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Heroísmo,
intrigas y pasiones
ISABEL BARCELÓ
Prólogo de
Carlos García Gual
Ed. Sargantana,
2018
La historia de Roma nos ha llegado por muy
diversos medios: literarios y científicos. Desde la virgiliana Eneida y las
diversas leyendas mitológicas sobre el surgimiento de Roma pasando por los
historiadores romanos, desde el propio Julio César comentando la guerra de las
Galias, Tácito, Diógenes Laercio, Salustio,
Tito Livio, Suetonio, Cicerón, etc. por citar solo a unos pocos entre
los clásicos. Y en el siglo XVIII, Gibbon, además de nuestros contemporáneos
Grimal, Goldsworthy, y otros. Los historiadores, por una parte, han analizado
toda la información procedente de la arqueología y los documentos históricos;
los escritores, por otra, nos han estado contando narraciones basadas en
personajes que existieron, dando vida a escenas del pasado, imaginando cómo
pudieron vivir, pensar y morir.
Pues bien, Isabel Barceló, estudiosa y
amante de todo lo romano, percibió un hándicap
en la historiografía romana: ¿Qué papel jugaban las mujeres? ¿Dónde están las
mujeres en la historia de Roma? ¿Qué mujeres recordamos ligadas a Roma? Y
puesto que la respuesta no era clara, se lanzó a investigar, siendo este texto
el resultado de esa investigación, realizada en Roma durante seis meses del año 2004, gracias a una beca Valle-Inclán
concedida por el Ministerio de Asuntos Exteriores, para una estancia en la Real
Academia de España en Roma.
No es esta obra una novela, aunque hay tramos
en los que se narran hechos de un modo casi novelesco. No es propiamente un
ensayo histórico, aunque lo parezca; no es en absoluto un texto académico, si
bien se rige por una estructura lógica y engarza unos temas con otros de un
modo casi arquitectónico. ¿Qué es, pues? Es un doble alegato, en pro de la
Mujer y de Roma. Una geografía romana con la Mujer como protagonista y como
guía. Porque si bien Isabel cuenta las historias de muchas mujeres romanas o
que tuvieron una íntima relación con Roma, al mismo tiempo nos habla de la ciudad,
sumergiendo al lector en ella, en su historia y arquitectura, el trazado de sus
calles y las vicisitudes que cada rincón romano ha sufrido a lo largo de
siglos.
El planteamiento es hacer un recorrido por
la urbe romana recordando en cada rincón, plaza, calle, puerta o
monumento, qué ocurrió allí y qué mujer
holló con su sandalia o zapato tal o cual lugar, por qué se llamó de tal modo a
ese sitio, y qué leyenda o hecho documentado se encuentra detrás de una simple
columna rota o de un oscuro callejón, de un sendero boscoso o de las ruinas de
un templo.
Por consiguiente, Isabel Barceló se
adentra en la ciudad, comenzando por su entrada más antigua, la Vía Appia. Y a
lo largo de los quince capítulos va saltando en el tiempo y el espacio, de una
colina a otra, del Palatino al Esquilino, del Pincio al Campidoglio, y de un
siglo a otro, sin seguir más orden que el enlace proporcionado por el lugar.
Así, aunque principalmente habla de mujeres de la Roma clásica, también nos
dará noticia de mujeres del Renacimiento y del Barroco, de la época napoleónica
e incluso del Risorgimento. No llega a la contemporaneidad, pone freno en el
siglo XIX, el siglo de la unidad italiana, contándonos los últimos y emotivos
momentos de Anita Garibaldi.
Cecilia, Horacia, Agripina, Livia, Gala
Placidia, Artemisia, Paolina, Anita…nombres más o menos conocidos engarzados
con otros desconocidos, de los que Barceló reconstruye o imagina, como mujer,
sus sentimientos y reacciones naturales dentro de los parámetros de la época y
la cultura romanas. Leyendas como las del surgimiento de Roma, festejos como
las Lupercalia, hechos guerreros como
la batalla entre Horacios y Curiacios,
la traición de Tarpeya, la tragedia de Beatrice Cenci, la leyenda negra
de Lucrecia Borgia, …y no solo historias personales, sino momentos históricos
en los que la intervención de las mujeres en grupo, como en el caso de los
Gracos, o la primitiva invasión gala, o el rapto de las sabinas, es relevante y
cobra una importancia capital.
Las mujeres romanas libres, las
matronas, gozaban de una serie de
privilegios y de derechos, que, comparados con otras culturas como la griega o
la egipcia, eran muy superiores; si bien
no podían participar directamente en la política, tenían gran influencia en los
varones que sí lo hacían. Y su status
jugaba un importante papel en el desarrollo de la vida romana. Sin embargo,
poco se sabe de ellas por los libros de historia. Y a veces, se tergiversa su
posición. Por consiguiente, el esfuerzo desarrollado por Isabel Barceló es muy
loable, puesto que recupera para el lector una serie de nombres femeninos
ligados a la ciudad de Roma que nos ilustran doblemente sobre los rincones de
la histórica urbe. Muy bien hilvanadas unas historias con otras, siempre
siguiendo recorridos urbanos hacia atrás o hacia delante. Por la Vía Appia
desfilaron tanto las tropas romanas y las albanas como las de Carlos V; por la
“cuesta del crimen” subía Vanozza y sus hijos Borgia, como lo hicieron siglos
atrás los Tarquinos; por las calles del Trastevere corría la Fornarina, para encontrarse con el
divino Rafael, pero también correrá la garibaldina Giuditta Tavani; por la
colina del Janículo (morada del dios Jano) subió penosamente Anita Garibaldi para
encontrarse con su esposo, pero siglos atrás Clelia y otras jóvenes romanas
huyeron ladera abajo hasta el Tíber, escapando de las garras del rey Porsena.
La Piazza del Popolo y los adyacentes
jardines del Pincio tienen muchas historias que contarnos, así como recorrer la
actual vía del Corso (antes vía Flaminia) nos hará rememorar otras vidas como
la de la pintora Artemisia Gentilleschi, o la de Goethe y su amante romana.
Personajes no romanos pero sí ligados a
Roma son diversos, como la reina Cristina de Suecia, cuya estancia romana fue
memorable; o Paolina Bonaparte, o incluso Gala Placidia, hermana del emperador
Honorio, cuya corte estaba en Rávena, o Elena, madre del emperador Constantino.
No vamos a repetir aquí todos los lugares citados en el libro, pero sí insistir
en que la difícil ligazón entre unos y otros está resuelta de tal modo que
pasamos de una época a otra muy distinta casi sin notarlo, por las continuas
referencias a los distintos espacios. Y con un estilo llano, poético a veces, descriptivo
otras, evocador siempre.
Comienza por la Vía Appia y acaba por el
valle de la Venus de los Mirtos, o Valle de Murcia, (después Circo Máximo)
donde se puede localizar propiamente el comienzo de Roma. Y el recorrido resulta
delicioso y ameno, interesante y siempre cercano, ya que el origen de Roma es,
en una importante medida, nuestro origen como país latino, del que podemos
considerarnos sus descendientes.
La autora misma dice en su introducción:
“He tratado de contribuir a esa empresa (el rescate de la memoria femenina) buscando
en la Roma de nuestros días el rastro de aquellas mujeres para acompañarlas en
sus momentos críticos. Me he sentido muy cerca de ellas. He aprendido de ellas.
Y espero haber transmitido la emoción, la admiración y el respeto que han
suscitado en mí.” Y efectivamente, lo trasmite de modo excelente. Este es un
libro que afectará no solo las mujeres,
sino también a los hombres, porque todos forman parte de la historia de Roma y
de la historia de la humanidad.
Fuensanta Niñirola
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