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Apuntes conradianos
La auténtica sabiduría es desear lo que desean los dioses.
Desde el momento en que empecé a ennegrecer la primera página del manuscrito de La locura de Almayer, la suerte estuvo echada. Jamás vadeó nadie el Rubicón tan a ciegas como yo, sin invocar a los dioses, sin temor a los hombres.
En su Crónica Personal, nos habla Joseph Conrad un poco de sí mismo. Pero siempre con una cierta reticencia, y en fin, diciendo a veces medias verdades, obviando otras, inventándose algunas cosas y disfrazando las que no sabremos si son ciertas o ficticias. Los escritores también se crean a sí mismos...
De su Prefacio Familiar he entresacado algunos párrafos que considero de interés para hacernos una idea de lo que él pensaba de sí mismo, de la literatura, del arte, y algunas otras reflexiones.
La fuerza de la palabra es algo que se percibe de inmediato. Nadie que desee persuadir ha de confiarse no al argumento adecuado sino a la palabra idónea (...) Nada que sea verdaderamente grande, en el sentido que lo es lo humano, procede de la reflexión. (...) ¡Qué sueño, para ser el de un escritor!¡Si! ¡Que me sea dado encontrar la palabra adecuada!
Por humillante que pueda ser para la estima en que me tengo, debo confesar que los consejos de Marco Aurelio no están hechos para mi. Se adecúan mejor a un moralista que a un artista.
La mayoría de las amistades, por no decir casi todas las que he disfrutado durante el periodo de mi vida que he dedicado a escribir, me han sido dadas a través de los libros; bien sé que un novelista vive en su obra. Se encuentra en ella, única realidad en medio de un universo inventado, entre objetos, acontecimientos, personas imaginarias.
Las alegrías y las penas de este mundo circulan de continuo entre uno y otro lado, entremezclan sus formas y sus murmullos en esa dudosa luz de la vida que resulta tan misteriosa como un océano en exceso cargado de sombras, mientras la deslumbrante brillantez de las supremas esperanzas se halla muy lejos, fascinante y quieta, al lejano filo del horizonte.
Para el arte (y para la vida) no es tanto el por qué
lo que importa, de cara a nuestra felicidad, cuanto el cómo
. (...)Sí, siempre hay una manera. La manera de la risa, de las lágrimas, de la indignación y el entusiasmo, del juicio, e incluso del amor; la manera en que, al igual que los rasgos y el carácter de un rostro humano, la verdad interior sea un presagio para quienes saben cómo mirar a sus semejantes.
Quienes me leen saben de mi convicción de que el mundo, el mundo terrenal, descansa sobre unas pocas ideas, por lo demás muy sencillas; tan sencillas que han de ser tan antiguas como las colinas. Descansa notoriamente, sobre la idea de Fidelidad
.
En una época en la que todo lo que no sea revolucionario de una forma u otra no puede aspirar a recabar mucha atención por parte del público, debo decir que yo no he sido revolucionario en mis escritos. El espíritu revolucionario es en esto poderosamente práctico, dado que nos libera de todos los escrúpulos y de toda idea recibida. Su empecinado, absoluto optimismo me resulta sin embargo repulsivo por la amenaza de fanatismo y de intolerancia que encierra.