JUAN EL PEREGRINO
(Nuori Johannes, 1981)
MIKA WALTARI
DEBOLSILLO, 2015
A partir de enero de 1951, Waltari,
instalado en su residencia veraniega de Laukkoski, estuvo trabajando durante
tres meses en el borrador de una novela sobre un peculiar personaje, Johannes, cuyas
andanzas le llevarían, como punto final, a Constantinopla. Sin embargo, tras escribir más de cuatrocientas páginas, dejó
reposar el texto en un cajón y empezó a escribir Johannes Angelos (El ángel
sombrío o El sitio de Constantinopla,
1955), cuya acción comienza a partir del momento en que acababa el borrador
guardado. Finalmente, Juan el Peregrino (Nuori
Johannes) vio la luz póstumamente, en 1981. No sabemos cuál fue la
verdadera intención del escritor, si El Peregrino
fue solo un borrador o un texto de ayuda para crear su personaje o si quería
construir una novela y después cambió de opinión. Lo cierto es que es un texto algo
dispar. De hecho, da la sensación de que es un texto a medio cocinar, donde se
echa en falta algo importante: el verdadero origen del protagonista/narrador,
origen que mostrará en Johannes Angelos.
Ya el comienzo es intrigante:
“Después de escaparme (¿De dónde?¿De
qué?... No lo dice), había caminado a través de las tierras de Francia y
Borgoña, hasta el Rin. Ya se había recogido el heno; en los campos, hombres
sudorosos segaban cereales con sus hoces, vestidos sólo con unas rotas camisas,
debido al calor”
Mas adelante, sabrá el lector la edad del narrador; intuirá que
su vida ha sido intensa y turbulenta, pero no conseguirá averiguar más de su
pasado. Johannes sale, poco más o menos, de la nada:
“Caminaba en un mundo en vías de
desaparición. Tenía diecisiete años. Era libre y feliz. Me sentía realmente
contento. Al andar, cantaba.”
Juan es un joven casi angélico, asexuado, con
un encanto especial, tanto para mujeres como hombres: un talentoso joven que
ansía la sabiduría, y que además, exhibe una lealtad y una honestidad
sorprendentes en una época de mentiras, intrigas, engaños, y traición. En
permanente duda entre Oriente y Occidente, la carne y el espíritu, Juan busca desesperadamente
algo, sin tener muy claro qué. A lo largo de los años evolucionará y se
endurecerá, pero siempre manteniendo el mismo dualismo. El carácter de Juan se
intuye tras este aserto:
“No anhelo un éxito externo tal como
usted lo entiende. La verdad es que ni yo mismo sé lo que quiero, pero Dios
tenga piedad de mí, maese Mateo, si algo deseo es comprenderme a mí mismo y a
Dios.”
Reflexiones sobre la vida y la muerte, el
bien y el mal, Dios y el Diablo, el amor divino y el amor profano, constituyen
el plato fuerte de este texto, que apenas si desarrolla acción, salvo en su
parte final, cuando Juan, ya adulto, entra en contacto con los turcos.
La narración transcurre al principio en
Basilea, donde Juan ejercerá de escribiente, copista y secretario, primero del
cardenal Cesarini, sumergido de lleno en el Concilio para la unificación de las
iglesias latina y griega, unificación cuyo trasfondo era más político que
religioso. Y como telón de fondo, el
imperio otomano avanzando sobre Europa. El ambiente es de gran confusión,
profundo pesar y escepticismo. Una era está a punto de morir mientras otra se
anuncia.
Un escribano le comenta a Juan:
“Mira a tu alrededor. El mismo vacío por
todas partes. La cristiandad está cansada y ha perdido la fe. Por ello se
autodestroza con las guerras y se agobia con las conversaciones que ya no
llevan a ninguna parte, porque falta la fe. Hijo mío, naciste en un tiempo
extraño. Ya no podemos desear nada del futuro. Solamente tenemos el pasado, y
su fuente se secará con nosotros.”
Con Nicolás de Cusa, el dubitativo Juan
ejercerá de copista a cambio de aprender griego, y viajará a Constantinopla en
una misión encargada por el Papa Eugenio, pasando antes por Florencia, Bolonia,
Venecia…y haciéndose desde allí a la mar. Durante el trayecto tendrá el lector
ocasión de digerir largas y complicadas discusiones filosóficas entre ambos: el
Cusano explicará su teoría de la “docta ignorantia” y de la “coincidentia
oppositorum”.
Llegados a Constantinopla, Juan descubrirá
el placer físico, la atracción sexual, aunque no el amor, sintiéndose siempre
culpable. La dama en cuestión resolverá pronto las dudas filosóficas de Juan:
“—Soy mujer y pienso con mi cuerpo
—dijo—. Ésta es mi filosofía. ” “—¿Qué intentas hacerme? –pregunta el joven
copista.—Sólo enseñarte mi filosofía —contesta ella, respirando
aceleradamente—. Quítate estas molestas ropas y veremos qué filosofía es más
fuerte, la tuya o la mía.”
El retorno a Italia será accidentado; la
ciudad de Ferrara les acoge ahora, elegida por el Papa para las conversaciones
con los griegos. Había gran división entre los eclesiásticos, y verdaderas
batallas ideológicas y a veces incluso físicas, entre griegos y latinos. Marco
Eugénico, Gemisto Pletón, Besarión, el doctor Segundino, Juan de Ragusa,
Nicolás de Cusa, y otros destacados teólogos de las dos Iglesias discutían,
renegaban, se enfurecían,…todo por una o dos palabras contenidas en el Credo y,
por supuesto, por la autoridad papal. Si alguien no conoce aún el significado
de la expresión “discusión bizantina”, leyendo esta novela lo aprenderá…a costa
de deglutir plúmbeas páginas: las correspondientes a las discusiones
conciliares. La llegada del emperador Juan y su séquito genera un caos en
Ferrara. Tras meses y meses de reuniones y discusiones, se produce un brote de
peste, y todo el concilio ha de trasladarse a Florencia, que los acoge gustosa.
Pero antes de irse el protagonista tendrá ocasión de vivir varios lances
amoroso-sexuales (con damas y con plebeyas) de los que, como siempre, sale
huyendo y culpabilizado. En la Florencia gobernada por Cósimo de Médici, Juan
tendrá –entre discurso y discurso- otra de sus aventuras sexo-amorosas con una
madura dama que le complicará algo más la vida. Estamos en 1439.
A partir del capítulo VII el texto da un
giro radical, de hecho, parece otra novela distinta: ya no hay tanta digresión
filosófica y comienza la acción. Han pasado cinco años y Juan se encuentra en
Hungría guerreando contra el turco. Allí es donde tiene un primer encuentro con
una “aparición” premonitoria, que le emplazará para encontrarse en Varna, batalla
que supondrá una aplastante derrota de las tropas cristianas frente a las del
sultán Murad. En Varna, la “aparición” le vuelve a emplazar a un siguiente
encuentro:
“Supe que nunca podría olvidar aquel
moreno y soberbio rostro y su extraña sonrisa. Una irresistible curiosidad se
apoderó de mí. Con el sabor a lejía de la derrota en mi boca, le pregunté:
—Dime al menos
dónde nos encontraremos.
—Al final de los
tiempos —me contestó—, al lado de la puerta de san Romano.”
Juan es hecho prisionero y esclavo de las
tropas otomanas. El sultán, cayendo bajo el influjo y carisma de Juan, lo
destina a ser preceptor de su hijo, Mehmet. A partir de este momento, la acción
se traslada a Adrianópolis, con el futuro sultán, un joven turbulento que le
toma apego y le mantiene en su compañía. Juan irá describiendo el aprendizaje y
ascenso de Mehmet al poder y sus planes para invadir Constantinopla, mientras
engaña a los cristianos haciéndoles creer que sus intenciones son pacíficas. Estos
dos capítulos finales parecen más una introducción a El ángel sombrío: los engaños de los turcos, la búsqueda compulsiva
de una artillería descomunal, las peticiones de ayuda del emperador
Constantino, el refuerzo de las murallas, etc. El narrador se diluye mientras
relata del tenso ambiente y la fuerte personalidad de Mehmet. Acaba cuando
Mehmet toma la decisión definitiva.
En suma, una novela irregular, dividida en
dos partes muy diferenciadas, con demasiada digresión filosófico-teológica y
muy poca acción, que nos remite directamente a El sitio de Constantinopla. Interesante, qué duda cabe, pero densa
en demasía y algo repetitiva, con más formato de borrador que de novela,
propiamente.
Fuensanta Niñirola