerrera, el último tercio del libro está lleno de acción aventurera, digna de
un Verne o de un Salgari.
En suma, una obra que nos informa de unos
hechos históricos luctuosos, que fueron desaprovechados política y
económicamente por España a pesar de haber ofrecido vidas y pertrechos, y que
acabaron con la ocupación francesa en Indochina. Y asimismo hace vivir al
lector aventuras y emociones de muy alta tensión, por su exotismo, y la
capacidad fabuladora del autor.
Fuensanta Niñirola