ROBERT GRAVES
Edhasa, 1992
Los hijos de Homero era el apelativo que se les adjudicaba a los bardos
o poetas que cantaban las leyendas y los poemas épicos griegos, las hazañas de
los héroes de Troya y de los dioses olímpicos. La obra que nos ocupa hoy, La hija de Homero, tiene diferentes
lecturas. No sólo es una novela ambientada en la Magna Grecia, o sea, en la Sicilia de una indefinida época
post homérica, basada en una
reinterpretación absolutamente libre de la parte final de la Odisea, sino que
también reflexiona sobre la poesía y los poetas, los narradores y las distintas
versiones de los mitos. Y para rizar más el rizo, como Graves era un personaje
controvertido, rompedor de moldes y barreras, pone la narración en boca de una
mujer, que finalmente resulta ser, según la carga de profundidad que lanza la
novela, la poetisa o Hija de Homero,
que reescribe la Odisea y le da su toque personal al canto.
Una princesa elimana, Nausícaa,(Nausicaa=quema
de barcos) descendiente de la estirpe troyana, asentada en Sicilia, en Erix, el
extremo occidental de la isla, nos narra en el prólogo la historia de su pueblo
y de su familia; y nos avisa de que ha escrito un poema épico basándose en los
dramáticos sucesos que nos narra a continuación.
Hay dos maneras de afrontar esta
novela: una, desde la ignorancia de la historia de Ulises, narrada por Homero
en la Odisea, y entonces disfrutar de
una narración que te atrapa desde el primer momento y que tiene su intriga y su
sabor griego. La otra, desde el conocimiento homérico, con una gran dosis de
tolerancia y de humor, y entonces disfrutar de la novela como si de un juego se
tratara.
Cabría una tercera opción:
indignarse con Graves, y cerrar el libro cuando uno se da cuenta del calibre
herético de lo que nos está contando. Pero creo que esta opción es la menos
recomendable.
La novela está muy bien escrita,
implica un dominio absoluto de la mitología griega, incluye varias narraciones
internas y variaciones de otras narraciones, imagina una Odisea distinta y
atribuye la que conocemos a Nausícaa, la protagonista, que no es la hija del
rey Alcínoo y la reina Arete, del país de los feacios, donde recala Ulises y
recibe ayuda para llegar a Ítaca, sino la hija del rey Alfides, hermana de
Laodamante, de Halio (desterrado por su padre), el joven Clitóneo y el niño
Telegonio.
Todo empieza porque la esposa de
Laodamante, aburrida y sin hijos, le pide a su esposo que le traiga un collar.
Y a partir de su marcha, comienzan a ocurrir toda una serie de desgracias: el
rey parte a Grecia en busca de noticias de su hijo mayor, después de meses sin
noticias, el regente, Méntor en qué se ve de contener a los enemigos del rey
que abusan de la hospitalidad de palacio y pretenden casarse con Nausícaa (que,
cual Penélope, les va dando largas), Clitóneo, cual Telémaco, tampoco puede
enfrentarse a tanto enemigo, el patrimonio de palacio va disminuyendo, y las
cosas se complican. Pero Nausícaa tiene un encuentro en la playa con un héroe
desconocido, Etón, en el que deposita sus esperanzas (y del que se enamora
perdidamente), y con el que, tras el asesinato de Méntor y de Laodamante, Nausícaa
y Clitóneo traman un plan para conseguir la venganza y salvar a la familia de
la vergüenza y el oprobio al que se ven sometidos. El premio será el lecho
nupcial, lógicamente. Y el plan no es otro que repetir la historia de cómo
Ulises –en este caso, Etón- tensó el arco y mató a los pretendientes. En el capítulo final, Nausícaa nos
cuenta cómo se sirvió de tales sucesos y de otros textos clásicos,
reinterpretados, para escribir un poema
que resultó ser... la Odisea.
Antes hemos hablado de otras
posibles lecturas, pero yo dejaría de lado los intentos de Graves de introducir
nuevas tesis mitológicas y disfrutaría con la lectura, como si de un juego se
tratara. Esta reescritura de Homero puede sonar a herejía, si se toma como un
ensayo sobre mitología o como una revisión del poema, y si el lector tiene
inclinación clásica; otros pueden encontrar la idea como feliz y apropiarse
dichas tesis. Yo considero que lo mejor es tomarlo como una simple fabulación
en la que se riza el rizo y se juega con las historias míticas y con los
personajes, dando explicaciones alternativas posibles, cambiando los nombres y
alterando los papeles, como si de un juego de las sillas se tratara. Todo el
mundo ocupa el lugar del otro hasta que finalmente uno queda en pie y sin
silla. Y me inclino por pensar que no es Homero el que se ha quedado sin silla.
Robert Graves (Londres, 1895-
Deiá, Mallorca, 1985) fue escritor, poeta, erudito e investigador de la
mitología griega británico afincado en España en sus últimos años. Graves se
educó en la escuela Charterhouse ganando una beca para la Universidad de Oxford),
donde prosiguió sus estudios. Participó y fue herido gravemente en la I Gran
Guerra. Publicó su primer libro de poemas en 1916. Obtuvo una plaza en la
Universidad de El Cairo, adonde se instaló con su esposa, sus hijos y la
escritora Laura Riding, con la que fundó
la editorial Sizin Press. Allí conoció y trabó amistad con T.E. Lawrence, sobre
el que escribió su Lawrence y los árabes. En 1929 descubrió Deiá (Mallorca),
pero hubo de salir de allí al comienzo de la Guerra Civil española. Tras la guerra mundial, se instaló
definitivamente en Deiá, y en 1950 se
casó con segunda mujer. Y allí escribió sus obras más famosas, entre su extensa
producción. Destacó, además de sus novelas de tema mitológico griego e histórico
romano, por sus heterodoxas interpretaciones de la mitología, expuestas, sobre
todo, en La Diosa Blanca, y Los Mitos Griegos. También es conocido su interés,
en los años cincuenta y sesenta, por los hongos alucinógenos y lo que se ha
venido en llamar enteogenia (entheos=dios adentro), significando con ello los
trances poéticos, la posesión divina, la inspiración artística (inducida,
suponemos, por la ingestión de un cierto hongo). Llevó una vida nada
convencional, muy propia de un poeta, que era como él se consideraba a sí
mismo.