ALFREDO ALVAR
La esfera de los libros, 2012
Nos encontramos ante un libro muy
particular. Escrito por un historiador, Alfredo Alvar Ezquerra, no es un
tratado de historia; tampoco es propiamente una biografía de Isabel de
Portugal, emperatriz por su matrimonio con Carlos V; no es, de ningún modo, una
novelación de la vida de la primera y única esposa del monarca. Pues, entonces,
¿qué es? Es un ensayo biográfico, desde luego, pero en realidad, aunque el
título y toda la obra gire alrededor de la figura de Isabel, trata tanto de
ella como del emperador, de la vida española de la época, de los usos y
costumbres, en fin, es un compendio de la época; un mural hecho de múltiples
piezas como un enorme rompecabezas, con gran prolijidad de datos. Y en cierto
modo, presentado así, con las piezas por colocar, al menos, en parte.
Alfredo Alvar ha buceado en
archivos y bibliotecas, llevando a cabo una investigación sistemática: estudia
toda la documentación personal de la vida política de Isabel: cartas, (sobre
todo la prolija correspondencia entre Isabel y Carlos) testamentos, codicilos,
informes, capitulaciones, tasación de sus bienes, pagos a proveedores, y demás
escritos; en fin, todo tipo de documentos a los que ha accedido con sus propias
manos: tocado, olido y sopesado. Porque Alvar prefiere ese contacto más cálido
con la Historia: apreciar los trazos de la letra de un personaje histórico, las
dudas en la escritura, las rúbricas, tachaduras o anotaciones al margen en un
documento. Respirar el paso del tiempo a través de un manuscrito, no mirando
una pantalla donde está escaneado. Sin desestimar la facilidad de encontrar
documentos en la red, de sitios a los que sería muy difícil acceder, prefiere
llegar a ellos en persona.
Por otra parte, Alvar ha compuesto
el libro pensando en el lector común, no el académico. El tono es, pues, informal, irregular; para él ha sido un
experimento en el estilo ―según afirma en diversas entrevistas―, sin notas a
pie de página, sin aparato crítico, pero dando su opinión, haciendo comentarios
―irónicos, a veces, emotivos, incluso humorísticos― y avanzando hipótesis,
presentando los hechos para que hablen por sí mismos. Sin embargo, y a pesar de
todo, no puede evitar que el historiador asome y nos lanza una cantidad de
cifras, fechas, detalles que ralentizan la lectura y al lector común pueden
abrumarle. Al final del texto, ampliará con un apartado de notas sobre cada
capítulo, aportando una serie de referencias, procedencias y fuentes.
Son siete capítulos
cronológicamente organizados: al comienzo de cada uno, el autor introduce un
breve texto modo literario, para
sumergir al lector, para atraerle y hacerle entrar mejor al tema. Alvar expone,
principalmente, hechos: y muchos, a veces incluso se hace un poco agotador
conocer los listados de proveedores y los precios de cada una de las
provisiones; o los listados de pedigüeños, nobles que piden mercedes, solicitan
prebendas, traslados, etc., y otros listados semejantes. Quiere con ello
llevarnos a que saquemos nuestras propias conclusiones, aunque luego él mismo
las destaque. Y de vez en cuando hace un comentario de tú a tú, al lector. Una
comparación con la actualidad, o una ironía, un comentario jocoso o admirativo.
Y avanza sus hipótesis sobre unos y otros aspectos.
¿Cuáles son, pues, las ideas que
Alvar destaca? El amor y la cordial relación entre Isabel y Carlos, lo primero.
Porque no era lo normal, en un casamiento regio, ni siquiera en uno nobiliario:
los casamientos reales eran cuestiones de Estado, y podían casar a un niño con
una dama madura o viceversa. Podían odiarse o despreciarse pero tenían que
cumplir y engendrar herederos. Y sin
embargo, Isabel y Carlos caen rendidos de amor nada más verse. Y les dura toda
la vida. Una vida dura, la de un gobernante imperial que dominaba media Europa,
y una reina que también gobierna en ausencia del real esposo, ausencias
continuas. De once años de casados, casi la mitad los pasan separados, si bien
en constante comunicación, dentro de lo que permitían las circunstancias. Por eso nos deja admirados ese amor, que se
desprende de las cartas, de los comentarios en otros documentos, y de los
hechos: las horas que pasaban en el lecho en su luna de miel granadina, por
ejemplo, los comentarios personales de algunas de sus cartas, al final de la
información política. El documento donde se narra la muerte de la reina comenta
que el emperador, dolido y trastornado, no se quería separar del cadáver,
abrazado a ella, que le tuvieron que separar a la fuerza. Quedó hundido
moralmente tras su muerte, de la que nunca se repuso y no volvió a desposarse.
Otra idea que destaca: la gestión
del poder de la reina consorte Isabel, la sensata política que consolidará la
Casa de Austria, españolizando poco a poco el aparato del Estado, en manos extranjeras al acceder al poder el Emperador, que ni
siquiera sabía español ni había nacido en España. La homónima nieta de Isabel la Católica
(Carlos e Isabel eran primos) gobierna el reino en tres ocasiones, mientras su
regio esposo desplaza tropas y séquito, firma tratados, libra batallas, convoca
Dietas, discute con el Papa y recorre Italia, Francia, Alemania, Flandes... Ayudada,
desde luego, por diversos consejeros y
unas Instrucciones y Restricciones que su esposo le deja, paulatinamente
la reina va dominando la situación, aprendiendo a llevar las riendas y necesitando
cada vez menos consejeros…porque lo hace muy bien, lo cual el propio Carlos resalta en cartas y
documentos públicos. Y mientras tanto, pariendo hijos, (y viéndolos morir, en
varias ocasiones) y redactando testamentos, porque cada parto era una
posibilidad de morir para una mujer, (reina o plebeya) como de hecho le ocurrió
en su quinto alumbramiento.
Tras llevarnos en un recorrido
por la vida de la reina y de su reino, su niñez y juventud, el encuentro con el
esposo, boda y feliz luna de miel granadina, los partos, la sentida ausencia
del emperador, el comienzo como gobernadora, los problemas con que se fue
enfrentando y solucionando, la constante preocupación por la política
internacional del imperio, las sugerencias y peticiones que hace a su esposo,
los informes de su gobierno, la última etapa, cayendo en la melancolía por las
prolongadas ausencias del esposo,… todo ello nos traza un paisaje con figura
especial.
Aunque el último capítulo está,
según el autor, dedicado a las lectoras,
puede interesar también a los lectores,
desde luego: detalles como los libros de la emperatriz (es la biblioteca de una
mujer recatada, nos dice Alvar); la ropa que se confeccionaba y cómo la
reutilizaba; las joyas que usaba y lo que le habían costado; detalles de los
partos, las sucesivas muertes de sus hijos y las enfermedades de los que
vivieron; cómo se servía la mesa, cuántos platos, quien la asistía, etc. lo
cual lleva a la vida cotidiana ―nobiliaria, claro― de la época moderna. El
apartado referente a las pinturas y retratos de la reina y la familia real, es
interesantísimo por sus jugosos comentarios. Quizás para el lector no demasiado
habituado al ensayo histórico le abrume un poco alguna sección del libro,
aquellas en la que muestra datos (con superabundancia de números ¡y fechas!) de
cédulas, cartas, documentos, de modo harto extenso y detallado. Pero creo que
se ve compensado por el modo como en general transmite las ideas básicas que
señala a lo largo del texto.
Ariodante