BEL CARRASCO
Ediciones Atlantis, 2012
Estamos ante una opera prima, pero no ante una primeriza
en el manejo del lenguaje. Bel Carrasco
es veterana periodista y domina perfectamente el arte de juntar palabras, si
bien hasta ahora esta es su primera novela, aunque ya había probado antes la
ficción con algunos relatos. Novela difícil de clasificar, cosa que precisamente le
da un carácter más personal a la obra. Hay en ella una intriga, sí, pero no la
llamaría novela de intriga. Está ambientada
en el año 1929, pero no es histórica:
nada hay apenas que nos sitúe en ese año en concreto, ya que podría ser
cualquier otro de esa década. Casi podríamos pensar en ella como un cuento
largo, por la estructura de la narración. Concentrada la acción en un pequeño
pueblo valenciano, y la mirada puesta en dos personajes centrales: el relojero,
Abel Pino, y el cura, Lorenzo Santacruz, ambos en la madurez de unas vidas
solitarias. Esa soledad elegida es un punto que les une y hace surgir una fuerte
amistad entre los dos, entre un creyente y un descreído.
Tenemos, pues, una historia que habla de
amistad, que habla de un pueblito de principios del siglo XX en la Valencia
rural. Entrañables descripciones de montañas, riachuelos, paseos con olor a
pino y a romero. La vida cotidiana y campestre de humanos y animales, el sabor
de la tierra y sus frutos, todo armoniosamente dispuesto. Y en ese mundo
cerrado, van surgiendo, como pinceladas añadidas aquí y allá por el pintor al
revisar su obra, una serie de hechos inquietantes. De entrada, se nos narra un luctuoso y
terrible asesinato, ocurrido muchos años atrás en ese mismo pueblo. Esa
historia sobrevuela la narración, en la que periódicamente van apareciendo
restos humanos (mano, pie, oreja…) como si de un Twin Peaks valenciano se tratara.
Drama rural, intriga, drama
personal tanto el de Abel como el de Lorenzo, que ni uno ni otro se rigen por
estereotipos, sino que más bien son dos personajes fronterizos, limítrofes, que no encajan dentro de los parámetros
habituales: ni el cura es lo que se podría esperar de un cura rural,
reaccionario y devoto, ni el relojero es trigo limpio, sino que tiene un pasado
que decide inconscientemente olvidar. Además, hay dos mujeres, tampoco
dibujadas con el perfil habitual: Gertru, una huérfana medio salvaje y medio
bruja, acogida en casa de Abel y que le sirve como asistenta, y Cristín, otra
huérfana pero elegante y educada, a la
que rodea un misterio que solo se desvelará al final. Todos los ingredientes
para una historia casi de David Lynch: un mundo doméstico y rural, aburrido en
su cotidianeidad y rutina, donde de pronto surgen verdaderas chispas que están
a punto de generar más de un incendio. Incendios físicos e incendios morales.
Donde lo surrealista asoma por detrás de la cortina.
La narración discurre lineal, el
lenguaje trata de acercarse al habitual en esa época, buscando términos en
desuso, recetas campestres, costumbres ya olvidadas. No hay referencias a sucesos
fuera del pueblo, salvo alguna que otra a Valencia, la capital. Pero ni por
asomo sabemos nada de lo que ocurre en el resto del país, ni del mundo. Ni el
crack económico del 29, ni las tensiones
previas a la República,…nada de eso interfiere. La autora prefiere correr un tupido
velo y concentrar su mirada en ese pequeño microcosmos que entrelaza sus
relaciones, por otra parte universales: amor, odio, envidia, venganza,
ambición, pasiones connaturales al alma humana y que en el ambiente agreste y
silvestre del paisaje rural parecen desatarse con más libertad. Por encima de
todas ellas, la amistad y el amor, amor físico, carnal, deseo y pasión
contenidos que estallan a lo largo del
relato. El otro aspecto que recorre toda la obra es el humorístico. La mirada,
entre socarrona y divertida de la autora, impregna como una constante, dando el
tono general de la narración. Todos estos ingredientes componen un potaje
sabroso, nutritivo, que deja un buen sabor de boca, un guiso de cazador, unas
gachas de pastor. Huele a monte a lo largo de toda la narración. Y tiene un
final de cuento, por eso al principio sugerí que podría pensarse en un cuento
largo, más que una novela.
Quizá si la autora hubiera optado
por una narración más realista o más dramática, echaríamos en falta algunos
datos del contexto, o pensaríamos que las relaciones de estos cuatro personajes
(Abel, Lorenzo, Gertru y Crsitín) son absolutamente atípicas e inverosímiles en
un pueblito de la España del primer tercio del siglo XX. Que una joven conviva
con un hombre sin ser siquiera parientes, sería impensable en 1929, ni siquiera
en una ciudad, y menos en una aldea, por poner un ejemplo. Pero la autora ha
creado un clima en su historia que nos hace saltar por encima de esos detalles
y fijarnos en lo principal, en lo que ella quiere destacar: los lazos de la
amistad, el amor a la naturaleza y el amor entre un hombre y una mujer. Por eso
el final es de cuento, porque en el fondo lo es: un cuento adulto que nos
atrapa, mantiene el interés y nos hace leerlo de un tirón.
Bel Carrasco (Valencia, 1952) es Ingeniero t. Agrícola y licenciada
en Ciencias de la Información. Ha trabajado en varios periódicos de Madrid y
Barcelona y después en diferentes medios valencianos, en temas de cultura. Apasionada
de la literatura, de la naturaleza y los animales.
Ariodante