AGATHA
CHRISTIE
Editorial
Molino, 2004
Una autobiografía a veces se confunde con lo que llamamos memorias. El
autor, en la autobiografía, cuenta su vida cronológicamente, sus recuerdos, las
personas de su entorno familiar y amistoso, los espacios que habitó, los viajes
que realizó y toda una serie de hechos de su vida. En las memorias, el autor
salta de un tema a otro, destaca momentos importantes para él, introduce
digresiones con comentarios, reflexiones, etc. que no necesariamente están
ligadas a su vida pero sí a su pensamiento.
Muchas veces el recuerdo de algo es percibido de modo distinto a como
realmente sucedió, cosa que el biógrafo –más objetivo- suele evitar. Escribir,
pues, desde un único punto de vista sobre uno mismo muestra una visión parcial,
“olvidando” hechos que el autor no desea rememorar ni comentar. En el caso de
la señora Christie, todos tenemos en mente su famosa e inexplicada desaparición
y reaparición, un lapsus que ella
nunca quiso o quizá no pudo comentar, (y en esta autobiografía se silencia).
Este texto tiene, efectivamente, la forma de autobiografía: se estructura
en partes cronológicamente ordenadas, si bien su autora no se siente obligada a
seguir la cronología; hay muchos saltos en el tiempo y en los temas, abundantes
digresiones y comentarios diversos, aunque sabe retomar el hilo perfectamente. En
mi opinión, es un aliciente más que un inconveniente. La señora Christie
comienza a escribirla en 1950, en Nimrud (Iraq), en una casa de adobe, y la
terminará quince años más tarde, en su mansión de Wallingford (Inglaterra)
cuando ya había cumplido los setenta y cinco.
Agatha Mary
Clarissa Miller, DBE (Torquay,1890-Wallingford,1976), ha sido una de las
escritoras británicas del género policiaco y detectivesco que más popularidad y
ventas ha tenido en el siglo XX. De clase media alta, recibió una educación
privada hasta su adolescencia, como era habitual en las mujeres entonces.
Ejercía como enfermera durante la I Guerra Mundial, cuando publicó su primera
novela, El misterioso caso de Styles
(1920). Según su propia opinión, sus comienzos como escritora fueron casi
casuales, como un entretenimiento. Era una gran lectora y aficionada a los
relatos detectivescos por su admiración hacia
Wilkie Collins y Conan Doyle. No fue sino mucho más tarde cuando empezó
a tomarse en serio la tarea de escribir. Y tardó muchos años en considerarse
como una profesional de la escritura, e incluso en su vejez insiste en no
acabarse de creer que lo era. Sus preocupaciones eran otras: familiares,
principalmente, y después, lecturas, viajes y la arqueología. Pero desde que
empezó no dejó de escribir y su producción es inmensa.
En 1914, contrajo matrimonio con Archibald Christie, de quien se
divorciaría en 1928. El impacto de descubrir la infidelidad de su marido,
sumado a la depresión tras la muerte de su madre ese mismo año, le hizo entrar
en una fase de perturbación psicológica grave,
y en 1926 desapareció sin dejar
más huella que su coche, abandonado junto
a la carretera. Once días más tarde fue hallada -aparentemente amnésica- en un
hotel, bajo otro nombre. Una vez superada esa fase de su vida, hizo lo que
muchos británicos de la época: viajar. A finales de los años 20, en mitad de su
treintena, se subió, sola, al Orient Express, cruzó Europa y viajó hasta
Damasco y Bagdad. Oriente le supuso un sorprendente mundo nuevo, lleno de
experiencias interesantísimas, que le inspiró temas para muchas novelas, además
de encontrar al que sería su segundo marido, Max.
En 1930 se casó con el arqueólogo Max Mallowan, (catorce años más joven que
ella) a quien acompañó en todos sus viajes a Irak y Siria, donde pasó largas
temporadas, y fue un matrimonio feliz, pese a que, según cuenta, le costó mucho
decidirse por la diferencia de edad.
En un capítulo que dedica a reflexionar sobre su modo de abordar las
novelas policiacas contraponiéndolo a cómo otros escritores lo hacían, dice que
tienen como fin «ayudar a salvar la inocencia. Porque es la inocencia lo que
importa, no la culpa»
“En aquella época, los años de la primera guerra
mundial, el agente del mal no era un héroe: el enemigo era perverso y el héroe,
bueno; tan simple como eso. Aún no nos habíamos adentrado en los oscuros
caminos de la psicología y yo, como cualquiera que escribiera o leyera libros,
estaba en contra del criminal y a favor de la víctima inocente.”
En este capítulo cuenta cómo fueron surgiendo sus personajes
característicos, Hércules Poirot, Miss Marple, etc.; en quiénes se inspiró, y en
fin, una serie de curiosidades. Pero también explica su manera de ver la
literatura, libre y sin ataduras, porque para ella lo importante era la vida,
no la escritura. Sus intentos de escribir sobre otros temas (usando un
seudónimo, Mary Westmancott) no fueron demasiado aceptados por el público, que
le pedía más y más novelas policiacas.
Hay muchos otros capítulos dedicados a la arqueología, a sus viajes, a
múltiples detalles de las viajeras de la época: al final de la década de 1930
trabajó intensamente ayudando a su marido en excavaciones por Siria, Iraq,
etc….mientras en sus ratos libres o en paradas de descanso escribía sus
novelas. Asimismo dedica su atención al teatro, ya que no sólo muchas de sus
obras se adaptaron al teatro (y al cine) sino que ella misma escribió piezas
teatrales o dramatizó sus relatos. Cuenta muchas anécdotas sobre todo ello.
Habla de su infancia, que fue muy feliz; de sus familiares, sus amigos,
explayándose en detalles sobre sus vidas; sobre las diversas casas en las que
habitó, desde su querido Ashfield natal pasando por casas de adobe en el
desierto sirio o los pisos en Londres. En los tramos en los que relata los
bombardeos de la segunda guerra mundial, que vivió en Londres, asegura que en
ningún momento usó un refugio. Su casa fue bombardeada y demolida y hubo de
mudarse varias veces. Su marido pasó tres años como piloto en la zona de
Oriente Medio y ella colaboró como sanitaria durante toda la guerra, de nuevo.
Amena y entretenida, ilustra la vida de los británicos de clase media alta,
pero también de lo que ocurría con la literatura, la investigación sanitaria o
la arqueología en esos años: vivió dos guerras y participó activamente para
ayudar a su país, con su trabajo sanitario y cediendo sus casas a la Marina, al
Ejército, a los refugiados que huían de las bombas. También vivió situaciones
duras y desagradables en sus múltiples viajes por Oriente, sobre todo para una
mujer acostumbrada a comodidades y bienestar. Pero no se le cayeron los
anillos: supo acomodarse y llevarlo con el mejor ánimo. Fue una mujer valiente,
activa, de gran sentido común y muy trabajadora. Tuvo muy claro siempre dónde
estaba su lugar en la literatura. Valoró más la vida que la escritura, sin que
por ello dejara de escribir mientras pudo.
Fuensanta Niñirola