BENJAMIN CONSTANT
Ed. Periférica,
Biblioteca portátil
Prólogo
y Postfacio del traductor, Manuel Arranz (ECR) y Wenceslao Carlos Lozano (C)
El Cuaderno Rojo y Cécile son dos textos
autobiográficos, escritos ambos, curiosamente, cuando su autor tenía cuarenta y
cuatro años, en 1811. Al momento de escribirlos, ya se había casado dos veces y
tenido unas cuantas amantes. El primer texto está escrito literalmente como
memorias y el narrador y protagonista es el propio autor, mientras que el
segundo, Cécile, está novelado,
sustituyendo los nombres originales por otros ficticios. En la medida en que
ambos están publicados por la misma editorial en años sucesivos, y continúan el
recorrido vital y las aventuras de este controvertido personaje ilustrado, he
creído conveniente reseñarlas conjuntamente, dando así una mayor amplitud a la
mirada sobre Constant, el inconstante.
El Cuaderno Rojo es un libro de memorias muy especial. Divertido, políticamente
incorrecto y muy espontáneo, aunque lo retocó posteriormente, así que no
podemos saber exactamente los cambios que realizó. Comprende los primeros
veinte años de la vida del incontinente escritor. En realidad, lo tituló Ma vie, pero el cuaderno donde lo
escribió tenía las tapas rojas, lo que al final pareció un título más original
que el otro, ya muy usado en anteriores memorias por otros autores. Actualmente
también este título ha sido repetido por diversos escritores, por ejemplo, Paul
Auster. Pero Auster, en los años que paso en Francia, seguramente habría leído
a Constant.
El
texto, unas cien páginas, conforma un librito al que se le añaden un jugoso
prólogo y una cronología realizados por el traductor, Manuel Arranz.
Los
primeros veinte años en la vida de cualquiera suelen ser, salvo excepciones,
aquellos en los que se cometen las mayores trastadas e imprudencias. La
iniciación a la vida conlleva experimentos, pruebas y errores, como todo
aprendizaje que se precie. Constant se llamaba a sí mismo en broma "el
inconstante"; más bien parecería que debiera llamarse "el
contradictorio" aunque ello no haga juego con su apellido. De ese
comportamiento contradictorio tenemos una amplia muestra en estas breves páginas,
donde el saltarín y travieso Benjamin da veinte tumbos a diestro y siniestro,
siempre huyendo de su padre, figura lejana y alejada, distante y distinta, que
le produce temor y temblor. Las damas también le producen cierto temblor, pero
ellas parecen verle demasiado joven e inmaduro, a falta de un hervor, como
suele decirse. Sin embargo, se lee como si lo hubiera escrito pocos años
después de las aventuras relatadas. Se describe a sí mismo como si fuera otro,
con la distancia que da la edad.
Educado
por tutores que eran sistemáticamente despedidos, ausente el padre por su
trabajo y fallecida la madre al parirle, sin hermanos, el asimismo primogénito
y benjamín de la familia desarrolló un carácter compulsivo, hiperactivo y
absolutamente atolondrado. Lo mismo perdía el dinero a raudales en el juego,
que se enamoraba locamente de una mujer para olvidarla al día siguiente cuando
encontraba otra más atractiva. Viajaba constantemente, siempre corto de dinero,
pedía prestado, viviendo siempre a costa ajena. En suma, una vida de locura,
esos primeros años juveniles.
Gran
parte de estas memorias cuentan el tiempo que pasó en Inglaterra, cuando se
escapó de la tutela paterna y trató de vivir por su cuenta, visitando antiguos
amigos, y requiriendo ser ayudado por todos, lo que al final le condujo a una
situación verdaderamente lastimosa, obligándole a volver con su padre con la
cabeza gacha. Tiene momentos que son hilarantes, y en otros él mismo muestra
cuán ingenuo y simple era. En suma, una lectura breve, entretenida y fresca.
Una introducción a la obra posterior de este personaje que, como la mayoría de
los ilustrados, cuando menos es sumamente atractiva por su variedad y por las
referencias a su vida, que rebasaba en mucho la propia ficción.
Por
lo que comenta el prologuista y traductor, los siguientes años no fueron muy
diferentes, como veremos en Cécile;
algo más calmado, aun así continuó siendo un viajero impenitente, un amante
inconstante que volvía una y otra vez a los amores pasados, (véase, si no, el
caso de la Staël, o la Recamier ), un hombre inquieto y cambiante. La
descripción que da Manuel Arranz de
Constant corrobora lo dicho: “prototipo de ilustrado, fue un hombre de una
actividad incesante y casi compulsiva, tanto pública como privada. Viajó por
toda Europa, ocupó cargos públicos en distintos gobiernos, habló cuatro o cinco
idiomas, fue amigo de los hombres y mujeres más célebres e influyentes de su
tiempo. Jugador empedernido y amante obsesivo, se batió en duelo más de veinte
veces y se granjeó con sus panfletos políticos y discursos tantas amistades
como enemistades.” Y el propio Constant afirma en estas memorias algo que dice
mucho de su carácter: “mis reflexiones en aquel estado de ebriedad eran mucho
más sensatas y razonables que las que me había hecho cuando gozaba del pleno
dominio de mi razón.” (Pág. 87)
Cécile
se divide en siete capítulos o “épocas”. Comprende quince años de su vida,
desde 1793 hasta 1808, es decir, desde que conoce a Cécile (Charlotte de
Hardenberg, en la vida real) hasta que se desposa en secreto con ella, aunque
esto no llega a figurar en el texto. A la vez describe el encuentro y
enamoramiento desmesurado con Madame de Malbée (Madame de Staël, en la vida
real). La distribución del tiempo real en las distintas épocas es irregular,
como pasaba también en El Cuaderno. Tiene, como destaca el traductor en el
postfacio, un carácter más novelesco que memorialista, y por tanto la
interacción de elementos imaginados o tergiversados es mayor. Constant, según
el traductor, “jamás afirmó haber escrito una autobiografía con Cécile, un texto que no dio a leer a
nadie, y del que no se tenía más noticia de su existencia salvo por alusiones
de otros autores, hasta que en 1948 salió a la luz y fue publicado en 1951 ¡por
primera vez!
La
vida amorosa de Constant oscila entre ambas damas. Con Cécile tiene una
relación especial, de ida y vuelta, y es Cécile la que aguanta el vendaval de
la vida de su amante hasta que consigue que la despose. Pero el amor más
turbulento de Constant fue con la Staël, mujer de armas tomar que exigía
sumisión absoluta. A pesar de todo, consiguió romper con ella y amar a otras
mujeres, como Madame de Recamier (si bien esto no se cuenta en el texto, aun no
la había conocido). Pero Cécile continuó siendo su esposa fiel, la mujer que le
aceptó tal y como era, sin pretender cambiarle. Le amaba y eso era todo.
En
suma, este es un texto que nos dibuja la personalidad de este diletante, un
hombre que vive al día, a pesar de ser un ilustrado, un político y un hombre
culto y religioso (a su manera). Además, vive en una época muy conflictiva, en
la que los vientos políticos cambiaban de dirección tan a menudo que nunca se
podía saber bien en qué lado se hallaba cada uno. Leer estos dos textos
seguidos es recomendable para comprender esta vida tan agitada. Y como apenas
superan las cien páginas, es sencilla y atractiva lectura.
Ariodante