EL HIJO DE CÉSAR
(Augustus, 1972)
JOHN WILLIAMS
Pámies, 2008
Recreación biográfica coral, con estructura fragmentaria, esta obra
entrelaza múltiples voces, cada una proporcionando una visión directa o
indirecta de la figura de Cayo Octavio, comenzando por la potente voz de Julio
César, dando instrucciones a Atia sobre la educación de su joven sobrino-nieto.
El autor texano John Williams (no confundir con el impactante compositor de
gloriosas bandas sonoras de películas) reúne diversos documentos: cartas,
fragmentos de memorias, diarios, notificaciones oficiales, actas del Senado,
etc. que en conjunto nos proporcionan una visión personal, a veces íntima, a veces pública, de
la personalidad y carácter del primer emperador romano. Es una información
subjetiva, ojo, no estamos leyendo un tratado de historia, sino una ficción
acerca de la vida un personaje real. Y no solo del personaje central, sino que
de modo más o menos tangencial, también nos son mostradas las vidas de aquellos
que le rodeaban y en cierto modo influían en Augusto, o cuyo trato tuvo alguna
relevancia en su vida. Los documentos son ficticios, aunque el autor se haya
empapado de Tito Livio, Agripa, Mecenas, Horacio, Virgilio, Ovidio, Nicolás
Damasceno, Estrabón,...todos contemporáneos a Octavio, algunos amigos personales, otros familiares y
otros, claramente enemigos, como Sexto Pompeyo. Williams, con la documentación
de los hechos, imagina qué pudo pensar o sentir cada uno de los protagonistas
de la historia, de la historia real. Lo interesante de esta recreación es que
nos proporciona los hechos que realmente ocurrieron, vistos desde múltiples
ópticas, algunas totalmente subjetivas y emocionales, y es en ese punto donde
funciona la magia de la ficción literaria.
Casi podemos tocar el dibujo
físico e incluso la personalidad de Octavio: delgado, endeble, de apariencia
débil, enfermizo...conteniendo una mente clara y distinta, impecable. No
llegamos a comprender cómo conseguía ese dominio absoluto sobre sus
sentimientos, porque los tenía. Pero la idea del Estado dominaba totalmente su
actuación. Esclavo de su propia noción de Estado, el Primer Hombre de Roma se
tenía que tragar amor o dolor, amistad o
traición. Y aparecer en público impasible, sereno y como un buen jugador de poker, guardar sus cartas para ir
mostrándolas en el momento adecuado.
Asimismo, relata el paso de la República al Imperio y la consecución
de la llamada Pax Romana. Encontramos
escenas de la vida doméstica, casamientos, adulterios..; batallas: Filipos,
Actium, Naulochus; movimientos de tropas, campañas de Augusto por lo que más
tarde sería considerado como el mundo romano; diversas reglamentaciones,
regulando la vida social (educación, hacienda, obras públicas…). Así, a modo de
un cuadro puntillista, con pinceladas cortas o largas, espesas o transparentes,
pinta un fresco de la época de un modo ameno, imaginado, donde la realidad se
mezcla con la ficción de un modo verosímil y razonable. Únicamente, algunas
expresiones que creo achacables a la
traducción, no al autor, chirrían. Pero nunca hasta el punto de estropear el
conjunto, afortunadamente. Un ejemplo, para muestra: en inglés, biblioteca se
dice library (es un false friend) y el traductor ha
sustituido por “librería”. Obviamente no existían librerías en Roma...pero sí
bibliotecas.
La composición de esta obra es excelente. Dividida en tres secciones,
en el Libro I la narración comienza con el asesinato de Julio César y concluye cumplidos los 33 años de Octavio,
finalizado el segundo triunvirato, tras la muerte de Marco Antonio, y
comenzando su quinto consulado. Aparte de las múltiples cartas, uno de los ejes
lo constituyen las Memorias de Agripa, mano derecha de Augusto.
El Libro II muestra la versión de Julia, la única hija de Octavio, que
a modo de Diario desde Pandateria, donde
vive exiliada tras la conjuración de su amante Julio Antonio. Alterna los
fragmentos de Julia con otras cartas, como de Calpurnio Pisón a Tiberio, Livia
a Octavio, Horacio a Virgilio y a Mecenas, Nicolás de Damasco a Estrabón, etc.
Con todos estos relatos vamos conociendo los hechos de los años de la madurez
de Augusto, las intrigas sucesorias, y demás hechos relacionados con los amigos
o los familiares del emperador.
En el Libro III habla, finalmente, el propio Augusto, en los últimos
días de su vida. Aunque la forma es de una carta a Nicolás de Damasco, el texto
se va convirtiendo paulatinamente en un diario íntimo, en un repaso a la propia
vida que el viejo emperador, mientras viaja
por mar hacia Capri (bello símbolo de la barca de Caronte) valora sus
aciertos y desaciertos, la función de su vida y rememora el pasado, consciente
de que no le queda futuro ya. Un Epílogo, constituido por una carta de Filipo
de Atenas (personaje de ficción que supuestamente atendió a Augusto en su
muerte) a Séneca, relata el final de Augusto, que fallece donde su propio padre,
en Nola. El autor le hace morir solo (salvo la presencia del imaginario
médico), mientras Livia y Tiberio esperan fuera. A lo largo de la obra, Augusto
va siendo consciente de su progresiva soledad, incluso, de que siempre ha
estado solo. Esto queda de manifiesto en la larga carta final.
Concluyendo: un magnífico libro de atrayente lectura, muy recomendable
para los amantes de la historia clásica y sobre todo, de la literatura.
John E. Williams, (Clarksville, Texas, 1922 - Fayetteville, Arkansas,1994) fue un
escritor y poeta estadounidense. Después de desempeñar varios empleos en
periódicos y estaciones de radio, Williams se enroló en el ejército en 1942,
sirviendo en la India y Birmania. Posteriormente obtuvo su título universitario
de bachelor luego el master en 1949-1950 en Denver. El
doctorado lo obtuvo en la Universidad de Missouri, en 1954. Durante su primera
etapa en Denver publicó su primera novela, Nothing
But the Night (1948), y la primera colección de poemas, The Broken Landscape (1949). La presente obra es su cuarta novela,
Augustus, traducida al español como El hijo de César, y fue ganadora del
National Book Award de ficción en 1973. Tras jubilarse de la Universidad de
Denver en 1986, Williams se trasladó con su mujer a Fayetteville, Arkansas,
hasta su muerte, en 1994.
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