VICENTE BLASCO
IBÁÑEZ
PROMETEO, 1906
Esta novela abre una serie de novelas
“artísticas”, pasada ya la etapa de las novelas “valencianas” y las de lucha
social. Vierte Blasco en esta narración dos obsesiones: la pasión amorosa,
desbordante, arrebatadora…y las ideas sobre el arte, los artistas y la emoción
estética. Si bien se inspira, para conformarlo, en sus dos amigos Benlliure y
Sorolla, en esta novela el autor narra la vida imaginaria de Mariano Renovales,
pintor renombrado, del que cuenta sus orígenes y la lenta ascensión hacia la
fama, la posición holgada y reconocida internacionalmente. Un pintor que se
debate entre pintar “de encargo” para sobrevivir, siguiendo el gusto del
cliente, y pintar lo que desea, lo que lleva en mente, lo que ambiciona o
sueña, lo que le entusiasma o atrae poderosamente. Sin embargo, lo que más le
seduce, que es el desnudo femenino, o mejor, la búsqueda ideal del cuerpo
femenino por antonomasia, que él denomina su Friné , es algo que no llegará a alcanzar más que con la
imaginación. Entre líneas podemos ver en estas reflexiones estéticas algunas
pinceladas de La obra maestra desconocida, de su admirado Balzac.
La trayectoria artística de Renovales se
desarrolla paralelamente a la vital, a la cotidiana: su matrimonio con
Josefina, una mujer sencilla que le ama con locura, y la única hija, Emilia. A
poco de matrimoniar, se instalan en Italia (Roma, Venecia, Florencia…), donde
el joven artista puede sumergirse en todo tipo de arte, respirar arte por todos
sus poros.
Pero si hay una cosa que no consigue de su
recién desposada Josefina, es que pose desnuda para él, salvo en una sola
ocasión, que posteriormente le obligará a destruir, en un ataque de pudibundez.
Hasta el parto, Josefina enloquece físicamente a Romerales, con su belleza
virginal y joven; pero tras el embarazo pierde lozanía, su cuerpo no volverá a
ser el mismo y Josefina se da cuenta del alejamiento paulatino del pintor.
Pasan los años y el pintor llega a su
madurez física y artística, cumpliendo siempre como un buen esposo,
manteniéndose fiel, dedicando toda su atención al trabajo…y su mente a los
deseos no satisfechos.
Josefina, a pesar de su simpleza es muy
consciente de que su marido ya no le pertenece; una vez crecida su hija y encontrado un marido
para ella, la ausencia de un papel en la vida la lleva a desear la muerte: su
cuerpo, carente de todo aliento vital, languidece a pasos agigantados. Para
agudizar más esta deriva, Josefina advierte una pasión creciente de su marido
por una dama, Concha, esposa del conde de la Alberca y antigua amiga de
Josefina. Concha atrae y a la vez frena a Renovales, jugando con él hasta el
punto de enloquecerle, deseando en su fuero interno la muerte de su esposa, férrea
barrera moral entre Concha y él . Y Josefina también desea morir.
Muerta la esposa, el artista vivirá un
tiempo ebrio de libertad, lanzándose vertiginosamente a la locura de vivir,
viajar, ver mundo, incluso olvidándose un poco de Concha, con la que ha gozado
de su libertad recién estrenada pero ahora ya le cansa. Sin embargo, llega la
hora de retornar y retomar los pinceles, abandonados en su vértigo viajero. Y
al volver, tras una larga ausencia, insospechadamente, encuentra la presencia
de Josefina por doquier: las pinturas con que la retrató en su juventud, sus
vestidos aun colgados en los armarios, sus joyas, …su olor. Y la recuerda en
sus mejores momentos, olvidando los últimos y penosos.
Renovales comienza a revivir el pasado,
enamorándose de su recuerdo, tratando de hacerla revivir y volverla a pintar,
olvidando a Concha por completo, que ya le parece un pasado perdido. Toda esta
parte final recuerda el tema de la película Vértigo,
cuando en su segunda parte, el personaje que protagoniza James Stewart se lanza
a reconstruir la imagen de la mujer amada y perdida, haciéndola resurgir “de
entre los muertos”.
Lo que a Blasco le preocupa y quiere
destacar es la necesidad de libertad del artista, su independencia como
condición imprescindible para ejercer su actividad creadora. Mientras Josefina
vive, Renovales se queja continuamente por su falta de libertad, despotrica de
las ataduras de la familia, teoriza sobre el trabajo del artista (aquí habla el
propio Blasco, obviamente), que ha de ser libre para pintar lo que quiera, y
segundo…para amar a quien quiera.
La ligazón con una familia o incluso una
amante ya le trastornan y le impiden trabajar con exclusividad, perturbándole
con injerencias que él considera perniciosas. Todo es secundario salvo el arte.
Esta idea la destaca el crítico Andrés González Blanco cuando dice que esta
novela es “un noble alegato en pro de la independencia social del artista y de
la sana libertad del arte. […] Para Blasco el matrimonio suele ser una cadena
que de tal modo les constriñe y sujeta que les corta los vuelos del espíritu y
les hace pasar de la independencia de un arte noble y libre, sin ligaduras, a
la sujeción de fórmulas anquilosadas.”
Sin embargo, hay otro tema que impregna
toda la novela, un tema que se repite en muchas de las obras de Blasco, casi
diría que en su gran mayoría, pero sobre todo, en las obras que escribirá a
partir de 1905-6, cuando conoce a Elena Ortúzar, la que fue su amor durante
años y segunda esposa, al final de su
vida.
Se trata de la pasión amorosa: el amor
vivido como turbulenta y perturbadora pasión. Esta concepción está muy ligada a
la propia naturaleza del escritor, que siempre vivió entre erupciones
pasionales, unas amorosas y otras políticas. En la biografía de León Roca, este
afirma que “hasta esta obra, (con la excepción de Entre naranjos, quizá) el amor no había sido descrito jamás por
Blasco como personaje principal y agente determinante de la fábula novelesca.”
El deseo, como siempre, resulta más
violento cuanto más lejana está la posibilidad de realizarlo, mientras que
acaban por apagarse los fuegos pasionales cuando ya se ha conseguido lo
deseado. Es por ello que la pasión en la que se sumerge Renovales es la más
profunda y fuerte de todas, porque el objeto ansiado es imposible de conseguir:
la muerte ha trazado una línea intraspasable: Josefina, muerta, triunfará sobre
Concha viva.
Ariodante