EL CASTILLO BLANCO
ORHAN
PAMUK
DEBOLSILLO, 2008
El Castillo Blanco, publicado anteriormente en España como El
astrólogo y el sultán, título que creo le conviene mucho más que el que se
la ha dado en esta edición de Mondadori. Ignoro cuál es realmente la traducción
del título original, Beyaz Kale.
Es una novela ambiciosa; pero en
mi opinión, fallida. Se la comenta como novela histórica porque está ambientada
en el siglo XVII en Turquía, pero no es, propiamente una novela histórica, sino
que tiene un marcado carácter psicológico. El tema es la identidad, la relación
casi hegeliana entre amo/esclavo, de tal modo que nos recuerda la película El Sirviente, de Joseph Losey: el
sirviente que se va convirtiendo en señor, apropiándose de la casa, la mujer, la vida del amo. Y el
amo pasa a depender del sirviente. Pero entre tanto, un millar de referencias
literarias nos bombardean y un continuo rizar el rizo en la relación entre el
cristiano y el musulmán llega hasta el paroxismo.
Un veneciano ilustrado y con
conocimientos científicos es abordado en un viaje por mar por una galera turca
y hecho prisionero; para intentar salvarse de condiciones penosísimas, el
veneciano se hace pasar por médico y consigue un cierto nivel en la prisión,
hasta que es llamado para atender a alguien en la corte del sultán y es
reconocido por un personaje, el Maestro, astrólogo y científico, que se
interesa por él. Tras sufrir un simulacro de decapitación para hacerle rechazar
su fe (que por otra parte, no se entiende que la tenga, ya que no sigue ni sus
prácticas ni siquiera su moral) y sobrevivir, el sultán lo entrega como esclavo
al astrólogo, que se lo lleva a vivir con él.
A partir de ahí, se establece una
relación incomprensible entre ambos. Páginas y páginas en las que las
discusiones, los razonamientos y los larguísimos momentos en los que no pasa
nada, más que la repetición de lo mismo: el astrólogo le hace contar una y otra
vez su vida, le pregunta incansablemente por sus conocimientos, por el modo de
vida de los cristianos (ellos), los
occidentales. Y el autor se concentra en describirnos un proceso de
identificación del uno en el otro; incluso los describe como muy parecidos
físicamente. La onírica escena de ambos
ante el espejo, tratando de ver su parecido y de saber quién es quién, es casi
surrealista. Y los interminables días sentados ante la mesa escribiendo sus maldades, uno frente a otro,
insultándose y golpeándose, llegan a hacerse francamente aburridas y
repetitivas en exceso
Ambos tienen también una extraña
relación de veinte años con el sultán, que de niño al que le cuentan historias
extravagantes, va pasando a joven, que sigue interesado en que le interpreten
sus sueños y le cuenten cómo es el mundo que no conoce, le hablen de astrología
y le hagan predicciones y, cuando se declara la peste, le adviertan qué ha de
hacer para prevenir contagios y disminuir la extensión de la plaga.
Es desesperante la reacción del
astrólogo frente a la peste, mientras que el veneciano está aterrorizado y
trata de evitarla, el astrólogo no sólo no la teme, sino que gasta crueles
bromas al respecto, convencido de que si ha de morir, morirá, y si no, no ha de
preocuparse.
Es incomprensible la atracción
entre ambos y aunque el pobre esclavo sueñe durante años con volver a su
Venecia natal, sólo al cabo de mucho tiempo, y como resultas de un fuerte
enfrentamiento y aprovechando la enfermedad del amo, hace un único intento de
escapar; intento absurdo y por supuesto, fallido.
El proceso de interrelación que
siguen ambos es increíble. Y no parece interesarle al autor contarnos apenas
nada más, con lo que no sabemos casi nada sobre la vida cotidiana, ni del sultán ni de ellos, de qué viven, cómo
viven, por qué esas relaciones tan distantes con las mujeres, siendo como son
los dos heterosexuales, pero es un tema que queda al margen, supeditado al
proceso de identificación.
Hay muchas referencias
literarias, a autores turcos, e internacionales, incluso a Cervantes, y a veces
recuerda ciertos procesos de confusión de identidades en Paul Auster, sobre
todo en La ciudad de cristal. O los
de Philip Roth en muchas de sus obras.
Y así pasan la vida: investigando
cosas sin sentido para el sultán, y no se nos explica cómo saben de esas cosas:
le divierten creando castillos de fuegos artificiales, inventando máquinas
diversas, y finalmente le convencen de que les financie la creación de una
máquina de guerra que, según ellos, les hará ganar a todos sus enemigos. La
máquina les lleva años de intentos, fallos, destrozos, y mientras tanto, van
alternando su relación con el sultán, que también es un personaje que queda
desvaído y desatendido. Interesado más en la caza que en la guerra, es
incomprensible cómo acepta la máquina infernal de los dos enloquecidos, astrólogo
y esclavo, que intercambian su papel constantemente en su relación con el sultán,
el cual está convencido que es el infiel el
que lleva la iniciativa en todos los procesos que inician, y el que le ha
proporcionado a su amo, el astrólogo, todas las ideas que éste exhibe.
.
Pamuk resuelve la novela
recurriendo a un personaje que prologa la narración diciendo, como un eco
cervantino de Cide Hamete Benengeli, que ha encontrado el texto por casualidad.
Y al final en un epílogo, el propio autor nos explica sus alusiones literarias,
gracias a lo cual entendemos algo del proceso seguido, para mi gusto demasiado
retorcido y complicado, con lo que la historia pierde frescura y se hace pesada
y plomiza. Si de la relación Oriente y Occidente se trata, como algunos han
comentado, Occidente sigue quedando en tinieblas, mirado desde Oriente. No
sabemos nada de Occidente, salvo que ellos
son diferentes. Pero el veneciano, como representante occidental, desarrolla un
proceso de asimilación tan fuerte que finalmente puede intercambiar su papel
con el astrólogo turco. Aprende su idioma
a la perfección, sus costumbres, y lo único que no abandona es su fe,
que por otra parte no practica y a la que nunca hace referencia. No entendemos
por qué insiste en mantenerla, a menos que sea un símbolo más de Occidente,
como otras cosas. Tampoco sabemos el por qué y el cómo de las campañas turcas
que les llevan hasta tierras polacas, y hasta el misterioso castillo blanco que
frena su avance. Deduzco que también es un símbolo de la fortaleza occidental,
pero es tal la manera de presentarlo, que no sabemos bien cómo interpretarlo.
Al parecer, esta novela fue la
que le hizo más famoso, por ser objeto de grandes elogios por parte de John
Updike. Como no soy lectora de Updike, no puedo saber qué le hizo entusiasmarse
con esta novela. Mi entusiasmo, desde luego, no lo tiene.
Resumiendo, una novela que quiere
abarcar más de lo que abarca, decir más de lo que realmente dice, y que llega a
aburrir en muchos tramos y en otros, nos deja a mitad camino, proponiendo ideas
muy atractivas que quedan sin desarrollar. Le sobra metraje y le falta
concisión.
Ariodante