MIGUEL SANFELIU
Talentura, 2014
Es esta la primera novela de Sanfeliu,
autor que tiene en su haber una abundante producción de relatos, agrupados en
diversos libros. Está escrita con el mismo estilo que caracteriza sus relatos, es
decir, una mezcla de humor negro y dirty
realism a lo Bukowski, Carver o Fante, con una doble lectura entre líneas;
los personajes tienen un simbolismo con el que el autor reflexiona sobre la
propia tarea creadora. El narrador, cuya voz nos suena como la del autor, nos
dice que “La literatura es una herida que permanece abierta, sangrando, y
aunque llega un momento en que parece que
cicatriza, (la cursiva es mía), se trata tan solo de una ilusión, nunca se
cierra, quien está herido de literatura nunca llega a curarse”. Creo que
igualmente podría aplicarse esta afirmación al arte en general, a la creación
artística, sea literaria, plástica o musical, si nos atenemos al relato. Efectivamente
esta es una historia de heridas sin cicatrizar, acúmulo de frustraciones y
empeños artísticos que devendrán en finales catastróficos o en la anodina
existencia del superviviente. “Cuando era joven soñaba que la literatura sería
como un transatlántico de lujo, pero ahora resulta que no es más que un simple
salvavidas.”–dice el narrador, a propósito de Roberto- “Escribe para limpiar la
conciencia, escribe porque lo necesita, para no saltar desde la terraza del
edificio. A esto se reduce todo: escribir para sobrevivir.” Concebir la
creación como algo doliente es una
manera de ver las cosas quizá demasiado amarga, aunque hay toda una tradición
sobre ello (pienso, en concreto, en las canciones de The healing game, el disco
de Van Morrison). La creación puede ser también feliz y satisfactoria. Sin
embargo, la idea de la herida siempre abierta es un buen símil, ligada a la
idea de permanencia, de eterno deseo nunca cumplido, así como con la idea de
curación. El juego curativo, como
diría Morrison. Pienso que escribir no es la única terapia: la lectura es otra.
La inmersión en la literatura, en la gran literatura, como lector, es tan
curativa como la creación, y a veces, más.
Conjunto de saltos temporales y saltos de
la realidad a la ficción, entre Roberto y sus personajes, así como diversos
insertos a modo de microrrelatos, la novela tiene dos partes fuertemente
diferenciadas, con una corta introducción y un también breve final. Las
indecisiones, sueños y deseos frustrados del protagonista, Roberto Ponce,
eterno aspirante a escritor, así como los otros personajes: el barman-poeta
Eladio, el pintor enloquecido y desesperado, Sebastián Mendoza, y el comercial
cantante con aspiraciones Emilio/Sonny, compondrán una trama de desencantos, de
supervivencia.
En la primera parte, el protagonista habla
en primera persona, contándonos de sus andanzas juveniles en pos de los
laureles literarios, lleno de sueños de grandeza y sin un duro. Enamorado de
los primeros ojos que le miran sugerentes, sufre y goza entre página y página.
Retrata el submundo de los bares, los artistas y la prostitución. El Cubo de la Basura es el bar donde
centra sus relaciones sociales. Pero, sobre todo, insiste en el mundo interior
de Roberto, en el que se mezcla la realidad con los sueños y con las ficciones
que surgen en su mente, mientras lucha con la hoja en blanco de una máquina de
escribir.
En la segunda parte, el narrador se coloca
en tercera persona, un indefinido punto de vista para seguir contando cómo le
ha ido la vida a Roberto, bastantes años después. Los sueños no le han
abandonado, pero la invasión del mundo real en forma de trabajo, familia
(esposa, hija, parientes) y obligaciones de todo tipo amargan su constante y
reincidente tendencia a la literatura. Ahora en vez de la hoja es la pantalla
en blanco del ordenador.
La
realidad circundante parece especialmente cruel con sus aspiraciones literarias:
por más que lo intenta, el pobre Roberto ha de enfrentarse constantemente a
sesiones de compras en grandes almacenes, pesadas visitas familiares,
irrupciones de su hija Virginia, ya crecidita, y requerimientos de atención por
parte de su mujer, Cati, ajena por completo a la obsesiva tendencia literaria
de su esposo.
El pasado, asimismo, irrumpe en varias
ocasiones en ese mundo cerrado de Roberto: la reaparición de Sonia, la dramática
desaparición de Sebastián, el confinamiento de Eladio en una residencia, la
carrera disparatada de Sonny…y se mezcla con otras irrupciones más inmediatas:
Maite, la compañera de oficina, con la que hay un “quiero y no puedo”, Ramón, cuya
ilusión es salir en televisión, otro compañero que se jubila...Y a todo ello se
suma la nueva idea de Cati para recomponer la familia, cuando su hija les
anuncia su noviazgo.
En realidad, en esta novela no llega a
ocurrir nada, quizás ese sea el drama. Parábola llena de simbolismo, es un
desfile de seres con ilusiones perdidas, mostrando un panorama desolador, pero
con ciertos toques de humor, y tratando a los personajes con mucha indulgencia,
con cariño. Todos sueñan pero los sueños, como diría el poeta, sueños son. Sin
embargo, si no hubiera sueños, ¿qué sería de nosotros?
El refugio en la creación –tanto en la
propia como en la ajena, por medio de la lectura o el visionado de filmes- como
modo de supervivencia en una sociedad hostil o al menos, indiferente, ese
intento de mostrar que uno está vivo por medio de construir algo propio y
personal, (se tenga o no talento para ello) esa es la idea que parece
desprenderse del texto, cuando el narrador nos dice: “Quizá sus historias son
un refugio, una argucia para tratar de vivir otras experiencias y escapar de la
propia, un intento de desdoblarse. Quizá descarga su rabia sobre personajes
ficticios, ante la imposibilidad de descargarla sobre los congéneres reales que
le rodean”. Quizá haya que dedicarse a la carpintería o a la jardinería, o a cuidar hijos…por poner
un ejemplo, ya que cualquier actividad en la que nos sintamos motivados nos
ayudará a sobrevivir.
En suma, este es un texto que nos pone un
espejo ante los ojos, y nos ayuda a reflexionar mirándonos en él, por medio de
unos arquetipos que podrían ser cualquiera de nosotros.
Miguel
Sanfeliu es autor de los libros de relatos: Anónimos (Traspiés, 2009 – Col.
Vagamundos), Los pequeños placeres
(Paréntesis, 2011) y Gente que nunca
existió (E.d.a. libros, 2012). También ha publicado en diversas revistas y
libros colectivos. Gestiona el blog Cierta
Distancia. Parece que cicatriza
(Talentura, octubre de 2014) es su primera novela.
Ariodante