15/10/11

LAS MUJERES DE MAUPASSANT

TODAS LAS MUJERES

GUY DE MAUPASSANT

Edición de Mauro Armiño
Ed. Siruela, 2011

Esta antología, compuesta de setenta y dos relatos de distinta extensión, -y prologada muy correctamente por Mauro Armiño- gira en su temática alrededor de la mujer: son historias en las que la mujer tiene una relevancia especial, un protagonismo, de un modo u otro.  Obviamente no sólo son mujeres lo que retrata en sus narraciones -a veces crudamente- sino toda una gama de tipos sociales, ambientes, paisajes y situaciones absolutamente realistas; tan realistas que a veces resulta desolador, aunque en muchas advirtamos un punto de humor, un humor más bien negro o agridulce. 
En general, son historias en las que el amor puro no existe, -con algunas, pocas, excepciones: La sillera, por ejemplo. Sin embargo, en su mayoría el tema es amoroso, teñido de fuerte erotismo, rodeado de otras emociones universales: avaricia, envidia, celos, traiciones y engaños, incesto…un mundo frívolo, ligero, en el que Maupassant lanza sus cargas de profundidad, bombardeando a la bienpensante sociedad de la belle époque. Bola de sebo es el primer relato que magníficamente nos abre la puerta a este mundo de ficción tan real. Es un relato redondo, genial, que ha dado pie cantidad de variantes en cine y teatro, entre ellas, la protagonizada por una maravillosa Marlene Dietrich en El expreso de Shanghai, o  La diligencia, inmensa película de Ford.
Henry René Albert Guy de Maupassant (Dieppe, 1850-París, 1893) fue escritor, novelista y articulista francés, cuya mayor producción la dedicó al relato corto o cuento: algo más de trescientos relatos y cinco novelas. Frecuentador de salones y codeándose con la nobleza, protegido de Flaubert, moviéndose en un mundo proustiano, -de hecho fue amigo de Marcel Proust, Anatone France, Paul Claudel, Jean Cocteau, François Mauriac, André Gide, Picasso…- sin embargo no lo reproduce en sus escritos, o más bien, sólo reproduce la parte más mórbida de él. Su interés más bien recae en historias sórdidas leídas en la prensa, escuchadas en tabernas o cafés, o historias campestres, recogidas de viajes por su Normandía natal.
Misógino schopenhaueriano, Maupassant vivió rodeado de mujeres. Sin embargo, dijo de ellas, en una carta a Gisèle d’Estoc: “¡Mujeres! Prefiero sanguijuelas. Decididamente me parecen muy monótonos los órganos de placer, esos agujeros sucios cuya verdadera función consiste en llenar las letrinas y asfixiar las fosas nasales. La idea de desnudarme para hacer ese pequeño movimiento ridículo me aflige y me hace bostezar de aburrimiento de antemano.”(pág. 15), lo que no le impidió pasar de una relación a otra, en una especie de vorágine transgresora, asegurando que no siente amor, sino que lo finge. Maestro del engaño, este es un tema repetitivo en sus relatos, en los que de un modo u otro las relaciones amorosas tienen siempre ese contrapunto. Abanderado del sexo extramarital, pagado o gratis – finales del siglo XIX- lo cuenta sin ambages y lo que ahora nos puede parecer natural o incluso un punto picante, en su momento fue francamente escandaloso y libertino, hasta el punto de que varias de sus publicaciones fueron censuradas o prohibidas algún tiempo. Hasta su temprana muerte –a los cuarenta y dos años, de una sífilis galopante- Maupassant posiblemente tuviera unas doscientas amantes. Ningún amor reconoció haber sentido de verdad, pero tuvo tres hijos –de los que se ocupaba tiernamente, al parecer- con una aguadora de Châtelguyon, Josephine Litzelmann, con la que mantuvo una intermitente pero prolongada relación.
Maupassant ha sido llevado a la gran pantalla muchas veces. Sus relatos han dado pie a múltiples películas. Si tuviera que destacar alguna, sería Le plaisir, deliciosa versión, al pie de la letra, que hace Max Ophüls de La casa Tellier. Es éste uno de los más logrados  relatos de la presente antología. Esa reunión de ingenuidad campesina y vulgaridad parisina, relatando la visita que una madame de burdel y sus cinco cocottes hacen al campo, para asistir a la primera comunión de su sobrina, llega a momentos de verdadera tensión emocional, en la que la sutileza del lenguaje y el finísimo humor de Maupassant impiden entrar en terreno demasiado escabroso, bordeándolo con una gracia y un humor finísimos.

La Historia de una moza de granja o Los zuecos, son cuentos de Cenicientas sin príncipe azul, Marroca y Un día de campo hacer brotar chispas de deseo encendido, En familia domina un humor negro casi español; en Junto al lecho una mujer que, despechada por los abandonos de su esposo, provoca de nuevo su deseo y le hace pagar por su satisfacción (fue llevada al cine en un sketch de Visconti en Bocaccio 70). El señor Yocasta trata, obviamente, del incesto, abordándolo de un modo absolutamente inocente. El sustituto es una divertida historieta de sexo maduro; Astucia, un relato de traición y de mentiras; La Loca, un cuento amargo; Mi mujer, o cómo puede un hombre encontrarse casado sin pensarlo. Las joyas, curiosa historia de un feliz engaño.
Maupassant publicaba estos relatos en revistas literarias como Gil Blas, Le Gaulois, Le Figaro, a veces con pseudónimo (usó varios: Valmont, Maufrigneuse, Prunier).  Maneja el lenguaje divinamente, -no en balde tuvo como maestro a Flaubert- y la traducción es espléndida; nos produce un verdadero placer leer las descripciones, tanto de los paisajes campestres, o los jardines floridos, como los interiores humanos, y en algunos casos, de la pasión encendida y ardiente. Para ser un hombre que aseguró no haber sentido el amor, ciertamente supo describir perfectamente el enamoramiento. Ante la difícil tarea –por su extensión- de referirnos a tantos relatos, nos contentaremos con esta idea general y una encarecida recomendación de su lectura.


10/10/11

UN CUENTO CHINO


UNA SOMBRA EN PEKÍN/JOSE ÁNGEL CILLERUELO

Ilustrado por Juan Gonzalo Lerma
Ed. Traspiés/Vagamundos, 2011


Agridulce, como los platos de la cocina china, es el relato que tenemos entre manos. El autor lo ha desarrollado como un cuento oriental, y ciertamente al leerlo nos trae un cierto efluvio, un no sé qué que nos transporta a otro estilo de narrativa. Sin embargo, y a pesar de ello, si sustituimos los nombres chinos de los personajes que lo pueblan, el relato podría desarrollarse en cualquier otro lugar. Nombres referentes a animales, lo que convierte el texto en una parábola moral, llena de simbolismo, además de poesía. Tiburones, tortugas, ardillas, palomas…por otra parte, recurso muy habitual en la imaginería oriental, china y sobre todo, japonesa.

Jose A. Cilleruelo (Barcelona, 1960), escritor, traductor y crítico literario, nos sumerge, en esta obra –magníficamente ilustrada por Juan Gonzalo Lerma (Úbeda, 1970), con aguadas y tintas muy integradas en el texto-  en el mundo de un hombre cuya vida está centrada alrededor de las teclas de un piano. No es un pianista, no. Es un afinador de pianos, tradición que le viene de familia, y que tanto su padre y su abuelo han debido combinar en muchas ocasiones con otros trabajos para poder sobrevivir.
Indefinido en sus detalles, el relato habla de algo universal: la tristeza de una vida que las circunstancias han vaciado de contenido. El paso del pequeño pueblo a la gran ciudad, la soledad de este corredor de fondo, que no encuentra más gozo que templar las cuerdas del piano, y hasta a eso ha de renunciar. Dosificando muy bien el tempo circular, alterna el los recuerdos del afinador en su retorno, ya viejo, a su pueblo natal, con el encuentro en el camino con otro corredor de fondo, un guarda forestal que vive solitario y aislado y con el que traba amistad. El descubrimiento de un viejo y destrozado piano parece hacerle revivir, pero todo es una falsa ilusión. ¿Me ha engañado la vida? Se pregunta el viejo afinador.
Sin rencor, con un poso de amargura por los años perdidos y desperdiciados, por las ilusiones que no llegaron a florecer, por todos esos pianos que ya no podrá afinar ni recomponer, como tampoco podrá recomponerse a sí mismo ni cambiar ese terrible mundo que le rodea, lleno de tiburones, liebres, tortugas, palomas y pavos reales, dirige su mirada al pasado. En su viejo cuaderno, en blanco todos esos años, esperando simbólicamente en el fondo de su hatillo a que se decida a manchar su superficie, finalmente empieza a plasmar los caracteres que transmiten su vida al papel. Parábola deliciosa de la terapia de la escritura, que aflora los fantasmas interiores y al exorcizarlos se cura de su tormento.
Las ilustraciones son el contrapunto ideal: al estilo de la pintura y caligrafía chinas, con negra tinta y trazo grueso, J. Gonzalo Lerma ha hecho un trabajo sobrio y que se entrelaza perfectamente con la narración. Pinceladas y texto cocinan un sabroso plato, que la cuidada edición de Vagamundos añade a su colección.

5/10/11

ZIPPER Y ROTH, PADRES E HIJOS

ZIPPER Y SU PADRE
JOSEPH ROTH
Ed. Acantilado, 2011


Novela de encuentros y desencuentros, Zipper y su padre, publicada en 1928, es una narración en la que Joseph Roth se implica en cierto modo personalmente. En una carta al final del libro dirigida al protagonista, Roth explicita el propósito de la novela: “exponer las diferencias y las semejanzas entre dos generaciones a través de dos personas, de modo que el resultado no fuera una crónica privada acerca de dos vidas privadas.(…) Tu trabajo posee un simbolismo simple pero muy explícito a la vez.  Representa  la generación de los que regresamos a casa y nos impidieron interpretar papeles, emprender acciones, tocar violines. Nosotros nunca nos haremos comprender como aún pudo hacerlo tu padre.”
Moses Joseph Roth, (1894, Volinia/Brody, entonces Austria-Hungría -1939,París) autor prolífico si aunamos literatura y periodismo, es conocido mundialmente por su magna obra La Marcha Radetzky (1932).  De origen judío, estudió en las Universidades de Lemberg y Viena y aunque pacifista, participó en la I Guerra Mundial,  alistándose en 1916, año en el que se desprende de su primer nombre, Moses, porque ser judío era ya peligroso en Centroeuropa.  Acabada la guerra viajó por toda Europa debido a su profesión periodística. El destierro a Francia en 1933 huyendo del nazismo, el internamiento de su esposa Friedericke en un manicomio y un alcoholismo cada vez más severo precipitaron su muerte en 1939 de un colapso mientras hablaba con los amigos en su mesa habitual del Café Tournon, en París. Es Roth  escritor de evidente originalidad,  impregnando toda su obra una ironía que no se podría llamar “socrática y sí socarrona” (Cabrera Infante dixit) Roth es original porque no tenía influencias. Solía decir: "Un escritor que se pasa el tiempo leyendo (a otros autores) es como un camarero que emplea su tiempo comiendo."  
Compañero de la infancia del narrador, -que nos cuenta en primera persona la historia- Arnold Zipper comparte a su padre con su amigo, que figura como huérfano. El narrador dice del padre de Arnold que “era como si me hubiese prestado a su padre”: “tenía un aire de payaso triste.(…) Zipper y su fina barba clara de marinero que le enmarcaba la cara ancha y redonda y le añadía un  innecesario toque elegante, como un marco alrededor de un cuadro poco valioso.” (p.19). Un padre que, ante el fracaso de su otro hijo, Cäsar, un tarambana enloquecido, pone todas sus esperanzas en que Arnold sea lo que lo que él no ha podido ser, y está convencido de que su hijo lo logrará. Zipper padre es un pobre hombre, casado  con una esposa a la que hace tragar todas sus frustraciones, sus fracasos, que sueña con una posición que no tiene y acaba por perder incluso la que posee, mientras trata de que su hijo triunfe en la vida. ¿Por qué es un fracasado? Porque había utilizado toda su energía en dejar de ser un proletario para convertirse en un burgués, según Roth.
El problema es que Arnold también es un pobre hombre. Y va pasando por la vida sin pena ni gloria, primero los mediocres estudios, la guerra a la que la generación de los padres les envía, el retorno demediado, “triste como un reloj a la sombra, (pág. 19) viviendo de mirar, eterno espectador de la vida de los demás. Las descripciones de sus tardes pasadas en los cafés (que serían probablemente las mismas de Roth, adicto desde joven a los cafés literarios) muestran el mundillo cultural de los años veinte, lleno de artistas, escritores, músicos, …y mirones como Arnold. Pero llega un día en que se enamora y estalla su vida: se deja su puesto de funcionario, conseguido gracias al empeño de su padre, abandona todo y se lanza tras Erna Wilder, una actriz de teatro que más tarde se pasará al cine. Y a partir de ahí empieza su calvario. Erna “se alimentaba del sufrimiento de Arnold, necesitaba su dolor del mismo modo que otras mujeres necesitan el amor de sus amados”. (pág. 110) La actriz le utiliza, como en el caso de El profesor Umrat, de Heinrich Mann, como punto de apoyo, como servidor, como mayordomo, como cualquier cosa menos como marido. Pero se casan, aunque viven en casas distintas, ya que las aficiones de ella parecen inclinarse hacia el lado femenino. Arnold va contando a su amigo, el narrador, algunas de sus miserias: también Zipper padre se entera tarde, en un viaje a Berlín, donde vive la pareja, y se lleva otra desilusión, otro fracaso más en su vida. Al final, Arnold se refugia en lo único que le queda: la música. Una afición de la infancia, promocionada por el padre, es la que lo lleva a sobrevivir y en cierto modo, a ser feliz, a su manera. “La música suplía su falta de fe en Dios. Quizás también reemplazaba  el amor que nunca disfrutó y la suerte que se le escapó.”(pág. 16).
En suma, una magnífica obra sobre esa generación de entreguerras, su generación, sobre un mundo destrozado y un futuro imposible. Sobre las relaciones entre dos generaciones frustradas, sobre padres e hijos. Dos mundos. Que a la postre, no difieren tanto. Roth muestra retazos de sí mismo en esta obra, justificándose en la carta final por no haber hablado con más detalle sobre el protagonista, por estar demasiado implicado en él. Obra que destila amargura y al mismo tiempo, nos toca en nuestros sentimientos íntimos como Roth sabe hacer en su escritura. Excelente traducción de Marina Bornas, y como siempre, magnífica edición por parte de Acantilado, como ya nos tiene acostumbrados.



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