RUDYARD KIPLING
Ed. Acantilado, 2009
Rudyard Kipling (1865, Bombay-1936, Londres), gran novelista y poeta
británico, era hijo de un profesor de Escultura Arquitectónica establecido en
Bombay. Los primeros cinco años de su vida los vivió casi como un indígena,
correteando por los bazares y hablando indostaní, con su aya portuguesa y su
criado hindú Meeta. A los 6 años sus padres lo enviaron a Inglaterra para
recibir la consabida educación británica. Kipling reconoció esos años como los
peores de su vida. Cinco años más tarde, ingresó en el United Service College,
en Devonshire, y como no podían permitirse estudios superiores, su padre le
encontró un empleo en Lahore, (Punjab) como asistente editor de un periódico local.
Llegó a Bombay en octubre de 1882. A pesar de que
su trabajo era muy duro y exhaustivo,
poco tiempo después ya publicó su primera colección de versos, que fue
seguida por diversas publicaciones, una vez que se lanzó a escribir. Cinco años después, Kipling
fue transferido a otro periódico en Allahabad, hasta principios de 1889, en que fue relevado de su cargo.
Ese mismo año abandonó la
India, con destino a Gran Bretaña, por la ruta del sureste asiático y San
Francisco, todo un periplo. Viajó por todo el norte de los Estados Unidos, de
Oeste a Este, escribiendo artículos para el periódico, hasta llegar a Nueva
York, donde tuvo un encuentro con Mark Twain, que le impresionó favorablemente. Su fama le precedió y varios
editores londinenses ya le habían aceptado historias.
En Londres conoció a W.
Balestier, escritor y editor estadounidense con el que colaboró en una novela y
con cuya hermana Carrie contrajo
matrimonio, a los 26 años, en Londres.
Iniciaron el viaje de novios por Estados Unidos y Japón, con destino
final en Samoa, para conocer a J.L. Stevenson, sin embargo, cuando llegaron a Yokohama, les
llegó la noticia de la quiebra de su banco, por lo que tuvieron que regresar a
Vermont, EE.UU., donde se instalaron, junto a la familia de Carrie, ya
embarazada, por entonces. En esta casita nacieron sus dos hijas, Josephine y Elsie. Fue también aquí donde El
libro de la selva vio la luz. rumbo a Inglaterra, estableciéndose en Torquay. Ya era un hombre
famoso. Al año siguiente, la familia se trasladó a Sussex, donde nació su
primer hijo varón, John. En 1898 viajó a Sudáfrica, y al volver,
escribió poesías en apoyo de la causa británica en la guerra de los Bóers. Kipling
tuvo mala suerte con sus hijos: en 1899, su hija Josephine murió de pulmonía, y en la Gran Guerra murió
su único hijo varón, John, lo que sumió a Kipling en un estado de tristeza y desesperanza,
que se trasluce en sus últimos escritos. En julio de 1896, los Kipling abandonaron Estados
Unidos
A pesar de haber
rechazado siempre todos los galardones que merecidamente había ganado, como la Orden
de Caballero y la del Mérito, y el Premio Nacional de Poesía, en 1907 aceptó el premio Nobel de Literatura,
siendo el primer inglés que lo recibía. A
su muerte, Kipling dejó un enorme legado de cinco novelas, más de 250 historias
cortas y 800 páginas de versos. Borges dijo de él que, rodeado por la fama, Kipling fue siempre un hombre distante y
solitario. Una obra tan diversa presupone muchas dichas y muchos pesares que no
sabremos nunca y que no debemos saber. Y cita a George Moore, al decir que
Kipling era, después de Shakespeare, el
único autor inglés que escribía con todo
el diccionario.
El libro que nos ocupa, es una excelente recopilación de 30 relatos con un postfacio de
Alberto Manguel sobre la vida y obra
del autor. Para quien sólo conozca la obra llamada juvenil de Kipling, estos
relatos son absolutamente diversos, y nos muestran un aspecto desconocido, en
algunos momentos terriblemente duro y sarcástico, dulce y emotivo en otros.
Hay, lógicamente, muchos relatos ambientados en la India, donde comprendemos la situación física y
emocional de los oficiales británicos encargados de trabajos civiles; situación
dura, por la climatología, las condiciones de vida y a su vez, de una terrible soledad.
En Los
constructores de puentes, por ejemplo, se combinan dos niveles, el real y
el mágico; la espera de una gran crecida
del Ganges, que va a poner a prueba su solidez y el buen hacer de su
arquitecto, y durante esa aciaga noche, la
asamblea de dioses hindúes, que debaten sobre la llegada de los occidentales y
los cambios ocurridos en la sociedad
hindú. Así Krishna, Hanuman el mono,
Gadesha el elefante, la madre Gunga, Kali
la de los ocho brazos, todos dirimen
sobre el futuro de su pueblo, mientras el Ganges ruge inundándolo todo a su
paso. El milagro de Purum Bhagat,
impregnado de sabiduría oriental, nos emociona, como Sin pasar por la vicaria, donde el sahib blanco llora por su dulce mujer y su hijito indostánicos que
mueren por el cólera.
En otros, como el muy conocido El hombre que pudo reinar, nos narra unas increíbles aventuras de
dos oficiales británicos por el imaginario Kafiristán. Estos enloquecidos
oficiales, quieren “saber por los libros,
conocer el camino y llegar a ser reyes”. O las aventuras de un oficial que
se pierde en un desierto, dando con una especie de cementerio de muertos en vida, de claras
reminiscencias a E. A. Poe., en La
extraña galopada de Morrowbie Jukes. Y también con ecos de Poe leemos La marca de la bestia o La ciudad de la noche atroz.
África es otro escenario
de relatos, como Una guerra de sahibs, cuyo narrador es un sij, ayudante de un
oficial británico en la guerra contra los Bóers. Su versión de la guerra y sus
críticas al modo en el que los sahibs
resuelven sus conflictos, que al ser puestas en boca de un indostánico- alter ego de Kipling- y no de un europeo,
pueden ser más libres, nos indican su posicionamiento. Borges, en uno de sus prólogos decía: “Supo el hindi antes de saber inglés y
conservó, casi hasta el fin, la capacidad de pensar en ambos idiomas. Un sij me dijo que era evidente que el
relato Una guerra de sahibs había
sido concebido en lengua vernácula y traducido luego al inglés.” Y en Los zorritos, donde con un sarcasmo
terrible muestra cómo funciona la administración en las colonias y cómo se
desintegran los parámetros de la metrópoli bajo el sol de Etiopía, con la
parábola de la caza del zorro.
También hay relatos ambientados en Inglaterra, uno
absolutamente autobiográfico como Bee,
bee, ovejita negra. En él se explaya el autor narrando sus desgracias casi dickensianas en la escuela familiar
donde sus padres, en la ignorancia o la incapacidad de conseguir algo mejor, le
dejan abandonado en manos de una mujer cruel y un adolescente odioso, que le
amargan sus años infantiles y casi le dejan ciego, además de generarle un
resentimiento y una actitud antisocial tremenda. Sin embargo, relatos como Ellos, son de una exquisita dulzura y una melancólica mirada sobre
el deseo maternal y la muerte en la infancia. Y el maravilloso El mejor relato del mundo, todo un
ensayo sobre la metempsicosis y a la vez sobre la psicología humana. También
hay un relato de mar, Un hecho real,
donde se diluye la frontera entre lo verosímil
y lo extraordinario, y un grupo de periodistas trata sin éxito de
relatar un hecho increíble.
En fin, es una muy buena
selección, que nos muestra un Kipling diverso, crítico y a la vez solidario con
sus compatriotas, sobre todo con aquellos que se dejan la piel trabajando para
un país que en muchos casos ni comprende el esfuerzo con que le ofrecen su
vida, e incluso son atacados por ello. Fue Kipling el que mostró al resto de
Inglaterra la cara desconocida, extraña y lejana de la Joya de la Corona. Desde una óptica victoriana, pero a la vez
inmerso en el corazón de la India, sus relatos destilan una fina ironía crítica
de los errores de la colonización a la vez que la defiende, como no puede ser
de otro modo: es un testigo perfecto de una época que está a punto de alumbrar
otra.