STEFAN ZWEIG
Ediciones Sequitur, 2015
Precedido de un prólogo en el que se
incluyen tres cartas (emitidas desde Río, Buenos Aires y Santa Fe) de Zweig a
su primera esposa, Fridericke, con la que mantenía excelente relación amistosa,
la presente edición agrupa diversos textos con el eje común de la creación
artística.
En las cartas informa a su amiga de sus
andanzas por Brasil y Argentina, donde fue muy cálidamente recibido, impartiendo
diversas conferencias y ofreciendo entrevistas. En la última carta de noviembre
de 1940, decepcionado y horrorizado por la situación política europea, (alianza
de Rusia y Alemania) afirma que “Creo que no regresaré jamás a esa Europa y que
está perdido todo cuanto allí tengo, mis libros y sobre todo mi Balzac (…).
Perdidos están además todos los países en los que yo había arraigado, ya que el
mundo inglés y el americano no es mi mundo. Esta vida en los hoteles le priva a
uno toda posibilidad de trabajo…y por lo
menos, a fin de tener un país al que pueda considerar mío y en el que no tenga
que mendigar un visado, me he asegurado la residencia permanente en Brasil.”
Salvo el primer texto que da titulo al
libro y que consiste en una conferencia impartida en Buenos Aires en 1940, el
resto de textos lo constituyen artículos publicados con anterioridad en
diversas revistas, un prólogo, una oración conmemorativa y un artículo
publicado póstumamente.
Es en este primer texto donde el autor
austriaco reflexiona sobre qué puede ser eso que llamamos creación artística y
si podemos o no llegar a comprenderlo aquellos que no hemos sido bendecidos con
el don. Afirma tajantemente que no estamos en condiciones de participar del
acto creador artístico, es más, ni siquiera el propio artista es capaz de
describir ni de observarse a sí mismo mientras crea. Toda creación implica en
el artista un grado de ensimismamiento, de olvido del mundo circundante, de
reclusión mental en un mundo propio. La creación de ese mundo imaginario
implica necesariamente el olvido del mundo real. Esta afirmación la ilustrará
con dos ejemplos: Arquímedes y Balzac, puesto que en todo momento ha estado
comparando la creación artística con la investigación científica. Siguiendo con
ese paralelismo, reconoce que estudiando las huellas, los pasos previos, los
ensayos y tanteos que desembocarán en la obra final, es el hilo de Ariadna que
llevará a los espectadores a extraer una
idea aproximada de lo que ha llevado al artista hasta la obra.
Siguiendo ese proceso, Zweig inicia una
serie de comparaciones de cómo grandes artistas, pintores, escultores, músicos
o escritores se enfrentaban a la ardua tarea de plasmar, hacer real lo que
antes se había desarrollado en su mente. Porque toda idea artística no es nada
hasta que no se hace materia, objeto.
Así, mientras Bach, Mozart,
Rossini o Schubert componían directamente sus obras, sin ensayos previos (hecho
mentalmente), sin borradores, tachones, inseguridades y dudas, …otros como, por ejemplo, el gran Beethoven
batallaba denodadamente con sus borradores previos como Jacob luchó con el
ángel. Modificaba, pulía, tachaba,
rompía y volvía a empezar. Hasta llegar al final en que, batuta en mano,
dirigía la orquesta.
En el campo de las letras, Zweig compara
la facilidad con que el mediocre oficial técnico del ejército francés escribió,
en una noche, la letra y música de La
marsellesa. Nunca había escrito nada literario, nada musical. Ni lo hizo
después. Sin embargo, he ahí el himno. El otro extremo de la balanza es Poe,
que escribió El cuervo, la más famosa
de sus poesías, “con la precisión y consecuencia de un problema matemático”,
palabra por palabra, verso a verso.
Aquí interviene, resumiendo, Zweig: el
artista suele poseer, mezclados en su más intimo ser, ambas disposiciones:
talento imaginativo, lo que se llama inspiración, y talento para el trabajo
creador. Pero, nos dice Zweig, en este proceso no hay más reglas. Cada artista
“tiene su tiempo propio”. Goethe tardó dieciocho años en escribir Fausto y Lope
de Vega en tres días finalizaba un drama; Van Gogh pintaba tres o cuatro
cuadros al día y Leonardo dos o tres años para su Mona Lisa. Holbein y Duraro
bosquejaban, medían y contaban antes de dar un trazo sobre el lienzo. Franz
Hals o Goya en pocas horas bosquejaban una imagen que en breve era ya una
pintura acabada.
“Todo camino que conduce a la perfección
es acertado,- insiste Zweig- y cada artista no debe ir más que por uno de esos
caminos: el suyo propio”.
En los siguientes textos, el escritor habla
con verdadero fervor, en el funeral cívico (1929) de Hugo von Hoffmannsthal,
cuya obra y persona admiraba profundamente. Lo consideraba “un milagro, un
portento, un fenómeno incomparable, ultraterreno”.
En el prólogo (1936) a la biografía de
Toscanini, el siguiente texto, le llama “insaciable, gran prisionero de la
perfección, ignora la dicha del olvido de sí mismo”. El arte es, para él, una
lucha eterna, nunca un fin, siempre un comienzo.
El siguiente texto, publicado póstumamente
en 1943, nos presenta a Rodin. Cuenta
Zweig el encuentro personal que tuvo cuando él era un joven estudiante en París
y Rodin un viejo escultor: “la primera lección que recibí fue que los grandes
hombres son, casi siempre, amables; la segunda, que permanecen sencillos y sin
pretensiones. Zweig tuvo el honor y la dicha de visitar en solitario al gran
escultor y verle “en su salsa”, puesto que, enseñándole sus obras, de pronto
Rodin se puso a retocar una pieza en barro …y se olvidó por completo, durante más de una hora, de que tenía un invitado
tras él.
Dante ocupa la atención del texto de 1921 que
viene a continuación. Inicio y conclusión : “un nuevo (lenguaje) italiano
templado en el latín un italiano metálico y puro como no lo hubo jamás ni lo
volverá a haber. (…) El italiano no ha vuelto a alcanzar ya esa condición
lapidaria en una simultánea musicalidad.”
Arthur Rimbaud (1907) es el siguiente:
poeta sublime, pero contradictorio y vitalista,
genio y figura, viajero empedernido, “comienza a escribir como si fuera
el primero en hacerlo y como si la estática edificada por millares de
pensadores se hubiese desplomado de repente como un castillo de naipes”.
Finaliza el libro una Nota sobre el Ulysses de James Joyce (1928). A éste,
le define como “un ser atormentado hasta lo indecible, pero con la firmeza del
acero, rígido y obstinado; un puritano a la inversa, con antepasados cuáqueros.
(…) Veinticinco años de destierro han producido ese arte tan afilado y
cortante.” El Ulysses no parece haber
calado muy hondo en Zweig; no encuentra nada homérico en ese caos lingüístico
joyceano: “una obra más creadora de lenguaje que de mundo” es su definición.
En suma, un interesante conjunto de
artículos e ideas, maravillosamente expresadas por la pluma de un excelente
escritor, muy cercano al arte, muy sensible a todas sus formas, aunque él se
dedicase más a la palabra.
Fuensanta Niñirola (Ariodante)
Junio 2015