PROFUNDIDADES
HENNING MANKELL
Ed, Tusquets/ Fabula
En esta novela, Mankell abandona por un
tiempo al comisario y se adentra en un mundo más perturbador: cercano al más
oscuro y tenebroso de Conrad, un poco más al norte. La búsqueda interior, la desolación, la blanca inmensidad
del Báltico y la inmensa soledad del protagonista, obsesionado con las
mediciones de los espacios, de las distancias, de las profundidades marinas,
obsesionado con la muerte, atrapado en un aislamiento emocional que le destroza su matrimonio y destroza a
todo aquel que intente sobrepasar esas distancias que continuamente mide entre
él y el mundo circundante.
Ciertamente con un eco conradiano, pero a
su vez con la marca indeleble del mundo nórdico, de las blancas soledades
desérticas, del frío en el alma, de la interminable noche invernal. El
protagonista, un oficial de la marina sueca experto en mediciones submarinas,
es enviado a una misión en el Báltico, para localizar nuevas rutas seguras entre
los archipiélagos, ante la posibilidad de que la guerra recién comenzada en
Europa –estamos en 1914- afectase a Suecia, por el momento neutral. Ya por el
comportamiento peculiar del capitán Lars Tobiasson-Svartman percibimos un halo
perturbador e inquietante que le envuelve. Su obsesión por cambiarse el
apellido, su necesidad de aislamiento, su absoluta incomunicación con su
esposa, Kristina, su manifiesta repugnancia hacia la suciedad, la enfermedad,
su terror a la muerte, y al mismo tiempo su atracción inconsciente por todo aquello que le agobia;
todo esto ya nos describe un carácter inseguro, débil, carente de identidad.
Sin saber por qué, mientras con su esposa mantiene una relación fría y
distante, se siente atraído irremisiblemente por una solitaria mujer, sucia y
andrajosa, pero fuerte y valiente, que vive asilvestrada y aislada en un islote
perdido en el mar. Esa atracción le
lleva a cambiar su vida en función de volver a verla, llegando a cometer
delitos, acciones reprobables, en fin, pasando por encima de todo con tal de
conseguir su objetivo. El que ambas tengan una hija de él, y que ambas lleven
el mismo nombre tampoco es casualidad. Pero
¿Cuál es su objetivo, realmente? Porque parece que vuelva a reproducir su vida,
la vida que abandona, al convivir con esta mujer, Sara, que le atrae como una
sirena, directamente hacia el abismo, ese abismo insondable cuya profundidad no
consigue medir.
La novela es muy dura, es una inmensa
parábola sobre el hombre actual, que ha perdido pie frente al papel
tradicional, ante el cambio producido en las mujeres, ha perdido los papeles
frente al mundo, agobiado por la fuerza del elemento femenino, que asienta
firmemente sus raíces en la tierra, la Mujer a quien desea pero teme, porque es más fuerte
que él, y sus ataduras le aterrorizan: es una imagen del hombre
desarraigado, que reacciona
violentamente contra todo aquello que le aterroriza, y lo que más le asusta,
finalmente es él mismo, por lo que toda su trayectoria es una huida, una
escapada hacia delante, pero el enemigo está dentro y no puede con él hasta que
realmente lo reconoce y lo enfrenta.
La mujer es presentada como una fuerza
de la naturaleza: Kristina, una desconocida en realidad, de la que no puede
imaginar sus pensamientos ni lo que puede hacer en su ausencia, pero que reacciona como una gata para
recuperar a su hombre. Y Sara, es casi un animal, forma parte de la naturaleza,
en simbiosis con la isla en la que vive como un ánade o una serpiente. Pero
tanto una como otra saben lo que quieren y luchan por ello. Lars, el
protagonista masculino no lo sabe: está absolutamente perdido.
El tema de la novela es la búsqueda de
la identidad, la contraposición de verdad y mentira, la afirmación del hombre
solo, libre, pero a la vez acosado por un mundo que le exige que se defina, que
mida la realidad: el leit motiv de
toda la narración es la medición constante: su plomada, con la que duerme
abrazado por las noches, su continua marca de distancias, reales o imaginarias,
que acaba por confundirle realidad con ficción.
Su tono es calculadamente gélido, como
el invierno báltico, hasta el punto de que al leerlo se siente un cierto
malestar, una necesidad de arroparse o de acercarse al fuego. Frases cortas, lanzadas como plomadas,
capítulos cortos, que van creando un distanciamiento entre el lector y lo que
se nos narra. Cada vez nos alejamos más del protagonista, cada vez nos sentimos
como las dos mujeres entre las que oscila como un péndulo, sin cesar de
acercarse y alejarse, sin solución de continuidad. La acción es lenta, salvo en
algunos momentos en los que se precipita el horror.
Las imágenes que me sugiere su lectura
me remiten a aquellas viejas películas de Bergman, -suegro del autor-
concretamente, La vergüenza (1968), donde
la desolación imprecisa, el clima de guerra, una guerra abstracta, dolosa pero
incierta, esa atmósfera es la que en cierto modo me resuena como un eco. También algunas imágenes de Edvard Munch, el
pintor noruego cuya obra más conocida es El
grito, pero que tiene otras de un asfixiante ambiente, un pintor que trata
el tema de la muerte y el dolor, la soledad y la tristeza, y que podría
recordarnos algunos momentos de la lectura.
Se lee casi de un tirón, y aunque deja
un regusto amargo, considero que es una buena novela, de factura simple y
concisa, que nos lleva de la mano hasta el final, un final que intuimos poco a
poco pero no acabamos de creer hasta que lo leemos.
Henning Mankell (Estocolmo, 1948), escritor y dramaturgo sueco, especializado en novela negra y creador del personaje del inspector Wallander, reparte su vida entre Suecia y Mozambique, donde es director del Teatro Nacional; está casado con la hija del cineasta Ingmar Bergman; recibió en 1992 el premio Glassnokkelen para novela negra nórdica, y en 2006 el premio español Pepe Carvalho.
Ariodante