Mis inicios como escritora (One Writer’s Beginnings)
EUDORA WELTY
Trad.: M. Martínez-Lage
Ed. Impedimenta, 2012
Si
pensamos en un escritor contemporáneo que sepa captar en sus relatos el
espíritu de la América profunda, Eudora Welty es una buena muestra de ello. El
texto que presentamos surge a partir de unas conferencias que la escritora
norteamericana pronunció en la Universidad de Harvard en 1983. Las tres
conferencias constituyen los tres apartados del libro: Escuchar, Aprender a ver,
y Encontrar
una voz. Constituyen, en su conjunto, un texto autobiográfico, o mejor,
unas Memorias de juventud. A la edad de 75 años la escritora de Jackson
(Mississippi) organiza sus recuerdos más tempranos e incluso se adentra en sus
ancestros, buscando, tal vez, la explicación a su propia vida. Pero no solo nos
transmite la historia familiar; nos transmite amor a la naturaleza, a la vida, amor a la literatura y la palabra escrita. El
hecho de titularlo La palabra heredada en
la presente edición no es casual. Welty
está convencida de que este apego a la palabra, esta adicción –podríamos
decirlo así– al texto leído o escrito, es algo que le fue inculcado desde
pequeña por su familia y que toda su obra literaria está contenida en esos
momentos vividos en su infancia y juventud, en el conocimiento de la historia
familiar y en el paisaje y las gentes que la rodearon y constituyeron su
biografía.
La
escritora recuerda, en la primera parte, los comienzos, esos primeros pasos en
la vida, aquellas primeras palabras. A principios de siglo, Jackson era un
pueblito de seis mil habitantes cuando los padres de Eudora eligen instalarse
allí y fundar una familia, de cuyos tres vástagos es la primogénita. El padre
proviene de Ohio y la madre, de Virginia Occidental. Norte y Sur, a pesar de
estar uno al lado del otro.
Eudora
cuenta lo que veía y escuchaba en su hogar, los cuentos que le contaban y las
canciones que le cantaban de niña. El descubrimiento del alfabeto, el
aprendizaje en casa de la escritura y lectura, entre paseos campestres y vida
rural. Los juegos con los hermanos, la mirada a su alrededor; luego la escuela
primaria, la escuela dominical. Una infancia feliz, la alegría de vivir.
En
la segunda parte nos habla de los viajes familiares en las vacaciones de
verano. Visitaban unas veces a la familia materna, en Virginia, y otras a la
paterna, en Ohio. Por el camino de Welty
o por el camino de Andrews, como diría Proust.
Aquellos
viajes les ocupaban una semana de ida y otra de vuelta; viajar en automóvil en
la primera década del siglo XX no era precisamente una ganga. Las carreteras,
si las había, estaban en estado lastimoso y los coches tampoco podían aguantar
mucho traqueteo, eran toda una aventura. Pero todos los años visitaban a sus
abuelos y convivían con ellos y el resto de la familia en sus granjas
respectivas. Aprendían que América era bastante más que Jackson. El largo
trayecto era una fuente inagotable de anécdotas, aventuras y aprendizaje para
los tres hermanos, y sobre todo para Eudora, la mayor, cuyos cinco sentidos
absorbían todo lo que ocurría dentro y fuera del coche. Y viajaban «con una pistola cargada, guardada
en el bolsillo del asiento del conductor», aunque su padre jamás disparó ningún arma, pero había que ir protegidos.
«Cruzar un río, un condado, un estado –cruzar aquella línea invisible, aunque
evidente, entre el Norte y el Sur- significaba respirar hondo y percibir la
diferencia.»
Además de esos viajes, la autora aprovecha
para relatar las historias de las dos familias respectivas y sus costumbres,
muy distintas entre sí. Los Welty eran un clan rural, del que su padre no le
habló apenas; pero los Andrews, la familia materna, vivían en ciudades,
dedicados a la enseñanza o al culto metodista. Y produjeron algunos personajes
notables.
La tercera parte comienza con el primer
viaje en tren, junto a su padre, y el cambio de perspectiva: «El mundo
discurría en directo frente a mi ventanilla del tren. Al cerciorarme que era yo
la que pasaba, entendí que había terminado esa etapa de la infancia en que uno
está solamente centrado en sí mismo.» Nos habla, además, de sus estudios
secundarios y superiores, primero en el Colegio Femenino del Estado de
Mississippi y después en la universidad de Winsconsin, donde estudió artes
liberales. Su descubrimiento y primeras lecturas de Yeats, la emoción de la
poesía, los balbuceos literarios de su pluma y el primer intento –frustrado– de
salir adelante con la literatura; un primer trabajo (no exactamente literario),
en plena Gran Depresión, que la obligaba a de viajar por todo Mississippi,
tomar cientos de fotografías y realizar múltiples informes y reportajes para
periódicos, lo cual le supuso un excelente aprendizaje y el descubrimiento de
la desolación en que vivía la población en aquellos durísimos años.
Finalmente hace un recuento de sus textos
y de aquellos elementos comunes entre sí, y lo que hay de ella y de su familia
en sus relatos. Un emotivo, profundo y atractivo viaje al interior de esta
escritora y su mundo literario, así como el mundo real que la rodeó en los
primeros años de su vida y que la llevó de la mano a la literatura. «La memoria es algo vivo; la memoria es tránsito. –nos revela– Pero
mientras dura su instante, todo lo que se rememora se une y vive: lo viejo y lo
nuevo, el pasado y el presente, los vivos y los muertos. »
La
edición y traducción impecables, incluyen una serie de fotografías familiares,
que ilustran adecuadamente las descripciones
de la escritora.
Eudora Welty (Jackson,
Mississippi,1909-2001), probablemente sea la autora sureña más brillante del
siglo XX. Primera escritora que vio publicada en vida su obra en la prestigiosa
Library of América. Estudió en la Universidad para Mujeres de Mississippi.
Continuó en la Universidad de Wisconsin-Madison, y en la Universidad de
Columbia. Durante los años treinta trabajó como fotógrafa en la Agencia Estatal
de Administración Laboral y recorrió hasta el último rincón del estado de
Mississippi. No obstante, Eudora Welty es conocida sobre todo por su faceta
literaria. En 1936 apareció su primer relato: «Death of a Traveling Salesman»,
que llamó la atención de Katherine Anne Porter, quien se convirtió en su
mentora. Suya es, precisamente, la introducción al primer libro de relatos de
Welty, Una cortina de follaje (1941). A su pluma se deben auténticos
clásicos de la moderna literatura americana como Boda en el Delta
(1946), El corazón de los Ponder (1954), Las batallas perdidas (1970) o La hija del optimista, que en 1973 la hizo merecedora del
Pulitzer. Reconocida maestra del arte del relato —sus cuentos aparecieron en
revistas como The New Yorker, The Southern Review, Atlantic
Monthly o Harper’s Bazaar— murió de neumonía en su ciudad natal, a
la edad de 92 años.
Ariodante